ÚLTIMO MOMENTO

La mano que rompe (y el arte que persiste)

Hace unos cuantos días en la Plaza Independencia hay una exposición de ilustraciones o croquis. Va desde la Pirámide hasta el final de ese andarivel, sobre calle Belgrano.

Ayer caía una lluvia indecisa, pero las obras seguían allí, como resistiendo impávidas el mal tiempo que no sólo aleja al público sino que amenaza con estropear los dibujos. Pero, en contrario con las adversidades de la naturaleza, el daño no llegó de arriba, del cielo encapotado, sino de atrás, o de frente, a la piel y el corazón de un dibujo y por efecto de una mano de naturaleza humana, por decirlo así. Una mano que vaya a saber qué problema anda teniendo, esa mano que se pareció a una garra, un garfio, que se acercó en algún momento del día al escaparate que sostenía tres ilustraciones, las tres de idéntico tamaño, y decidió atacar a la que suponemos más cerca tenía o menos le gustó. O porque sí nomás, porque ya se sabe que hacer daño siempre es más simple que urdir la belleza.

Y sin embargo, aún indefensa, aún soportando el golpe a traición, la belleza resiste. La mano arrancó el dibujo, el soporte donde la imagen fue impresa, violentamente lo arrancó, sin anestesia. Y donde debiera haber quedado un despojo, o mucho más que un despojo, donde debiera haber quedado el hueco de una ausencia, el marco vacío, la forma de una ventana sin vidrio, dentro de ese cuadrado apareció otra cosa. Hay que mirar la fotografía que acompaña este artículo para observar claramente que ahora -en el momento que tomo el celular y saco la foto- una escultura ha ocupado el lugar de la ilustración que se exhibía en la plaza, junto a las otras, una escultura que parece haber acudido en auxilio de la artista que retrató la imagen, pero que en verdad está allí desde hace más de cien años, cuando uno de los pocos intendentes cultos que tuvo esta ciudad, Antonio Santamarina, se le ocurrió que la plaza principal debía guardar el diseño de una plaza parisina, y mandó a traer, en barco, las estatuas que están allí desde los años 1913 y 1914.

¿Qué sabemos de ellas? Que todas las esculturas fueron fundidas en la Fonderie Du Val d'Osne, Voltaire 53 de la ciudad de París. Incluso las esculturas de los perros de caza, de raza Pointer, también implican un detalle del paladar francés. En el año 2001 el Hermano Adelsio Delfabro realizó una investigación muy interesante respecto al sentido alegórico de las esculturas, que se publicó en la contratapa de una suerte de almanaque documental inspirado en las estatuas y que mereció una magnífica saga de fotografías a cargo de la recordada fotógrafa Susana Nielsen. A partir del trabajo de Delfabro se supo que las cuatro estatuas que rodean la Pirámide no representarían las cuatro estaciones, un error de apreciación que se viene repitiendo desde hace tiempo. Interpretar los símbolos que las rodean y mirarlas muy atentamente -dijo el alma máter del Colegio San José- permiten arribar a ciertas certezas. Por ejemplo, «observando la Pirámide central, de espaldas al templo, la primera a la derecha sería la figura alegórica de 'La Fidelidad'. A su izquierda y como apoyándose en el cuerpo de la estatua, descubrimos un pequeño galgo, símbolo de la fidelidad femenina y una guirnalda de hojas de hiedra que recuerdan lo eterno.

Delfabro detalla a continuación la escultura que ahora parece ocupar el centro de la ilustración violentada. Dice: "Avanzando y girando en sentido contrario a las agujas del reloj, distinguimos la estatua alegórica de 'La Juventud'. Coronada de rosas y flores que caen hacia adelante en forma de onduladas trenzas, sostiene en su mano la copa de la felicidad (o del saber).

«Siguiendo en el mismo sentido, la tercera estatua representaría el triunfo de la Justicia con sus atributos: la espada y la balanza recogida con sus dos platos apoyados sobre su pecho. La cuarta, sin lugar a dudas la de mayor valor artístico, representa a una mujer, cubierto su rostro con un velo de luto, expresando tristeza y soledad. Observando con especial atención descubrimos que sus pies se apoyan sobre una alfombra de hielo que cae a sus costados, conformando estalactitas. Un cajón ubicado en la parte posterior contiene ramas secas con piñas y trozos de leño, lo que sin lugar a dudas expresarían que nos encontramos ante una imagen alegórica del Invierno. Su gran valor artístico surge que de todas ellas allí instaladas, es la única que lleva la firma y data: E. Lesquene, 1863, célebre escultor francés nacido en París, quien después de graduarse de abogado se dedicó por completo al arte. Fue alumno de Le Pradier, autor del Mausoleo de Napoleón Bonaparte en Los Inválidos. Lesquene, por pedido de Le Pradier terminó el grupo escultórico Las Victorias de Napoleón, ubicado en la tumba del emperador».

Encontré este texto que recupera la historia y el simbolismo de las estatuas de la Plaza Independencia mientras trabajaba para el libro del estudio de arquitectura que me encargaron los hermanos Guillermo y Oscar Bértoli, que está por entrar en imprenta y celebra los treinta años de la creación de una empresa que en torno a la Plaza Independencia fundó su estética y su identidad.

Ayer, cuando vi la ilustración destruida y observé que la escultura de La Juventud de alguna manera había ocupado su lugar, un tanto mágicamente desde el punto de vista de donde la miré (¡y todo en la vida, en el arte y en la literatura está relacionado con el punto de vista!), no sólo le volví a agradecer a Antonio Santamarina eso que por el piloto automático de la costumbre ya casi no miramos: las estatuas de la plaza cuya belleza, en el bronce leal y misterioso, permanece inalterable desde el primer día. La belleza que resiste todo, que da batalla contra todo, que resplandece ante la adversidad, sobre todo la que viene de las manos de los brutos y desalmados que nunca faltan, tan notables en su bestial salvajismo que son capaces de confundir una obra de arte con un afiche, o con un poster. O que por maldad nomás, por ese instinto fatal e irremediable, nos ponen frente a la quintaesencia de la condición humana: hubo una mano, fundante, que realizó ese croquis; hubo una segunda mano, la del carpintero que compuso la estructura para sostener los cuadros; y hubo una tercera mano que hizo añicos la ilustración, una de las muchas obras de la muestra que se sigue exponiendo en la Plaza Independencia.

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