Esa foto tiene cincuenta años. El hombre que está sentado en un banco de la Plaza Independencia, sobre el lateral que da a la calle Chacabuco, es el doctor Juan Claudio Tuculet. Fundador de Cretal, productor agropecuario, gran lector, anfitrión que en su elegante casona de la calle Paz reunía a personalidades intelectuales de fuste del país, ese hombre está allí, en el banco, a la espera de lo que ocurra en la esquina, en Chacabuco y Pinto. A la espera, también, de que su hijo Aníbal, que es estudiante y dirigente estudiantil, tome la palabra. Será uno de los pocos oradores que hablará ante la multitud.

De golpe, como no se ha visto desde hacía mucho tiempo -desde la pueblada por la Usina en 1936- la ciudad asiste a un acto político multitudinario. Los estudiantes se confunden con las columnas de obreros de Metalúrgica y Ronicevi que han llegado en sus bicicletas a la plaza, con las amas de casa, los estudiantes de las escuelas secundarias (en la otra foto alumnos de la Escuela Normal marchando hacia el rectorado), los tenderos y los empleados de comercio. La ciudad reclama por la nacionalización de su Universidad; esto es para que no sea derrotada la epopeya de Osvaldo Zarini, que no está allí para ver el acontecimiento. Un año antes ha perdido la vida en un choque rutero y ahora la Universidad está al borde del abismo. Una nota de la revista Gente expresa con una cruda metáfora la encrucijada local: "Como estarán las cosas que se remata una Universidad", decía.

Hasta ese día los fondos para pagar los servicios y el sueldo de los profesores que llegaban de otras ciudades salían de los aportes de innumerables empresas locales. Muchas de ellas hoy ya no existen: la Metalúrgica del Colorado Selvetti, el Banco Comercial, la Agrícola Ganadera. Los estudiantes vendían puerta a puerta a los vecinos un bono de contribución (a actuales 200 pesos). Si repasamos lo más genuino de su historia, la Universidad parece haber sido la última gesta de la sociedad local, como si en esos días de 1974 ya se tuviera real conciencia de lo que realmente se estaba jugando.

El padre de Aníbal Tuculet espera el discurso de su hijo. Aníbal, peronista, codo a codo con Jorge Renis, radical, dan la batalla política desde el Centro de Estudiantes; el primero en el balcón del edificio del Hotel Palace que Zarini alcanzó a comprar pero que todavía se tiene que terminar de pagar. Renis en Buenos Aires, donde atiende Dios y hace fuerza el vecino Pugliese.

Hay nervios, tensión, hay una multitud que espera la palabra. Aníbal se traba, comete un furcio apenas arranca el discurso. Se enoja consigo mismo y putea sin saber que el micrófono está abierto. Su padre lo escucha desde el banco de la plaza. La ciudad empieza a vivir las vísperas de lo que al cabo ocurrirá: un acontecimiento histórico. La nacionalización, ese tubo de oxígeno imprescindible, será un logro de todos. Hay, como sabemos, un Tandil antes y después de su Universidad. Medio siglo más tarde han muerto sus hacedores, los que lucharon por la Institución; también se fundieron las empresas que bancaron los tiempos más duros, y finalmente la realidad es la realidad, lo que queda, lo inalterable: los obreros tandilenses pudieron enviar sus hijos a la Universidad, y la clase media también, y la historia pegó un golpe sobre la mesa, la Unicen cambió para siempre la matriz de Tandil y así pasaron cincuenta años, como un soplo, sin que nadie, tal vez, haya podido imaginar que hoy, 23 de abril, otra multitud de universitarios (y de vecinos que no lo son) estará en la calle en defensa de aquella Universidad pública y gratuita que soñó Zarini en los imborrables días del ayer.

Fotografía: gentileza Diana Zeballos.