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¡Hop!

Hace veinte años el recordado Turco Pedro, autor de la humorada, me pidió que fuera respetuoso de la verdad histórica pero sobre todo de la filosofía de la época. Conjeturo adónde apuntaba la sugerencia. Cuando ocurrió el hecho corría el año '63, y, como se sabe, todo hombre es hijo de su tiempo. "Era una época gloriosa, había dinero, alegría, éramos jóvenes y sobre todo teníamos ese capital típico de la juventud: la inconsciencia", señaló Pedro. El visitador médico era un integrante de la otrora logia secreta conocida como la Peña Amigos de la Burla, cuyo presidente fue el incomparable burlador Homero Fortunato. La noche que escaló los arduos muros del Conformismo lo encontró en la ciudad de Olavarría. Allí había llegado por estrictas razones laborales, y el atardecer de aquel viernes memorable lo sorprendió en la duda geográfica existencial. Pedro no sabía si volver a Tandil o quedarse en la metrópoli del cemento. Lo decidió el cansancio y el atractivo del hotel Savoy, un hospedaje donde todos estaban tan locos que el albergue era conocido como El Hotel de la Familia Adams. De modo que tras la ducha reparadora se juntó con los cuatro colegas de ocasión, tomaron un café y se preguntaron con qué entretener esas horas muertas que sucedían entre el trabajo de visitar galenos y los viajes por las rutas de provincia. A uno de ellos se le ocurrió la idea de ir a un circo recién arribado al pueblo. Llegaron cuando la función estaba empezando. Era un circo brasilero de poca monta pero vendido como si fuera el Circo de Moscú. "Eso fue lo que más me molestó, esa forma barata de estafar al público", afirmó Pedro. Lo cierto es que el circo era tan malo y el quinteto de viajantes tan jodón que de entrada llegó la primera advertencia por parte del presentador.

-A ver si los visitadores se comportan -dijo el tipo.

Hasta que en el epílogo de la función sucedió lo imprevisto. El fantoche fosforescente anunció que había llegado el momento de presentar al gran Mister Sullivan. Entonces, colgado de un trapecio, apareció un personaje que parecía el Bicho Moro con la camiseta de Excursionistas. Una mezcla rara de croto con atleta. El tipo hizo dos pruebas junto a un trapecista gordo que era su partenaire para el lucimiento. A veces se enlazaban en el aire, en otras ocasiones Sullivan se tiraba desde el trapecio más alto y el gordo lo abarajaba de las muñecas despertando unos módicos aplausos de la concurrencia. Hasta que el presentador dijo que a partir de ese momento Mister Sullivan haría unas pruebas con capucha, o sea a ciegas. El trapecista gordo se ubicó en el piso y durante los primeros ejercicios ofició como lazarillo del encapuchado. Con un brevísimo "¡Hop!" a modo de contraseña le ordenaba al otro cuándo debía saltar desde el trapecio. Era la modalidad que habían encontrado para que Sullivan se arrojara a ciegas con la certeza de que el otro lo estaría esperando para agarrarlo. Entonces, como corolario de la rutina artística, bajo el crescendo de los tambores, el presentador tomó el micrófono y dijo:

-Les pido a los visitadores médicos que hagan silencio porque ahora Mister Sullivan hará un triple salto mortal con capucha.

Entonces al Turco Pedro, inspirado en el demonio, le vino a la mente la idea fatal. Disimulado entre el público y mezclado con el repiqueteo expectante de los tambores, deslizó la onomatopeya como si estuviera soltando un hipo:

-¡Hop! -cantó.

El trapecista, obedeciendo automáticamente la orden que creía venir de su lazarillo, se largó al vacío, pero mientras caía en picada no encontró ni la mano salvadora de su partenaire, ni la tabla del otro trapecio, ni nada de donde agarrarse para evitar el choque. Venía a los manotazos como ciego nuevo y lo salvó una red que le mandó la providencia.

Después del golpe el tipo se sacó la capucha y encaró derecho para la tribuna en busca del ¡Hop! asesino. Entonces llegó la policía y se llevó al burlador a la taquería. Lo tuvieron toda la noche en el calabozo y al amanecer la suerte estuvo de su lado: el médico forense de la seccional era un cliente suyo, así que lo subieron al patrullero, lo llevaron hasta la rotonda del pueblo y lo dejaron ir con las primeras luces del alba sin imaginarse que treinta años después aquel ¡hop! increíble se iba a convertir en leyenda.

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