Baúl de la memoria VOLVER
El Bar Ideal, ya en plena
década del 50, entró en una suerte de páramo motivado por las penurias a que lo
exponía el nuevo patrón de apellido Fernández.
El hombre, que había cambiado
el toldo haciendo colocar uno de hierro con alambres, ahuyentaba a la clientela
con actitudes inentendibles para el propietario de un café: a las siete de la
tarde, sin mediar palabra, solía empezar a bajar las persianas del bar, acto
que prefiguraba la expulsión de los pocos parroquianos que sobrevivían al holocausto
gastronómico del nuevo dueño. O se le antojaba abrir de mañana las puertas del
boliche pero dejando una sola persiana levantada, con lo cual los parroquianos
se veían inmersos en una penumbra de anochecer cuando aún no había llegado el
mediodía.
Todavía se recuerda el episodio
en que una pareja de turistas le pidió al mozo dos café con leche, tostadas y
mermelada de naranja.
-Mermelada no tengo -dijo el
mozo.
El turista, extrañado, preguntó
qué gusto había disponible.
-Ninguno, porque al patrón no le gusta la mermelada -sentenció el mozo con ella llaneza brutal que tiene la gente simple para decir la verdad.
El Ideal fue uno de los pocos bares que pudo exhibir esos desplantes aunque afectara los ingresos en la caja registradora.
APORTA TU PENSAMIENTO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.