Baúl de la memoria VOLVER
Mientras a fines del siglo XIX se esperaba con ansiedad los
ecos del silbido del tren aproximándose a los pueblos vecinos, los tandilenses eran
testigos de una demorada mudanza que daría que hablar: la del cementerio viejo.
En 1882, año en que los vecinos se quejaban por el mal estado de las calles, por la dimensión de los cicutales, por los deslices en el servicio de alumbrado público mediante faroles, y hasta por la lluvia, que no aparecía ni en tiempo y menos aún en forma, parecían haberse convertido en el dialecto serrano, escribió una pluma del periódico El Eco que había sido recientemente fundado por Juan Jaca y Leopoldo Carpy:
"Ahí está, á corta distancia de la plaza principal, el que en un tiempo fue asilo de nuestros muertos y ahora, en medio de ruinosas paredes, solamente sirve para atestiguar la desidia municipal. El cementerio viejo, que debió desaparecer desde el momento en que se inauguró el nuevo, permanece aún con sus sepulcros derruidos y tapias caidas, confundido con las casas de las orillas del pueblo. Esto no sería lo peor. Pero es el caso que en ese recinto sagrado existe gran cantidad de restos humanos que están á la espectación pública ofreciendo á la vista á un mismo tiempo cuadros tan tristes como vituperables; tristes porque cosa triste es que, los que nos han precedido en la jornada no puedan reposar cubiertos por los diez palmos de tierra que un dia ú otro allanan las gerarquias de la vida, y vituperables, porque es digno de severa reprobacion que entre gentes civilizadas se miren con indolencia estas cosas tan merecedoras de respeto".
Fuente: Tandil, El Libro de Oro, de Elías El Hage
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