Baúl de la memoria VOLVER

Todo es Historia: Recuerdos de Moritat

Si alguien cometiera el albur de intentar contar la crónica de un pueblo a través de sus bares, ¿qué lugar le habría tocado a Moritat en la historia? Es complicado. Sus habitués no querían hacer nada de lo que estaba haciendo la juventud de entonces por el mundo. Ni la utopía del Mayo Francés, ni salir a pintar paredes con aquella consigna idealista que decía La imaginación al poder. Cierta prosperidad de familia los inhibía de acercarse a esas cuestiones que el marxismo y la filosofía habían entendido como la cifra de la época: la lucha de clases y el eventual triunfo del proletariado. Estas palabras, lo sé, provocarán ciertas risitas capciosas en algunos lectores para quienes hacer subir a Marx por la escalera de Moritat sería algo tan ridículo como imaginarnos a Juan Antonio Salceda pontificando su comunismo utópico en el Club Hípico. Pero algo, en efecto, ocurrió más allá de Marx y de Salceda: la prosperidad de familia que los parroquianos de Moritat suponían eterna, feneció hace ya bastante tiempo. Y también, para ser coherentes con el proceso histórico-político, fenecería Moritat.

Ubicada en la Galería 9 de Julio, su dueño era Oscar Saliani y a ese ámbito curtido por la aristocracia del barrio lo asoló una generación de vecinos para quien Moritat será siempre un nudo en el alma, la estación de un tren que no volvería a pasar. Casi todos los boliches de Tandil tuvieron una estética y una ideología. El Cisne fue el refugio del arte y la bohemia. El Ideal se constituyó en el bar más democrático: podía ir tanto el último ciruja como el propio intendente. Desde el Bar Moderno hasta La Vereda un boliche tiene su marca de origen en la personalidad. Lo tuvo la Rex, con la pesada por un lado y la ilustración por el otro. Lo tuvo Flamingo y también lo tuvo Moritat. Era el boliche cool de los setenta, donde los prejuicios y la frivolidad se daban la mano en el arquetipo embalsamado en el atuendo a lo Moritat del que hacían gala sus clásicos parroquianos: remerita Chemise lacoste, pantalón jean Levy 505 y mocasines Guido (datos que agradezco a la memoria privilegiada del arquitecto Rudy Peña).

Ciertas postales de aquella Moritat convocan a la sonrisa. El amigo Patricio Fernández evoca la jornada en que los varones de entonces se paraban en la puerta de la Galería 9 de Julio, en plenos carnavales, para surtir a globazos a todo cuanto ser vivo anduviera por allí. Una de esas tardes dicen que venía el Chincuito Chincuegrani a bordo de su camioneta doble cabina. Alguien le sacudió un globo y el Chincuito, volando de la calentura, se bajó a increparlo. Pero cuando volvió a la camioneta sucedió el acontecimiento formidable: el Chincuito, desbaratado por los nervios, se subió a la doble cabina pero desde la puerta de atrás, de modo que cuando quiso agarrar el volante se encontró manoteando el respaldo del asiento delantero. Son perlitas imperdibles. Como el día que el joven vecino Ricardo Cali Usandizaga, desde el balcón del quinto piso del edificio de la galería, arrojó un objeto volador no identificado cuya naturaleza todavía sigue en discusión. El entonces oficial de calle Néstor Coco Vapore, a cargo del procedimiento, juró que se trató de un profiláctico cargado con 5 litros de agua. En cambio los diarios de la época definirían al proyectil como un "globo congelado", pero su tirador lo precisó simplemente como un globo de fiesta de cumpleaños con 5 litros de agua en su interior, el cual lanzado desde tamaña altura configuró la temeraria caída de un objeto de 25 kilos de peso que destrozó el techo del Falcon, dejándolo pegado contra el piso del coche, y condenó al lanzador a una detención de cuatro días en la comisaría.

Moritat, para siempre, tendrá que ver con lo fashion, que suele ser la suma entre lo moderno y lo quisth. Me comentan que había veces que a Oscar, en la barra, lo asistía un allegado improvisado en la materia. Y ya se sabe que la sabiduría de un barman no se aprende de un día para otro. De eso se convenció nuestro personaje la tardecita que le tocó atender a un parroquiano del boliche.

-Traéme un destornillador -pidió el cliente, dispuesto a disfrutar del trago de la época: la mezcla entre vodka y jugo de naranja.

El aprendiz de barman fue hasta la cocina. Volvió luego de un largo rato con la bandeja vacía y un gesto de impotencia en la cara.

-Perdone pero el destornillador se lo debo. No pude encontrar las herramientas por ninguna parte -remató logrando el mejor gag que Moritat le haya dejado a la posteridad.

Fotografía: gentileza eldiariodetandil.com

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