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Una foto del Pata Prestifilipo

Durante el tiempo que estuve escribiendo las Memorias del Bar Ideal dos fotografías busqué afanosamente: una, la del Ideal con la garita policial en la esquina de Pinto y Rodríguez; la otra, la del Pata Prestifilipo, un personaje hecho del pintoresquismo urbano del Tandil de los años felices que solía habitar una de las mesas del bar.

A la foto de la garita la encontré tiempo después que salió el libro. A la del Pata ayer nomás, o sea doce años más tarde de aquel librito, el primero y tal vez el último que se escribió sobre el también llamado "bar de los milagros". Tal hallazgo se lo debemos a Pascual Pina, impulsor de la muestra "Vecinos entrañables" (todavía las imágenes se exhiben en el foyer del Teatro del Fuerte). En el archivo del querido fotógrafo Horacio Bechi apareció la reliquia: ahí está retratado, tal cual pueden ver los lectores, el Pata Prestifilipo en su más genuina dimensión. Posando, si se quiere, para la foto, despatarrado en un banco de la Plaza Independencia, lugar que era como su casa misma. Detrás aparece una de sus bicicletas, pero no la de la leyenda, a la que se conoció como la primera bici 4x4, es decir con doble tracción: pedales convencionales abajo y pedalera extra sobre el manubrio. Esa bici, de haber sido rescatada del olvido o de la chatarra, debería estar en el Museo del Fuerte.

¿Cómo explicarle a las nuevas generaciones quién fue el Pata? Decir que fue un canillita de los de antes, es cierto. Pero también resultaría escaso como descripción. Era un tipo extraño, al igual que casi todos los locos lindos y los locos chapa que habitaron aquel pueblito de las décadas del 70 y 80. Era hosco, parecía no tener a nadie más que a su sombra en este mundo, y pasaba horas en la plaza esperando la salida de la Nueva Era. Seguramente contaba como clientes a suscriptores de muchos años, a quienes les alcanzaba el diario. Ese detalle de una vida en cámara lenta lo explica el hecho de que por entonces Nueva Era fuera un imperio: es impensable hoy -aunque Nueva Era haya cumplido cien años y todavía persista en modo de piloto automático- un periódico que salga a la calle después de la siesta. Así era la vida entonces, como algo que empezaba después de la siesta. Y el Pata Prestifilipo, en su modalidad de personaje border, la representaba cabalmente.

Al final de su biografía -porque casi todos los finales son tristes y grotescos-, lo poseyó una suerte de delirio místico. Ocurrió en el 92, cuando se lo vio caminando como extraviado con un piloto blanco. Con las paletas de un lavarropas de los de antes simulaba o creía tener un megáfono y andaba por las calles propiciando la buena nueva a quien quisiera escucharlo: "¡El señor está por llegar!", gritaba. La bicicleta fue su mundo. A veces nadie sabía cómo hacía para llevar los diarios en una mano, adentro de un morral, y dos cajas en cada extremo de su prodigioso artefacto. Una de galletitas y otra gran caja de plástico habitada por los objetos más inverosímiles.

El Pata Prestifilipo -como Culito, el Bicho Moro, la Globera, Macoco, la Negra María, el Loco Montalvo, Cacheta, Cachafaz y el Loco Pito- formó parte de una genealogía completamente extinguida. Ya no hay locos lindos ni locos chapas. Se desvanecieron en el aire como un gesto póstumo de delicadeza frente a lo que iba a venir: la era del vacío, la posmodernidad híbrida del siglo veintiuno. Y si queda algún loco suelto mejor no levantar la perdiz: la Perrera de las Buenas Costumbres suele estar al salto para cazarlos.

Fotografía: Horacio Bechi

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