La pareja anda en una furgón muy moderno que hace las veces de casa rodante, y que debe ser el sueño de todo el que quiera recorrer el país con hospedaje gratuito. Un himno al movimiento.
El tipo está parado frente La Muzza, a la espera de que algún lugareño le diga cómo llegar al Cristo de las Sierras. Le indico el camino y el turista se ubica de inmediato, pero al toque pregunta: "Ah, por ahí tiene la casa Del Potro, ¿no?". Le digo que sí y me dice que él es fanático de Delpo. Entonces les recomiendo que vayan a una casa del Barrio Falucho y se saquen una foto con el furgón frente al portón de esa casa, a unas diez cuadras de donde estamos. "Contra ese portón la Torre de Tandil dio sus primeros raquetazos cuando era un niño. Es el lugar donde empezó todo. Tal vez si no hubiera existido ese portón, la historia del niño prodigio nunca hubiera ocurrido", le digo con cierto énfasis entre filosófico e histórico.
Me mira raro: le digo que muchas veces pensé que Boby
Fischer podría haber aprendido el ajedrez jugando de chico en el piso damero de
la casa de un vecino. Nadie sabe de dónde viene la misteriosa musa a enseñarnos
el camino, reflexiono con La Muzza detrás. Pero no lo convenzo: el tipo insiste
con ubicar la casona de Delpo a metros del Cristo de las Sierras. Su mujer, más
dúctil o para salir del paso, me pregunta por la dirección exacta de aquel
chalé de clase media que supongo que todavía existe. "¿Pero vieja, vamos a
ir hasta ahí para sacarnos una foto al lado de un portón?", le dice el
tipo, fastidiado, imposibilitado de mirar medio metro más allá de sus borcegos.
Los saludo y me voy pensando que esta
una de las razones por las cuales jamás se me ocurrió trabajar de guía
turístico. Para evitar que me salten los genes del árabe iracundo que heredé de
mi padre.
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