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Adentro

Un día iba a pasar. Lo extraño, en verdad, no es que Claudio "Lucifer" Castaño haya ido preso; lo raro es cómo estuvo libre hasta ahora.

Se sabe que si alguien lo estaba esperando, es alguien o ese algo era, en abstracto, el Poder Judicial. En concreto: una larga fila de jueces, fiscales, funcionarios y colegas que literalmente lo detestaban. Pues bien, ayer fueron por él y desde hace algunas horas Castaño está preso. No se ha privado de nada para llegar a tan incómodo domicilio, incluida la presunción de un delito aberrante. Habrá que ver cómo le irá en la cárcel de acuerdo al tenor del prontuario con que ingresa.

De Castaño se ha escrito mucho y hasta lo que ahora se siga escribiendo tal vez sobre. Su redundancia para el escándalo, su inmenso narcisismo, su flojedad de papeles a la hora de ejercer la profesión (quizá haya algún abogado con menos escrúpulos que él, pero provisto de inmaculados guantes de seda), todo lo que en sí y desde hace tantos años Castaño encarnó, no pueden sino asimilarlo a un personaje más cerca de Ionesco que de Shakespeare. Más absurdo que trágico, más patético que dramático.

Le encantó, hará algo así como una década atrás, que en la radio lo bautizara con el apodo de Lucifer. En realidad, lo hice como una ironía sutil, porque hasta para llegar a la categoría de diablo hay que tener un talento del que carece. Pero a él hasta le pareció un halago, tal el ego descomunal que lo habita. Entre las muchas fotografías que quedarán de Castaño en el vasto archivo de la desmesura, hay una yendo en carruaje a su casamiento por Belgrano hasta la Iglesia Matriz. Si buscaba desesperadamente la fama, tocó la gloria cuando representó a un novio del finado Ricardo Fort y se paseó por los estudios de televisión convencido de que primero como celebridad venía Burlando y luego él, aunque su ídolo de siempre era Jorge Dames.

Empezó a caminar hacia la cárcel el día que lo acusaron de quedarse con el dinero de tres de sus clientes, fondos que, dijo, serían destinados para el pago de coimas a funcionarios de la justicia como policías. La estafa ocurrió en 2019 y le valió una sentencia de 3 años y 8 meses de prisión, habiendo incurrido, como abogado de los encausados, en una mejicaneada que el ambiente del lumpenaje hostil no suele perdonar. Habrá que ver cuánto tiempo, finalmente, estará preso. No será el encierro, tal vez, su peor pesadilla. Cuando el impacto de la noticia se diluya entre otras, es decir dentro de dos o tres días, Castaño empezará a vivir lo peor, el dolor de la llaga ardiente: que no hablen más de él. Que lo arrope el olvido. El castigo más doloroso.

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