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Se estima que aquel domingo
Sansón no estaba del todo seguro y le falló la inspiración. Ese fue el
argumento escuchado en el Bar Campeones cuando un parroquiano recordó el
episodio de 1977. Ocurrió en el Estadio San Martín y el gigante lo protagonizó
junto con Pablo Viana.
Se habían convertido en amigos del fulbito y de la cancha. Sansón atendía el negocio de los jueguitos electrónicos de calle Pinto -flippers y metegol- y Pablo era cliente del lugar. A pesar de que físicamente eran muy distintos, ambos se habían consagrado por la audacia para colarse al Estadio. Cada domingo burlaban la vigilancia policial a la hora de saltar la altiva reja que los separaba de la cancha. El acto era ejecutado durante los 45 segundos que tenían para tomar carrera, treparse a la verja que estaba a un costado de las boleterías -detrás de la antigua tribuna de madera- y pegar el salto al otro lado, antes de que volviera a pasar el Gordo Puchi, el policía que patrullaba el lugar. Pero aquel lunes Sansón salió en la foto del diario El Eco con la punta de la reja clavada a la botamanga del pantalón, colgando cabeza abajo, con su metro noventa y sus 110 kilos expuesto a la burla de los vecinos. El sargento Puchi aparecía a su lado, como exhibiendo un trofeo de guerra.
Muchos años después recordé la refutación a la inspiración del escritor Abelardo Castillo: No creo en la inspiración. Poe ya explicó para siempre el malentendido que encierra esa palabra. La inspiración fue un invento de los poetas románticos del siglo XIX, y muchas veces es sólo una coartada: un modo de no aceptar los absurdos, los titubeos, las casi vergonzosas indecisiones que preceden a la construcción de una obra de arte. Colarse al Estadio con el intrépido salto de la alta reja que daba a la Avenida Rivadavia se había consagrado como un hecho artístico para los dos amigos. Ese día lo que falló no fue la inspiración en la extraña agilidad del gigante Sansón, sino el segundo de indecisión, de duda. Hasta para tomar carrera y cruzar una reja de dos metros hay que sentir la convicción con que los dioses nos arrojan hacia nuestro destino.
Ilustración: Andrés Llanezas.
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