Historias VOLVER
Hoy cumple 45 años de vida Roqui Electrónica. Una historia que Jorge Quique Blazina empezó de esta manera. A los 14 años, en el galpón de la casa paterna, empezó a desarmar radios, veladores y planchas junto a su amigo Roberto Peralta. Pero su primera experiencia real lo convenció de que no había elegido el oficio equivocado: compró una radio rota en un remate, la desarmó y al rato el aparato cobró vida. Corría 1968 pero debió esperar ocho años hasta que sacó su primera chapa de cuentapropista solitario. Distinción que realizó trabajando a la par como empleado en Tahersa, una fábrica de fundición de Villa Italia a la que renunció a los 21 años después de que la patronal le negara aumento de sueldo, vacaciones y horario corrido. Eran demasiadas postergaciones para seguir aplazando el sueño del emprendimiento propio. Es la misma época donde Roberto Peralta -que nunca fue un socio real- toma por otro camino comercial y de aquella experiencia amistosa quedará lo que habrá de ser el nombre definitivo de la empresa: Roqui Electrónica, razón social basada en la unión de las siglas Ro, de Roberto, y Qui, del mundanal Quique con que media ciudad llama a Jorge Blazina. "Renuncié a la fábrica y me largué solo. Fue el 1º de junio de 1976 en el galpón de la casa de la familia, sobre calle Pellegrini. Después le alquilé el garaje al viejo y puse el local a la calle. Y el primer día que abrí empezó la gente a traerme sus cosas para que se las repare". Jorge Blazina estuvo catorce años en aquel lugar, al que ambientó con una vidriera de comercio y un letrero de considerables dimensiones con el fin de realzar la imagen del aún modesto negocio destinado a la reparación de radios y televisores. "Tenía como capital lo aprendido en la Escuela Técnica y la curiosidad de conocer ese mundo de radios antiguas y televisores en blanco y negro. Así que me fui haciendo en el día a día, de puro metido nomás", aclara coloquialmente desde su formación de técnico autodidacta al que no le quedó artefacto por desarmar y reparar. Hasta que en 1990, Jorge se atrevió a poner el primer pie en la calle comercial por excelencia de la tandilidad: Rodríguez al 1230. "La cuestión de los repuestos fue casi una casualidad. En vez de traer una válvula para mi taller, traía cinco... por las dudas. Y así con todo. Entonces los colegas empezaron a comprarme, porque había una diferencia tremenda con los precios de otra gente del rubro. De modo que empecé a venderle al gremio... por entonces no me había siquiera imaginado que podía venderle algo al cliente común". Con la llegada de la globalización, en pleno año 2000, el uso más utilitario de la tecnología y el cambio de costumbres coincidió con otra mudanza, la cual sería definitiva en la historia y el desarrollo del emprendimiento. "Un día pasé por Rodríguez al 1300 y vi la fachada de una casa muy vieja. El letrero de la inmobiliaria Gorostidi estuvo un montón de tiempo, como si ello fuera una señal en sí mismo, porque en Rodríguez nunca un cartel de venta o alquiler duraba demasiado... Hasta que me decidí a comprarla en 18 cuotas, pero en dólares. Tuve la corazonada de que todo saldría bien. El 1 a 1 del momento no se movió y mientras pagaba las cuotas empezamos a voltear paredes hasta que terminamos haciendo toda una obra nueva".
A partir de entonces Roqui Electrónica construyó en el mercado -por su formidable caudal de stock- una certeza que se convirtió en la mejor publicidad. "Nosotros siempre tuvimos lo que no tenía nadie. Un cable, un conector, cualquier cosa difícil de encontrar...", dice Jorge para explicar una de las improntas de su negocio. La consigna terminó configurando una fortaleza competitiva en términos de posicionamiento y liderazgo: "Todo lo que veo lo traigo", confiesa el emprendedor revelando su estrategia comercial, hecho que dio pie a un cuasi slogan definitivamente instalado en el imaginario colectivo del tandilense medio: Si estás buscando algo raro, andá a lo de Roqui. Un negocio poblado de miles de productos, de todas las formas y colores, es el imán de lo que hoy expresa Roqui Electrónica para su clientela de más de treinta años. "El servicio, la perseverancia, la responsabilidad son las marcas registradas de esta casa", resume Quique.
Hasta el escritorio de Blazina se encuentra atestado de toda la gama de los tentadores fetiches de la posmodernidad, pero al lado de la notebook del emprendedor aparece un emblema sagrado para su vida: el tradicional escudo de Ramón Santamarina. Es la otra gran pasión que cultiva Quique desde los años que compartió la epopeya peregrina del aurinegro llevando en sus manos el estandarte de la legendaria Barra del Bombo y el Muñeco.
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