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No se lo llevó la pandemia sino un conflicto societario, pero
entre la imagen fantasmal que asola al centro en estos días hay que sumarle el
cierre de Renzo, un emblema del helado desde hace no menos de cincuenta años, y
reciente confitería.
Fue el helado por excelencia del Tandil de los años felices. Es
cierto que antaño la competencia era menor y menos glamorosa: habría, como
mucho, tres o cuatro heladerías y no más de media docena de gustos a elección.
Nadie nunca supo la receta de la maravilla, por los helados de Renzo cotizaban
por su delicia. Muy detrás en el gusto del paladar estaban Laponia y La
Porteña, una clásica heladería de barrio ubicada al fondo de la Avenida España.
Pocos saben además que el tío de Mauricio Macri comercializaba en Tandil una
marca de helados que compitió contra
Laponia, pero que a Renzo ni lo rozó.
Renzo sufrió el primer azote cuando debió irse de su lugar
tradicional, un local espacioso sobre calle Rodríguez, a media cuadra de Mitre,
y donde construyó su notable historia. Era un momento de la ciudad donde
existía el cliente cautivo por las suyas, por su propia voluntad. Había como
una suerte de fidelidad a la marca, pero también al dueño del negocio, a quien
conocían largamente, tal como se conocían los vecinos por entonces, donde la
sociabilidad del cara a cara, una fidelidad en los usos y costumbres y la
portación de apellido, tenía mucho que ver con el éxito de un emprendimiento. Un
cliente menos volátil y una marca que lograba imponerse en un tiempo
relativamente corto eran la garantía de un negocio próspero. El que llegaba
para competir debía lidiar con estas cuestiones a menudo intangibles, más
propias del capital simbólico en el pueblito de las 70 mil almas donde todo se hacía a mano, desde
los helados hasta las mesas, los ataúdes, las fundiciones, las casas y la cosecha.
Faltaban entonces muchos años para que apareciera la heladería gourmet, ese nuevo estilo al que se acopló el regreso de Renzo (Junior), donde el helado se presentó de una forma más glamorosa y sofisticada, a la manera con que lo hicieron Pronto y Figlio. Un grupo menor de comerciantes del rubro decidió presentar batalla desde cierto tradicionalismo con marca propia, como es el caso de la Helados Pepe, pero la tendencia no tendría punto de retorno. Durante esa batalla por ganar un lugar en el mercado, al que Renzo había logrado llegar, incluso a través de su cafetería, lo encontró la noticia menos esperada: un reciente conflicto societario entre las partes llevó al cierre de la empresa. Entre las imágenes que propone un adiós (que no sabemos si es transitorio o será definitivo) se recordará el histórico día del apagón mundial: Renzo fue uno de los pocos comercios que contrató un camión con un grupo electrógeno para continuar el servicio.
La imagen de Renzo cerrado desde hace un par de semanas se suma en estas horas a los difíciles momentos que vive el comercio en medio una pandemia que no da tregua y que impone restricciones en sectores ya de por sí muy golpeados, como es el caso de la gastronomía. Hay que pasar el invierno, sostienen muchos, pero otros, con razón suficiente, se preguntan: ¿cómo? Veremos si Renzo, que todavía tiene la marca a su favor (lo cual no es poco) vuelve por su historia cuando florezca la primavera o, en cambio, se perpetúa como un nuevo fantasma del pasado.
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