Artículos VOLVER
Hay veces que la historia se petrifica. Queda ahí, congelada
en una imagen que permanece incorporada al paisaje pero en estado vegetativo.
Es lo que ha pasado con lo que queda del Hotel Crillón.
Lo fundó, según los memorialistas, el Gallego Cuba. Y se
incorporó al lote de aquellos hoteles típicos de hace cincuenta años, como el
Savoy, el Kaiku, el Ramírez, hoteles modestos que recibían a viajantes de
comercios, visitadores médicos, turistas gasoleros. Construido en el 62, el
Crillón fue uno de los primeros edificios en altura pero devenido en hotel,
lejos en su origen del edificio de departamentos fundante, el primero que tuvo la comarca, el de
la Compañía de Seguros La Tandilense, levantado en 1949 por el constructor Francisco Torzillo,
Pero un día de nadie sabe muy bien la fecha exacta y tras la muerte de Cuba el Crillón cerró sus puertas. Hará algo así como quince años, por darle una fecha tentativa. Y si bien hubo intentos para reflotarlo, jamás se pudo remontar una falla de origen: la propiedad es una especie de intrincado PH: por un lado está el hotel, con su fallecido dueño y el enigma de su descendencia; por el otro las cocheras ubicadas debajo del hotel, cada una con su propio dueño y un tercer cuchitril, por llamarlo así, que era según recuerdan los memoriosos el lugar donde se administraba esas cocheras. Ergo: el enredo legal entre tantos propietarios (algunos vivos y otros que ya no están en este mundo) hizo imposible que el Crillón volviera a la vida en un punto privilegiado, pero completamente fuera de mercado para el rango que tomó la hotelería del siglo XXI en Tandil.
No es el único lugar que se quedó sin futuro y cuyo pasado a casi nadie importa. Ocurre que su fenomenal visibilidad, por la ubicación, hace aún más insólita la desgracia de esta suerte de hospedaje-mausoleo, ya decrépito, horadado por el tiempo, cerrado y vencido.
Así las cosas, el Hotel Crillón se inscribe hoy más como un problema que como una posibilidad. Nadie sabe qué hacer con una construcción fantasmagórica que se quedó sin pasado y, debido al entramado legal en el que está inmerso, sin porvenir. Petrificado, como una bóveda sin dueño y vacía, a 45 metros de la vuelta al perro, en medio de la burbuja inmobiliaria y la tendencia inmigratoria sin pausa que llevaron a valores astronómicos el precio de la tierra y de las propiedades en la ciudad, aquel hotel que anheló el gallego Cuba a mediados del siglo pasado no tiene chance a la vista. Ni el consuelo de un reciclado más o menos digno, ni la piedad de una demolición que acabe con el último acto de nostalgia. Nada. Parece que quedó ahí para siempre, tangueramente, con la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
APORTA TU PENSAMIENTO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.