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No fue una teja la que mató a José Curú

Lo veo venir bajo los árboles de Centenario (hoy Fuerte Independencia) y tengo la impresión de que el cruce terminará en una charla. No sé quién es el hombre que ahora detiene el paso y me dice que hace tiempo me estaba buscando. Le pregunto cómo se llama y cuando suelta el apellido le devuelvo la intención: "Yo también, mientras escribía el libro de Dipi, procuré en vano encontrar a alguien de su familia".

¿Quién es este vecino que bajo el sol apacible de noviembre, a metros del bar Antonino, de mediana edad y prolijo aspecto, intenta ir más allá del velo negro del misterio respecto a su padre y a quien escribió sobre la muerte de su padre? Es el hijo de Jorge Curuchet, un apellido que en Tandil puede decirnos muchas cosas -a raíz del célebre médico, autor del libro Mis vivencias con los pájaros- pero también disparar otras interpelaciones. Como por ejemplo la que ahora el Curuchet de este artículo expresa procurando que se desvanezca la bruma del misterio.

-¿Tu padre fue el personaje que detonó la novela Minga, de Jorge Di Paola? -le pregunto.

-Exactamente -confirma.

-O sea, José Curú. Así se llamaba el personaje en la novela.

-Sí, pero en verdad mi padre se llamó Jorge Curuchet, y hace rato quería encontrarte para ver si vos conocés un poco de esa historia.

-¿La de la muerte de tu papá? -indago.

-No. La de la relación entre mi viejo y Dipi.

Entonces le cuento lo poco que sé. Cuando empecé a escribir Huyamos de aquí, el retrato sobre Di Paola, busqué un dato central, que es el que abre la novela. ¿Quién había sido José Curú? Para los que no la leyeron, Minga se inicia con una noticia terrible que le llega al protagonista y narrador, el profesor Pablo Von Paulus (alter ego de Dipi): la muerte por decapitación de su amigo José Curú en una playa de Ipanema. Un "tornado tubular" arrancó una teja de un techo y guillotinó al tandilense Curú, mientras estaba tomando una caipiriña con Wanda, una mulata a orillas del mar.

-Primero, no fue una teja -me dice el hijo de Curuchet.

-¿Cómo que no? -porfío. La teja cumplirá un papel central en la novela escrita en 1984 y tras la muerte de Dipi, en 2007, en su propia tumba.

-No, no fue una teja. Nosotros estábamos ahí, siempre viajábamos con mi padre -dice mi interlocutor.

-¿Y qué fue?

-Un palo que se desprendió de una construcción precaria, tras una explosión o algo así. El palo voló y decapitó a mi padre que murió en el acto.

-O sea que la teja fue un recurso del autor -digo como para mí mismo.

-Supongo que sí, pero la pregunta que tengo para hacerte es si Dipi y mi padre eran amigos, porque eso es un completo misterio para mí. No logro vincularlos.

-¿A qué se dedicaba tu viejo?

-Era un empresario del petróleo, vivía viajando.

Le digo que no tengo la menor idea de si eran amigos, pero estimo, por cierto rasgo autobiográfico del texto, que sí, que había una amistad entre ellos, con todas las previsiones que nos presenta una ficción. O tal vez no, tal vez esa relación nunca existió y Dipi hizo suya la historia como disparador para arrancar Minga.

-¿Dónde consigo el libro? -me pregunta el hijo de Jorge Curuchet.

Le digo que vaya a Alfa, es una segunda edición que tiene una tapa de color naranja. Dipi recibe la noticia de la muerte de "José Curú" a través de un "tele-drama", lúcido neologismo que Von Paulus inventa antes de subirse a un micro, desolado, y terminar esa aventura narrativa en una playa de la costa bonaerense. Es una novela que tiene muchas claves locales y que en términos de mercado nunca terminó de arrancar. La mejor y más elogiosa crítica la recibió nada menos que del escritor César Aira.

Pienso ahora que debo tomarme en serio la palabra de Curuchet: fue un palo -y no una teja- lo que mató a su padre, cuestión que no le quita nada al azaroso horror de esa muerte.

-A Dipi lo volvía loco el tema del azar, las causas, los efectos y lo que no puede predecirse. El parpadeo insomne del Universo como una señal fúnebre que nadie advertirá. Una tormenta, una teja que vuela y decapita a un hombre que está tomando sol. Sea teja o palo, lo que se imponía en el relato era la proyección de esa carambola letal que terminaba, en un segundo, con la vida de un hombre.

-No fue la única muerte accidental en mi familia, por llamarlo así. Años después murió mi madre en choque en la ruta entre un camión y un micro -me informa Curuchet y agrega-: Ahí tenés algo más de material para tus historias.

Le cuento que la teja (ahora el palo) que mató a su padre en una playa de Brasil finalmente se convirtió en la lápida de Jorge Di Paola, sepultado en el cementerio El Paraíso. Construida en mármol blanco, la realizó el artista plástico Cristian Segura y junto a sus varitas mágicas se ha transformado en un ícono no sólo de la última morada del escritor, sino del cruce entre azar y tragedia que disparó Minga, la novela peregrina que escribió con la máquina que le prestó Carlos "Sopeta" Merlo, en su departamento de Constitución y Rodríguez, y en el local donde funcionaba la corresponsalía del diario El Atlántico, frente a Radio Tandil, que le cedía el periodista José Stellato.

Cuando el hijo de Jorge Curuchet se despide y sigue su camino, pienso en la elección puramente narrativa del autor al momento de plantar la escena que abre la novela. Una teja volando tiene una potencia literaria, como imagen, mucho más fuerte que la de un palo que se soltó de una construcción precaria. Se podrá inferir que para el caso fue lo mismo: teja o palo, el vecino Jorge Curuchet perdió la vida en una playa de Brasil, en Forianápolis, del modo menos pensado. O mejor: del modo nunca pensado. Y recordemos la cita-acápite que abre Minga, un hermoso corrido mexicano: La muerte no mata nada, la matadora es la suerte.

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