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En los pocos kioscos de diarios y revistas que quedan en la
ciudad y que resisten el tsunami de la era digital queda el único diario de
papel de la ciudad, El Eco de Tandil.
Todas las demás experiencias en la prensa de papel ya forman parte del pasado.
El año que se está yendo dejó en soledad absoluta al
matutino. El cierre de Nueva Era (ya
tratado largamente en otro artículo) venía precedido por el cierre de La Voz de Tandil y del periódico El Diario de Tandil. Ambos dejaron de
salir cuando apareció la pandemia, pero en verdad ya venían en franco
retroceso. La Voz de Tandil, que
formaba parte del multimedios del empresario marplatense Aldrey Iglesias, nunca alcanzó a hacer pie en el paladar del lector
local; El Diario de Tandil (cuya
versión digital co-fundé), con un esfuerzo sobrehumano que tenía a su pilar de
ventas, el Flaco José Luis Lanza,
como un verdadero sostén, llegó a aparecer todos los sábados durante al menos
dos años. Su conversión del digital al papel fue, a mi modesto criterio, un
error de quien lo dirigía, el amigo Ricardo
Berlari, pues era obvio que iba a contracorriente de la época. Mirado en
retrospectiva, es muy probable que este periódico haya sido el último intento
de su especie.
Pero no siempre fue el clima de época -es decir, en el
presente la hegemonía del campo digital montado sobre las nuevas tecnologías-
lo que hizo difícil la instalación de un medio de papel y su proyección en el
tiempo. Hay una combinación de factores que atentaron contra la ventura de los
muchos emprendimientos que se lanzaron desde, por lo menos, los inicios de la
década del 80. La resistencia al cambio, en una sociedad conservadora, es un
dato a tener en cuenta a la hora de sopesar los fracasos. El más resonante, por
la gran inversión y la tecnología de punta que trajo (nada menos que el sistema
offset) fue la quiebra del diario El País
y el Mundo. Funcionó donde hoy se encuentra Gymnos y realmente cuesta
entender cómo no lograron captar el mercado y doblegar -o por lo menos empardar
a El Eco y Nueva Era-. Un diario de calidad, que hizo temblar a sus
competidores, terminó de la peor manera, con un incendio dudoso (tal como antaño
solían concluir los malos negocios), y fue en verdad el único intento serio,
con mucha inversión, por hace prosperar un diario nuevo en Tandil.
Más de diez años después, ya a mediados de los 90, apareció La Mañana. Un productor de espectáculos
fue su director, un empresario local el hombre que aportó el capital y un
plantel de periodistas ocupó la redacción donde sobresalía la presencia de Jorge Dipi Di Paola. La Mañana se imprimía en los talleres de
El Popular de Olavarría, con lo cual
el director tenía que viajar todos los días al atardecer con los disquetes del
diario armado, esperar su impresión y volver de madrugada con el tiraje en el baúl
de su auto. La locura duró 93 días y de aquel diario fallido quedó para la
posteridad el "obsequio" de Di Paola. Cuando supo que el diario no
salía más y asumiendo que tampoco cobraría los meses adeudados, entró a la
florería Ros Mary y con el último billete que tenía compró una corona fúnebre y
se la envió al director del matutino. Fue su forma de enterrar el periódico y
sacarse la mufa porque otra vez se había quedado sin trabajo.
Periódicos (semanales y mensuales) hubo varios. Trabajé en
dos de ellos. La Opinión de Tandil, a
mediados de los 80, con la dirección de José
Stellato y una redacción donde estaban Dipi y Helena Berestain. Y El Tábano,
que editó Jorge Bruno, donde en una
entrevista que le hice a Nicola Parasuco
produjo una suerte de síntesis filosófica conceptual acerca de la moral: "Yo pienso que hasta para ser torcido
tenés que ser derecho". La entrevista fue en los altos del Club
Español y ocurrió meses después del más increíble allanamiento policial que se
tenga memoria en la ciudad: las mil personas que asistieron al operativo
policial en el exbunker de Parasuco en Villa Italia.
Por su parte Dipi editó la versión local de El Porteño. La llamó Sureños, la presentó en Aula Magna de la
Universidad, pero la experiencia no pasó del primer número.
De todas las revistas que pude leer -con excepción de Tiempos Tandilenses, un clásico que todavía sigue presente- la más glamorosa fue Suma, una publicación a color de El Eco, mensual, muy lujosamente editada, que tampoco pudo quebrar la maldición del papel y su efímera vida útil. Sin embargo, durante unos cuantos años nuestra ciudad sorprendió al mercado editorial teniendo tres diarios (sí, tres) coexistiendo en la comarca: El Eco, Nueva Era y La Voz de Tandil. El dato no es menor: dudo que en el rango de una ciudad intermedia haya habido otra que tuviera dos matutinos y un vespertino durante al menos una década en los kioscos y el reparto de los canillitas.
Otros tiempos se nos ha venido encima. El papel de diario y los dedos entintados van quedando atrás como tantas otras cuestiones. Tal vez lo que vaya a ocurrir en el mediano plazo es que los diarios que sobrevivan se reinventen en una edición de fin de semana, con mucha dedicación y nivel en los contenidos. Para hacer realidad el dictum periodístico que dice que la televisión nos muestra las cosas y que los diarios las explican. Sólo hay algo cierto e irreversible: las nuevas tecnologías también determinan los nuevos modos de lectura. Y más temprano que tarde (tal como hoy pagamos el cable, el estacionamiento y ¡el agua que tomamos!), cuando la resistencia cultural se quiebre frente al atávico rechazo, estaremos pagando un costo de suscripción mensual para leer en los sitios digitales eso que el papel se llevó.
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