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Es probable que nadie lo recuerde, tal la débil huella que dejó
en la ciudad, pero hace veinte años, un día como ayer -así como lo evoca la
sección de la contratapa de El Eco-
la cadena de Supermercados Toledo ponía un pie en la ciudad e inauguraba su
sucursal de Avenida del Valle, cuando todavía estaban tibios los restos
mortales de su colega Aragone. Su historia configuró uno de los tantos fracasos
de empresas foráneas que intentaron prosperar en la ciudad.
Vaya momento que eligió Toledo para llegar a Tandil. Lo hizo
en pleno corralito, en el mes más trágico de la historia del país. Cabe
recordar que apenas seis años antes había desembarcado la cadena de
supermercados Norte, produciendo una gran conmoción vecinal, sobre todo en el
rubro de los almacenes de barrio. Conservo en el archivo una nota donde se
advierte el sesgo de subestimación supremacista y amarretismo patético por
parte del directorio de Norte. Su gerente Alberto
Guil anunció a Nueva Era, sin
ponerse colorado, que el día de la inauguración "no habrá regalos, pero sí ofertas muy importantes más un festival de
fuegos artificiales que por su magnitud nunca se han visto en Tandil". (Nueva
Era, 15-11-95). En cuanto a Toledo, parece que el intendente Julio Zanatelli estaba en otra cosa o
le resultó un hecho menor la apertura de Toledo, a tal punto que envió como
representante del gobierno a su jefe de prensa, el periodista Rodolfo Bianchi.
Sabemos del paso efímero de Toledo en Tandil. Sabemos
también que después del tremendo impacto que produjo Norte -el primer mes las
ventas de Monarca cayeron un 60%-, las cosas se le pusieron cuesta arriba. La
novedad duró poco, aunque produjo un cambio en los rituales de conducta
ciertamente inexplicable para la sociología moderna: en aquellos días de la
apertura de Norte los tandilenses mudaron la habitual meditación dominguera en
torno al Lago por la ¿¡playa de estacionamiento!? del nuevo supermercado, un
hecho que tranquilamente podría enmarcarse en la categoría de ciencia ficción o
secuencia fantasmagórica, episodio que la literatura picaresca de la época
definió como "la traición al Dique".
El corralito también produjo lo suyo. En virtud de sus buenos modales y la cordial urbanidad que durante muchos años el amigo Oscar Musso había expresado como cajero del Banco Nación, el gerente de la institución bancaria delegó en él la agobiante tarea de conversar con los ahorristas que tenían sus dólares incautados por orden del ministro Cavallo. Una alianza tácita entre el gobierno, las instituciones intermedias y la Iglesia (con Cáritas a la cabeza) permitió tejer una red de contención para que Tandil no tuviera que lamentar saqueos. La única manifestación contra el corralito fue, casi, una obra de Fellini: se lo vio al líder de la Corriente Clasista Combativa caminando por Rodríguez al lado del comerciante y exbanquero Juan Vicente Martínez Belza. No hay acuerdo en la tradición oral acerca de si Juancho golpeaba una cacerola del Bazar Zabel o un tupperware, para no producir ruidos molestos que perturbaran al vecindario. Hubo aglomeraciones en la puerta de los bancos -como lo describe una de las fotografías de este artículo- pero no mucho más que eso.
Además de Toledo otro "emprendimiento" comercial llegó a la ciudad y si en algo se parece su suerte a la del supermercado fue la corta vida que aquí tuvo. Era la época donde la prostitución había tomado un sesgo fashion, por lo tanto en Buenos Aires estaban de moda las "Casas de Masajes" o "saunas", curioso eufemismo que encubría la actividad de la prostitución para una clientela de alto nivel adquisitivo. Con capitales foráneos y una suerte de improvisado gerente local que erró donde no debía errar -es decir en la location, la ubicación- el sauna lugareño se emplazó en un céntrico inmueble a mitad de camino entre la Escuela Normal y el Colegio de Hermanas... Hace veinte años el boca a boca era más fuerte que la sinergia de la que hoy disponen las redes sociales, razón por la cual tres horas después de que el sauna recibiera a su primer cliente (un conocido y ya extinto comerciante que esa noche tras el disgusto marital durmió en el Kaiku), medio pueblo sabía que el susodicho había visitado el lugar. Así, más pronto que tarde los potenciales clientes tandilenses supieron que quedarían fatalmente expuestos ante la curiosidad vecinal, y este hecho retrajo la demanda VIP y fue el principal detonante para que apenas tres meses después el sauna cerrara sus puertas sin pena ni gloria...
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