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¿Vendrá?

El aniversario lo amerita: 125 años. Es el tiempo de vida que cumplirá el Colegio de la Sagrada Familia. Para celebrar tamaño número se prevé una celebración religiosa en el Anfiteatro Martín Fierro. Una pregunta inquietante sobrevuela el acontecimiento. Ella, la monja con mayor peso específico de la Institución, la misma que hace ya un largo tiempo está lejos de los muros de su colegio y la ciudad, ¿vendrá?

La fotografía que ilustra este artículo la subí con un brevísimo posteo hace un par de años y se viralizó de manera fulminante entre lectoras y una generación de exalumnas de SAFA que nunca me habían leído ni compartían mis redes. Era una foto -y lo sigue siendo- estremecedora por una sencilla razón: la Hermana Alicia parecía haber doblegado al tiempo. Estaba -casi- igual a sus días de esplendor en la ciudad donde escribió seguramente los mejores años de su historia.

No hace falta ni aclarar lo que produjo esa imagen. Fue como un relumbrón unánime de la memoria de aquellas mujeres que la conocieron, una sacudida formidable de los sentidos, en perfecta consonancia con lo que producen ciertas personas que pasan por nuestras vidas: dejan huella. Naturalmente, la huella no es la misma para todos. Entre los comentarios al pie de aquella foto recuerdo el tenor de algunos: melancólicos, virulentos, admirativos, condenatorios, en fin, todo lo que suele ocurrir cuando se activa la memoria -la memoria verdadera, la memoria crítica, no la trampa de la nostalgia- y aparecen las voces del pasado, las nuestras, pero también las otras, y, sobre todo, la voz como un legado de actos y de pensamiento, de hechos y de dogmas, de la protagonista estelar de esta historia.

Sólo una vez a un par de tipos se les ocurrió traer del pasado, en carne y hueso, a un personaje memorable en por lo menos dos generaciones de alumnos. La idea, creo, fue del recordado Gustavo Gentile y del amigo Luis Lauge, quienes por entonces habían formado el centro de ex alumnos del Colegio San José. Era un golpe de escena magistral y el momento culmine de otra buena idea: los asados del reencuentro, que en 2002 habían empezado a propiciar precisamente eso, el volver a verse con los viejos compañeros del colegio con mayor identidad de la historia local. Gentile y Lauge entendieron que el asado requería de una visita ilustre, nada menos que un cura icónico del Colegio al que sus alumnos, por su inconfundible nariz aguileña, habían bautizado hasta el fin de sus días como el Sifón. Se llamaba José Cáceres y como suele ocurrir el apodo borró el nombre. El Sifón era un cura con todas las letras: de rigurosa sotana, no muy comunicativo pero careciente de la malicia que sí tenía el Coquito, se había hecho famoso por dos cuestiones. Una, la recurrencia de su cita preferida apenas entraba al salón: "Sólo sé que no sé nada". La cual le calzaba perfectamente a sus muy limitados saberes como profesor de Historia (le solíamos decir "Adán", por aquello de que si le sacaban la hoja se quedaba en pelotas). Pero más allá de estas cuestiones, el Sifón tenía algo importante: un carisma árido. Es raro un cura con carisma, y esta cuestión también fue la marca registrada de Sor Alicia, claramente una monja con carisma, más allá de cuánto se la quisiera o no. Está claro que se había ganado la inquina de muchos de nosotros cuando le prohibió a las chicas de SAFA -con una suerte de decreto retórico- el ingreso al Bar Ideal. En cuanto al Sifón, tal vez el momento más truculento que recordábamos se remontaba al día en que el alumno Marcelo Vallejos le salivó la sotana con tanta mala suerte que fue descubierto detonando una escena de película: el Sifón lo corrió por toda la galería y cuando lo alcanzó se levantó la sotana hasta las rodillas y descargó de puntín la patada de recto más truculenta que se recuerde en la rica historia del balompié del Sanjo.

Lo cierto es que el cura fue invitado al asado del reencuentro en la llamada quinta de los curas. El Sifón disfrutaba su vejez en un convento de Córdoba y, para sorpresa de todo el mundo, aceptó el convite. Se trató, literalmente, de un hecho memorable. No por lo que dijo ni por lo que hizo. Pero cuando apareció de entre la niebla del tiempo desvanecido, como un fantasma que ha declinado dignamente hacia el ocaso, pero aún está en pie como un árbol añoso y lívido, todos, supongo, lo volvimos ver en el aula, con su nariz filosa, sus ojos azules detrás de los lentes, y la mano lánguida que le fue estrechando a todos y cada uno de sus exalumnos, a quienes saludó mientras recorría las mesas como si estuviera caminando entre los bancos, hurgando el bajo fondo de los pupitres, lento y callado entre el humo de los asadores y la niebla de los recuerdos. Tal vez haya reconocido a varios de nosotros; quizá a ninguno, pero eso en el fondo fue lo menos importante. El asunto es que el Sifón estaba ahí, y nosotros también estábamos ahí, como si un golpe de magia nos hubiera puesto en el mismo lugar que hacía cuarenta años.

Leo ahora, veinte años después de aquel asado de leyenda, esta esquela: "El Colegio "Sagrada Familia" cumple 125 años y es un buen momento para el reencuentro. La alegría de este acontecimiento queremos compartirla con todos los exalumnos, profesores, docentes, personal jubilado, familias y miembros de la comunidad que de alguna u otra manera formaron parte del camino de la herencia de Misericordia que llega hasta hoy. La Congregación fundada por la Santa Madre María Josefa Rossello, en Savona, Italia, en 1837, que llegó a Tandil en 1896 y aquí se quedó desde aquellos lejanos tiempos, continúa su misión "con el corazón a Dios y las manos al trabajo" experimentando la ayuda de la Divina Providencia y la protección de la Virgen Madre de Misericordia". El slogan de la invitación dice: "125 años. Seguimos escribiendo la historia". Y la información se completa con el anuncio de una misa multitudinaria en el Anfiteatro Martín Fierro, el 15 de diciembre.

La noticia del aniversario y de la celebración amerita, pues, una pregunta que tal vez alguien de la Institución ya se haya hecho respecto a su más célebre personaje, hoy radicada en Alta Gracia: ¿vendrá?

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