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La inauguración del gimnasio polideportivo cubierto del Club
Independiente ocurrió el 26 de noviembre de 1977, exactamente 59 años después
de la fundación club rojinegro, y podrá considerarse como una jornada
antológica. El acto marcó una bisagra en las grandes obras de infraestructura
que necesitaba la Institución. Se realizó con un crédito bancario, el cual se
pagó religiosamente aunque para el club significó un esfuerzo que evoca la
máxima de Winston Churchill: con sangre, sudor y lágrimas. Fiestas,
celebraciones con sorteos de automóviles cero kilómetro, organización de
espectáculos y eventos afines, con la infaltable actuación en el escenario de
un hombre de portentosa figura que contaba sus desopilantes narraciones con los
ojos cerrados y su infaltable amigo Luis Pontaut a su lado. Nos referimos a
Justiniano Reyes Dávila, tal como lo mencionaban las crónicas periodísticas de
aquellas ceremonias en que Martignoni y su comisión directiva urdían para
recaudar fondos. La titánica empresa convirtió a la obra en un gimnasio modelo
que incluso trascendió el uso para el que había sido creado y se transformó en
una referencia deportiva, social y cultural para todos los tandilenses.
Entre los eventos dispuestos para la inauguración del
gimnasio polideportivo cubierto se realizó un cuadrangular de básquet entre
Ferrocarril Oeste, Gimnasia y Esgrima de La Plata, Lanús e Independiente de
Tandil. El acto también contó con un partido exhibición del mejor tenista
argentino de toda la historia: Guillermo Vilas.
La inauguración en sí misma se ajustó a un protocolo que dio
cuenta de la importancia del acontecimiento. Comenzó con la recepción de
autoridades civiles, militares y eclesiásticas, la bendición de las
instalaciones, la ejecución del Himno Nacional a cargo de la Banda del Comando
de la I Brigada de Caballería Blindada, los discursos del presidente rojinegro
Duggan Martignoni, del intendente municipal Adolfo Fernández Trinchero, el
torneo cuadrangular de básquetbol y una cena en el Quincho de la que
participaron las autoridades y los invitados especiales.
El polideportivo abrió sus puertas a los ojos de la ciudad
con sus 1920 metros cuadrados; la planta para la práctica del básquet y el
vóley medía 27 metros por 26 metros, y contempló desde su propio origen una
capacidad para 3.000 personas. Las tribunas solamente albergaban a 1900
espectadores.
Sin embargo, la obra edilicia tuvo otro impacto más allá del que produjo como gimnasio polifuncional: había nacido un nuevo ámbito para la sociabilidad multitudinaria que excedía el marco de la familia rojinegra. Un gimnasio que se correspondía con el lazo intenso que había creado la Institución con la sociedad, y que devino en un lugar de profundo simbolismo lugareño al que la memoria conserva como el ámbito de ciertos hechos icónicos. El primero, en 1978, fue la transmisión televisiva a color (entonces todavía la televisión era en blanco y negro) del Mundial de Fútbol jugado en Argentina.
LA PANTALLA GIGANTE Y LOS MANUALES EN ALEMÁN
Durante el Mundial de Fútbol de 1978 la dirigencia del Club Independiente deseó profundamente que Argentina ganara el campeonato o por lo menos llegara a la final. Este anhelo no sólo fue por el sentimiento nacional que siempre despertó la camiseta albiceleste, sino por un factor nada menor: la pantalla gigante, los equipos y toda la logística de la transmisión había costado muchísimo dinero. Fue armada entre Guillermo Laplace (hermano de Víctor) y el ingeniero electrónico Carlos Bassi. Para el anecdotario quedaron las dificultades del ingeniero a la hora de descifrar el lenguaje de los manuales de la pantalla que estaban escritos en idioma alemán...
La transmisión se realizó sobre una pantalla de cinco por seis metros que demandó una importante logística técnica para la época. El gimnasio fue concurrido por más de 3000 estudiantes en una sola función. Y al cabo de la experiencia sumó la masa crítica de 14000 espectadores poblando sus gradas, tribunas y sillas. El Mundial, por decirlo así, confirmó las expectativas de los más optimistas: había nacido un lugar llamado a proyectarse hacia todos los estamentos de la comunidad en sus distintas disciplinas. El sueño laboriosamente construido durante años de privaciones y de compromisos contraídos y saldados tenía por fin una recompensa extra: no sólo el deporte empezaba a palpitar entre las paredes del Duggan Martignoni. También allí iban a actuar, portando su sobria estampa, el cantor uruguayo Alfredo Zitarrosa, la rockera Celeste Carballo, la cantante folclórica Mercedes Sosa, los ídolos populares Sandro y Palito Ortega, los cantantes Teresa Parodi, Víctor Heredia o el grupo chileno Los Jaivas. Allí iría a disputar por el título sudamericano de box el pugilista tandilense César Villarruel, allí hablaría en 1983 ante una eufórica multitud el candidato a presidente del Partido Justicialista Ítalo Argentino Lúder; frente al gimnasio, sobre la Avenida Avellaneda, haría lo propio ante otra muchedumbre enfervorizada Raúl Alfonsín, en los albores de la democracia recuperada. Allí se realizarían los bailes del estudiante, la cenas aniversario del club, la presentación del Ballet de Cámara del Teatro Colón y del Festival Folclórico de la Sierra, y decenas de sucesos que le dieron al Duggan Martignoni una identidad propia, única e intransferible, excediendo seguramente el sueño de sus propios hacedores.
Fuente: Cien Años del Mundo Rojinegro. Elías El Hage, libro editado por el Club Independiente al cumplir su centenario.
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