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Desde hace días se viene viralizando una historia que se le
atribuye al expresidente de la Nación, Arturo Illia, donde asegura que su
abuelo llegó a Tandil en galera a mediados del siglo XIX, cuando todavía la
Fortaleza de la Independencia estaba en pie y ni siquiera existía el alambrado,
donde incluso aparece el acontecimiento de Tata Dios y la matanza de
extranjeros ocurrida en 1882.
En la misma línea, la relación de Illia con Tandil parece confirmarse a través de una información que compartió conmigo el vecino Horacio Canziani. Su abuela nacida en 1895 se lo había comentado, y también Graciela Michetti, pues su madre era Illia y de la misma rama. En definitiva la abuela de Canziani decía que era prima de Arturo Illia y en una de las fotos que acompaña este artículo se observa la línea genealógica. Con cual la viñeta histórica que se le atribuye a Illia es altamente probable que sea no solo verosímil sino auténtica. Comparto con los lectores el texto firmado por el expresidente:
"Mi padre, que
murió en 1948, a los 90 años, era lombardo, de Samonaco, un pueblito cerca del
Lago de Como, próximo al límite con Suiza. Llegó al país hace casi un siglo,
cuando tenía seis años, con mi abuelo, que tenía treinta o treinta y cinco.
Llegaron a Buenos Aires en un barco de vela, y aquí tomaron la
"galera" que en 15 días los llevó al Tandil, que era una especie de
fortín, con muchos criollos, muchos indios, algunos militares y muy pocos
extranjeros. Todo era pampa, con hacienda sin dueño. Imagínese a esos dos
italianos, ¡qué sabían de enlazar y bolear!...
"Hicieron un
corral, encerraron algunas vacas y fueron los primeros lecheros de Tandil.
Todos los días mi padre iba al pueblo y llevaba seis o siete litros de leche,
que repartía a los pocos, muy pocos, que tomaban leche en ese entonces, porque
la mayor parte solo comía carne y tomaba vino...
"Cuando mi padre
tenía ocho o nueve años, un buen día se sublevaron los criollos, dirigidos por
un curandero llamado Tata-Dios, y decidieron matar a todos los extranjeros. Y
efectivamente, los mataron a casi todos... Habrán sido diez o quince. Mi abuelo
vivía un poco alejado del pueblo; alguien le avisó, y con mi padre se fue a las
sierras. Mi abuelo, después de este episodio, decidió volver a Italia, y allí
se quedó. Pero mi padre, al cumplir 16 años, volvió solo a la Argentina. Empezó
a trabajar como peón en la construcción de los ferrocarriles, ganando un peso
por día. Con los centavos que pudo ahorrar, compró un campito en Pergamino, la
ciudad donde Yo nací. Poco a poco, tuvo vacas, fue sembrando trigo, y de
todo... Allí nacimos todos.
"Mi padre nos
despertaba a las cinco diciendo: "Está por salir el sol." Ordeñábamos
las vacas, hacíamos otros trabajos, y aún nos alcanzaba el tiempo para llegar
antes que nadie a la escuela. Por supuesto, a las ocho de la noche ya habíamos
cenado y estábamos en la cama. Ésta era nuestra vida. Toda mi infancia la pasé
así. Una maravillosa infancia...
"En mi casa se
hacía todo. Todo, No se compraba nada. Se hacía el pan, teníamos leche, queso,
manteca, verduras, vinos de nuestra viña. En la enorme casona, constituida por
ocho o nueve piezas inmensas, teníamos la despensa, siempre repleta de
alimentos. En invierno, se carneaban los cerdos, y se hacían jamones, chorizos,
salames... Era una vida muy sana.
"Cuando terminé sexto grado, vine a un colegio salesiano de Buenos Aires. Concluí el bachillerato en 1918, y en 1919 ingresé en la Facultad de Medicina. Mi padre me mandaba algunos pesos; no muchos... Fue él quien quiso que estudiáramos. Yo quería quedarme en el campo, pero él me dijo: "No, no tenés que ser como yo. El que estudia siempre tiene más posibilidades."
Arturo Umberto Illia
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