Historias VOLVER
Escribí esta historia hace seis años. Va para Nicolás, que ahora sí debe estar mateando con Juana en alguna estrella próxima.
Tenía 23 años, era estudiante de ingeniería en sistemas y no sabía nada de palomas. Pero cuando la contempló, pues había aparecido de golpe sobre la ventana de su dormitorio, supo que no era una paloma del montón. Y lo último que distinguió fue el rollito de papel blanco atado a la pata de la paloma mensajera. Primero pensó que si él se levantaba de la silla para acercarse, la paloma habría de volarse en el acto. Entonces se quedó quieto y la contempló en detalle: ignoraba en ese momento -como no lo habría de saber hasta algunos días después- que se trataba de una paloma mensajera macho: la cabeza azulada, las marcas negras cerca de los ojos, el cuello de color morado a verde con iridiscencias y espaldas de color gris o negro. Las plumas de la cola eran de color café grisáceo o blanco. Tenía pupilas negras, el iris y las patas de color rojo. Después se preguntó qué hacía esa paloma allí, detenida sobre el borde de la ventana del primer piso del edificio. Se acercó. La paloma parecía esperarlo. Una mano, la suya, rozó el plumaje. Quedó maravillado. La tocó como solía acariciar el lomo de su gato. La paloma apenas se movió. El muchacho miró las patas rojas y vio el cilindro de papel. Desanudó la cintilla, desplegó la hojita y leyó: "Juana, te espero en el Parque. Tu Palomo". Pensó lo obvio: que el mensaje no era para él. La paloma había errado el domicilio de la destinataria. Pensó, tomándose con humor la aparición, que las palomas mensajeras de la posmodernidad deberían traer un GPS incluido. Apenas terminó de leer el papel la paloma se marchó. Trató de olvidarse del asunto, pero a los dos días la paloma volvió otra vez al borde de la ventana. Con otro papelito sujeto a una de sus patas. El error volvía a repetirse: "Juanita, ya estamos grandes. No perdamos más tiempo. Te espero en el Parque. Tu Palomo Nicolás".
Intentó descifrar dónde estaría el error. Vivía en un
departamento alquilado. Los vecinos de arriba y de abajo era toda gente de
afuera como él: estudiantes de la Universidad alquilando una típica conejera
Paraná. Tres días después, la paloma ya
era una presencia conocida. Esta vez dejó de contemplarla extasiado, como de
chico solía mirar los trenes en la estación del ferrocarril de su pueblo en
Laprida. Y fue derecho al papelito. Leyó con inquietud: "Juanita mía, es ahora o nunca.
Te espero en el Parque.". Dejó el papel sobre el escritorio y mientras
la paloma se perdía en el cielo se dejó llevar por el buen presagio. Se puso la
campera y salió a la calle. Caminó por 14 de Julio, tomó por Chacabuco y llegó
a la Plaza Moreno. Desde la esquina descifró entre el velo de niebla la silueta
de la Fuente de las Nereidas. Pasó por el Hotel Hermitage y comenzó a subir la
diagonal del Parque hasta que lo vio, rodeado de palomas. El estudiante llevaba
en el bolsillo de la campera los tres papelitos que le había dejado un destino con
nombre de pila: Nicolás. Cuando estuvo al lado del desconocido, descubrió que
el hombre podría ser su abuelo.
-Setenta y cinco años bien llevados, muchacho -dijo.
-¿Es usted Nicolás? Perdone la molestia pero me llegaron
estos mensajes...
Los papelitos perfectamente enrollados se dejaron ver apenas
el joven dejó al descubierto la palma abierta de su mano.
-¿Y Juanita? -preguntó, ansioso, el viejo.
-Es que no sé de quién me habla. Creo que la paloma le erró
de casa... O de edificio...
El viejo lo miró, con una sensación de súbita tristeza, y
todas las palomas parecieron abrazarlo en medio de la bruma. Después deletreó
lentamente la dirección del departamento donde había enviado a su paloma
mensajera.
-Sí, es mi depto -confirmó el muchacho.
-¿Desde cuándo? -preguntó Nicolás.
-Hace poco. Y me costó mucho conseguirlo.
Una paloma trepó al hombro del viejo. Las otras picoteaban unas
migas de pan debajo del banco.
-¿Usted se enamoró alguna vez?
El muchacho, sorprendido, se encogió de hombros.
-¿Quién es Juana? -preguntó.
-¡La mujer de mi vida! -al viejo se le animaron los ojos-.
Primera novia, primer novio. Un amor de locos. De los de antes. Yo vivía en el
campo. Ella acá en el pueblo. Imagínese, la distancia. No había nada, menos
teléfono. Además no me daba el piné. Un hombre que cría palomas mensajeras es
un nadie. Y a un nadie no se lo quiere. Con Juana nos vimos toda la vida a
escondidas. Novios eternos gracias a los mensajes de mis palomas mensajeras.
Sí, muchacho, no me mire así, a escondidas. Yo venía de De la Canal en
bicicleta. Sí, señor. Unos cuantos kilómetros, se lo aseguro. En bicicleta
desde De la Canal hasta el Parque. Como nunca la dejaron ser mía, decidió que
no sería de nadie. La metieron de monja pero ella se declaró atea y en el
convento la mandaron de vuelta. Se casó por obligación y aun así nos ingeniamos
para vernos. Toda una vida de novios en secreto. Un novelón. Hasta que pasó el
tiempo y se fueron muriendo todos, me refiero a la parentela, incluido el
marido. ¿Qué más íbamos a esperar? Por fin había llegado la hora de vivir una
vejez juntos...-al viejo se le quebró la voz.
El muchacho sintió un escozor eléctrico por la nuca. Intuyó
que comenzaba a entenderlo todo.
-¿Entonces...?
-Entonces hace unos días le mandé la paloma. Palomo macho,
hermoso ejemplar.
-Muy bello.
-Como no hubo respuesta, le mandé los otros dos mensajes, ya
imaginándome lo peor. Juana no venía bien de salud, pero no decía nada para no
preocuparme.
-Entiendo -dijo el joven. Ya había dejado de preguntarse si
todo lo que estaba escuchando era cierto o un delirio de ese viejo que estaba
allí, en medio del desamparo, como desalojado del mundo sentado en el banco de
una plaza.
-¿Cómo está la casa de Juana? -preguntó de golpe.
-Ya no hay casa, señor...
-Qué pena. Era una hermosa casa chorizo, de techos altos, un
pasillo largo, la cocina a leña, como cinco dormitorios todos conectados entre
sí. Y tenía un patio con el aljibe al fondo.
-No existe más. Ahí hay un edificio ahora.
-Ah. Nunca hablábamos de esas cosas con Juana cuando nos
veíamos. De lo que hablábamos era del futuro... Seguramente como usted ahora,
nosotros creíamos que teníamos toda la vida por delante -el viejo empezó a
caminar diagonal abajo. Las palomas levantaron vuelo al ritmo de su andar
cansino. Una nube de alas blancas se confundió entre su pelo ceniza.
-No pierda el tiempo, muchacho. No deje que la paloma mensajera llegue cuando ya sea tarde para todo...
El estudiante guardó los papelitos en el bolsillo de la campera y acompañó a Nicolás hasta la Fuente de las Nereidas. "El asilo me queda acá a la vuelta. Le agradezco la charla", dijo. Le dio un abrazo fuerte, apretado, como en un temblor. Y se fue.
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