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Macondo con celular

En los albores de la década del 90 una imagen inédita llamó la atención de los parroquianos que poblaban el Bar Ideal. De golpe apareció un hombre vastamente conocido en la geografía céntrica caminando con un extraño aparato colgado del hombro. Era el sepulturero Roberto Facekas, quien se dirigía a su mesa de El Cisne, la cual compartía con los hermanos Massera. Una histórica mesa de prestamistas y funebreros. De golpe, cuando estaba cruzando por el frente del Banco Comercial, el aparato cobró vida. El vendedor de billetes de lotería José Conte quedó paralizado. El armatoste tenía la forma de una caja de zapatos ululando en medio de la calle. Facekas se detuvo, tocó un botón y comenzó a dialogar con el objeto. Nadie lo sabía en ese momento pero lo que estaba ocurriendo era el estreno de la telefonía celular en Tandil. Según la tradición oral el responsable de la pompa fúnebre Casa García resultó el primer adelantado que utilizó un teléfono celular del tamaño de un ladrillo para atender las cuestiones laborales fuera de su negocio. Se trataba de un Motorola Teletac 200, un armatoste pesado, grande y caro. Un ciruja (todavía no se conocía el rubro de cartonero) que deambulaba con la chata a lenta marcha sobre los adoquines del centro habrá de conferirle al artefacto cualidades sobrenaturales. Otros vecinos oscilaron entre la ignorancia y el humor. Cuando se cruzaban con el funebrero por la calle le señalaban el aparato mientras le preguntaban: "¿Cómo va el partido, don?".

Pasada la sorpresa, en El Cisne cada vez que sonaba el Motorola los parroquianos cruzaban los dedos por el seguro advenimiento de la parca. Desde la funeraria a Facekas lo tienen informado de los últimos movimientos de los finados. Así nació la telefonía móvil en la ciudad, acontecimiento que alguien debería haber enterrado en el Baúl de la Memoria, sobre todo si tenemos en cuenta hasta dónde llegó la telefonía treinta años después. Pero, ¿a quién se le ocurrió atreverse a invertir en un rubro culturalmente incierto que con el correr de los años habría de convertirse en un fenomenal negocio sin techo visible? Según los memorialistas, dos apellidos -Salvi y Cravea- oficiaron de precursores en la materia. El precio de los primeros móviles aterrarían a cualquiera, pero había algo peor aún para la factibilidad del negocio: el rechazo inicial que concitaba el uso del teléfono celular, el cual era visto por la sociedad tandileña como "el accesorio del porteño garca", según me contó veinte años después en su análisis retrospectivo el empresario Guillermo Cravea, quien en 1994 había logrado firmar el contrato de representación con los ejecutivos de Telefónica de España en Argentina para la franquicia de Unifón en Tandil. Por entonces hablar desde el celular costaba una fortuna: 2 dólares el minuto. De tal manera que sólo era usado por los ricos. Y tanto el que llamaba como el que atendía pagaban el costo de la comunicación. La inmediata asociación del celular con la porteñidad parecía un reflejo automático del provincianismo cultural de la época donde en una primera instancia al teléfono celular se lo relacionó como la extensión tecnológica de la chantada y la arrogancia capitalinas.

Este fundado prejuicio, y no el excesivo precio del primer Nokia 368 que se asomó en las vidrieras (costaba entre 400 y 1000 dólares el aparato), fue el principal escollo que enfrentaron los vendedores de telefonía celular en el radio urbano. Pero en el campo chocaron contra otra inesperada cuestión cultural: el escepticismo de los chacareros y la peonada a que el aparato realmente cumpliera con las funciones que los vendedores aseguraban. Los paisanos, por tradición, desconfiaban. Una célebre propaganda de televisión, idea seguramente nacida del propio trabajo de campo que experimentan los vendedores y que luego la empresa trasladaba a las agencias de publicidad, golpeaba en el centro neurálgico del problema que se ocasionaba al momento de cerrar la venta. En primer plano aparecía un paisano hablando por celular, como si estuviera en medio de la nada, y gritándole a su interlocutora madre con genuina euforia: "Vieja, ¿sabés de dónde te estoy hablando?". El aviso arrasó porque el "milagro tecnológico" que comunicaba en tiempo real a ese chacarero con su madre, es decir a la agrosoledad del abismo rural con el mundo urbano sentimental, demolía en un solo acto el muro de la distancia.

En tal sentido el celular, como años después también lo serán Internet y DirecTV a través de la televisión satelital, eran las nuevas herramientas de comunicación e información que mejorarían sustancialmente la calidad de vida de los actores sociales de la vida rural en un sentido totalizante. En un principio, entonces, el uso del celular fue mal visto socialmente; no era frecuente que un vecino se permitiera exponerlo arriba de una mesa de café o llevarlo colgado del cinto del pantalón como si fuera un revólver. Pero con el tiempo esta aprehensión se invertirá y el teléfono celular pasará a convertirse en un objeto de status. Los primeros cinco celulares Starc Tac que trajo Cravea, con la incertidumbre del caso pues costaban 1200 dólares cada uno, se vendieron en una mañana.

Ya sobre el 2000 la virtualidad determinó nuevos patrones de conducta. Informarse, por ejemplo. Aparecieron los portales de Internet con el agregado de que la postmodernidad transformará el modelo del lector haciéndolo más participativo y plural en sus lecturas. Lo virtual se instaló hasta en los actos mínimos de la vida social de los vecinos. Y llegaron -como las canchas de paddle y los parripollos- los cibercafés.

Los ciber (así se los llamó coloquialmente) habrán de ser, hasta el final de la década, el negocio de moda. Hay que recordar el precio y el uso del servicio para tomar dimensión de la novedad tecnológica. La primera tarifa era de $5 la hora de conexión. Clara Luro y Marisa Musa fueron las pioneras en abrir el ciber fundante de Tandil que se llamó "Internick" y estuvo ubicado en Irigoyen 606. Al principio los usuarios no tenían casillas de correo propias, los e-mails llegaban a la dirección de las dueñas. "Los más curioso era las mujeres que los sábados a la noche se arreglaban para ir al ciber. Venían con las amigas y se traían el whisky. Era como una salida para señoras y grandes y solas", habría de contar muchos años después Marisa Musa para la edición especial del 125º aniversario del diario El Eco. Pero al rubro también le llegará la decadencia.

También ocurrían otras cosas. En 1997, en medio de una sensación de pánico general ante el escenario de una "ciudad tomada" (título que evoca al gran cuento de Julio Cortázar), llegó una multitud de rockeros a Tandil: eran las bandas de los Redonditos de Ricota con el Indio Solari a la cabeza, que ofreció un extraordinario recital en medio del diluvio en el Estadio San Martín. Durante el mes previo, el conservadurismo local agitó los fantasmas de que la muchedumbre foránea provocaría desmanes, robos y destrozos a diestra y siniestra. Hubo vecinos que hasta se armaron para la resistencia. Al día siguiente del recital, pasado el "aluvión tribal", la policía constató la existencia de dos robos y que ambos habían sido protagonizados por delincuentes del pago chico...

Casi treinta años después de todo aquello, ya no volveremos a verlo al Indio en el Hipódromo, nadie puede vivir sin internet y el sofisticado teléfono celular se usa para cualquier cosa, incluido hasta para hablar...

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