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La fotografía que acompaña este artículo es propiedad del autor
de esta nota, es decir mía. Se la compré al fotógrafo Rodolfo Serra los días
que estaba escribiendo las Memorias del Bar Ideal, en el año 2007. Como nunca
le puse una marca de agua, la foto ahora anda por las redes y ahora es de
nadie. No me molesta. Hay otro relato detrás de esa imagen y es la puerta de la
historia que empezaba a cerrarse -aquel domingo 12 de enero de 1992- y lo que parecía
todavía lejos en el horizonte, pero que en verdad estaba a la vuelta de la
esquina.
La fotografía, entonces, ocurrió hace treinta años.
Seguramente muchos hijos de algunos lectores aún no habían nacido. También hay otro
dato: un montón de nuevos vecinos todavía no lo eran. El período más fuerte de
inmigración iba a ocurrir sobre el fin de siglo XX, pero en el momento
histórico de la foto aún faltaban ocho años y, sobre todo- la impresionante
transformación que habría de ocurrir durante ese lapso.
Ayer busqué la foto de papel en mi archivo y la volví a
digitilizar porque tomé la decisión de reeditar el libro de las Memorias del Bar Ideal. En la fotografía,
como se aprecia, el Ideal estaba ya no en plenitud para quienes lo conocimos a
fondo, sino en su lento declive. Pero todavía era el Ideal y aún se permitía
estas extravagancias: por ejemplo, la pantalla del televisor que muestra en su
vértice arriba del techo. Era una caja rústica, armada muy artesanalmente, y
que tenía el objeto de pasar publicidades. Esa pantalla hoy, frente a la
tecnología leed, convoca a cierta misericordia. ¿Saben quién la hizo? Un
constructor del pago chico, el recordado Flaco
Montes, el mismo tipo que el abogado Ricardo
Giovanetti algunos pocos años atrás le había confiado la construcción de la
Posada de los Pájaros, una verdadera epopeya para la época.
La propiedad que contuvo al Bar Ideal -y a todo lo que antes
y después del bar pasó por esa esquina- tuvo a lo largo de casi doscientos años
sólo tres dueños. Si nadie cuestiona que sigue siendo la mejor esquina de
Tandil, difícilmente algún emprendimiento comercial vaya a superar ni la
facturación ni la tradición mítica del Ideal. No hay manera de que eso ocurra,
y de hecho las tres últimas experiencias comerciales que le sucedieron tras su
cierre (la fonda de Maxim, de corta vida antes de bajar la persiana; el
restobar platense Frawen's, fundido, y la cervecería marplatense Cheverry en el
purgatorio del piloto automático), parecen vencidos ante el fulgurante recuerdo
de la leyenda del Ideal, el bar más popular del pueblo, y la monumental
ajenidad de estas propuestas gastronómicas de tinte foráneo.
Pero, ¿qué pasó con el televisor de Montes? Primero tuvo
innumerables inconvenientes técnicos. Subirlo hasta el techo del Ideal fue todo
un tema, armarlo también y hacerlo funcionar le sacó canas verdes. Para colmo,
como puede observarse en la fotografía, era en verdad un armatoste con matices
de adefesio -de madera, con rebordes de color naranja y cuatro perillas- que
montado sobre el friso superior arruinaba la fachada de la histórica propiedad.
Cuando su funcionamiento capotó quedo un tiempo congelado en la altura hasta
que una grúa lo sacó de su limbo
fantasmal.
Ahora bien, lo más importante no era lo que estaba sino lo que se venía en aquellos días de1992: llegaba la primera carabela de la globalización, el supermercado Norte, en 1995, despertando el pánico de las despensas de barrio. La segunda carabela también estaba al caer: internet, la red de redes. Mientras la ciudad se colmaba de negocios que se replicaban a sí mismos (complejos de paddle, alquiler de videos, alquiler de autos), las calles del centro parecían sucumbir ante las emboscadas de humo que largaban las chimeneas de las decenas de parripollos. Por su parte los taxistas le declaraban la guerra a los remiseros (el servicio de remís llegó el primer día de 1993) y Julio Zanatelli empezaba a gobernar la década desde el 91, cuando llegó a la intendencia con su caballito de batalla que mandó a pegar en afiches por toda la ciudad: la lucha sin cuartel que libraría contra los capitalistas de juego y la quiniela clandestina. Demás está decir que perdió la batalla.
Todo esto que cuento parece muy lejos, como difuminado entre la niebla del tiempo, a tientas entre la leyenda urbana y el balsámico olvido. Me cuesta imaginar dónde quedó arrumbado el televisor gigante que construyó el Flaco Montes, pero no me cuesta recordar -aunque algunos supongan que es un mito- una de las últimas publicidades que dejó entrever el televisor antes de su colapso: un aviso del flamante Sauna (eufemismo que encubría su razón de ser: un cabaret VIP ubicado a mitad de camino entre el colegio de la Sagrada Familia y la Escuela Normal), apuesta de un inversor foráneo que poco y nada conocía la ciudad. Duró, tal vez por su muy desacertada ubicación, menos que el televisor del Ideal, y antes de cerrar sus puertas recibió la presencia de un cliente que con todo candor creía que en la respectiva "Casa de Masajes" se daban masajes de verdad. El hombre, ya extinto, personaje emblemático del Bar Ideal, contó de su sorpresa cuando entró al sauna y una señorita muy ligera de ropa, entre divertida y perpleja, le preguntó si no sabía de qué se trataba en verdad el sauna en cuestión. Nuestro personaje le dijo que había leído el aviso en el televisor del Ideal, que él venía porque un dolor del ciático lo estaba matando, con lo cual desató primero las risas de la alternadora y luego las carcajadas de todo el bar. La era de la inocencia había escrito su último capítulo.
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