Sonó un mensaje de WhatsApp en el
teléfono celular del marido que se estaba bañando y la esposa hizo lo que
nunca: lo leyó.
Tal vez fue la intuición, un
impulso irrefrenable, pero lo leyó. Y leyó lo que no habría querido leer jamás.
Había otra y no esperó a que él saliera del baño para vomitarle su rabia.
Él, todavía sin vestirse,
envuelto en el toallón, intentó defenderse haciendo lo que hace cualquier
hombre en su circunstancia, aún con todas las pruebas en contra: negarlo. Lo
negó durante el desayuno, lo negó mientras terminaba de cambiarse y lo negó
cuando subieron al auto y él la llevó a su trabajo.
Todavía seguían a los gritos,
intercambiando reproches, cuando por Yrigoyen debieron frenar en el semáforo de
España. Fue entonces que un florista se acercó al coche.
Era joven y vendía unas flores
silvestres y rústicas. Asomó su cabeza por la ventanilla del caballero, que
venía con el vidrio bajo, y sonriente le ofreció un ramo. El tipo, desbaratado
por los nervios de la discusión, le dijo que no. El vendedor ambulante insistió
y el hombre le contestó de mal modo.
Entonces el florista,
devolviéndole el destrato, le asestó un bocadillo jodón. Le dijo bromeando: "Ah, pero a la rubia con que pasaste el
otro día bien que le regalaste flores, ¿eh, viejita?".
La esposa enloqueció, le arrebató
el celular al marido y echando fuego por los ojos le volvió a leer a los gritos
el WhatsApp de la trampa. Luego revoleó el aparato por la ventana.
El marido se bajó del auto y tomó del cuello al florista por esa provocación sin sentido.
Detrás empezaron a sonar, destemplados, los bocinazos de los autos. Ya se sabe que la paciencia es un bien escaso en la vía pública. El florista, que se había metido de gusto en una pelea conyugal haciendo un chiste pésimo, decidió cortar por lo sano. O sea de la peor manera, o sea que la terminó de arruinar. Rodeó el automóvil y aplastó el telefonito del tipo con su zapatilla, lo pisó hasta dejarlo chatito contra el empedrado y cuando lo terminó de sepultar contra el milenario gratino serrano le dijo al marido pescado en falta: "¿Ves capo? Ahora tu celular ya no existe más. Se acabó el problema".
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