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En el bar un tipo ya bañado en canas, ya definitivamente grande, le dice a otro que es más joven, con rotunda convicción, le dice: "Vos no lo sabés porque sos un pendejo, pero Tandil, querido, fue alguna vez una ciudad futbolera".
Y claro, semejante sentencia está regida por el tiempo verbal que conjugó, sin la más mínima hesitación, el hombre de las canas. El pasado. Y otra vez el pasado está de vuelta, como si no hubiera presente, y como si el porvenir estuviera cancelado. ¿Por qué el pasado siempre vuelve y el futuro no llega jamás? El futuro, en este lado del mundo, parece ser el asteroide gigante que se venía derechito para la tierra, pero los sabios de la NASA le salieron al cruce. Le tiraron, digamos, un hondazo cósmico que lo sacó de la ruta hacia nuestro pequeño y maltratado cascote que gira flotando en el espacio. Y entonces, tras la colisión, el futuro cambió de rumbo.
Queda, pues, otra vez, el pasado. Hay gente enamorada de la nostalgia por varias razones. Una (tal vez la más importante) es el contraste. Cuando el hombre del bar le dice al parroquiano de su mesa que él se perdió de conocer la gloriosa versión de Tandil como ciudad futbolera, lo que está sugiriendo, por elipsis, es la desconexión de las masas populares con su propio fútbol lugareño. He ahí el gran tema.
Si uno observara las fotografías de un pasado que tampoco está tan lejos -pongamos, hace treinta años-, sin duda que hay un corte, bien tangible, entre ese fútbol populoso y policlasista con multitudes de vecinos colmando las canchas, y lo que vino después, una lenta y constante retirada de la gente, aun de los más futboleros.
Cada cual tendrá su opinión de lo que ocurrió. En mi humilde criterio al fútbol le pasó lo mismo que al célebre axioma de que Tandil era una ciudad peronista. Probablemente, alguna vez lo fue, dicho esto en un sentido cultural (porque según la estadística pura y dura los radicales ganan por goleada a la hora de las elecciones). El reformateo de la ciudad que hoy tenemos empezó en el 2000 y dio sus primeras señales en los 90, con la globalización y el comienzo de una nueva inmigración que parece haber intuido lo que se venía: la transformación mental de Tandil, el cambio en sus usos y costumbres, el choque entre globalidad y localismo, las tendencias que impusieron lo nuevo sobre lo viejo salteándose el famoso silogismo de Gramsci, eso de que una sociedad está condenada al fracaso cuando lo nuevo no termina de nacer porque lo viejo no termina de morir. Acá el fútbol en tanto deporte de masas, pasión de multitudes, como decía el lugar común, se murió de un síncope. No hubo transición. Y mucho tuvo que ver una nueva forma de sociabilidad futbolera (bastante heavy, por cierto) que espantó a la clase media de los estadios. Eso por un lado. Y si la muerte, que siempre es definitiva, no fue unánime es porque en Tandil existe Santamarina, que es como una deidad invencible, el reaseguro de que por su matriz popular, aunque caiga la bomba neutrónica en una cancha, siempre volverá a crecer una mata de césped aurinegro.
Entonces decíamos que el tipo en el bar evoca con nostalgia, enamorado de aquel pasado mítico, los espléndidos días de la pelota en el Tandil de los años felices. Y carga las tintas con la Barra del Bombo y el Muñeco, con el día que por primera vez en el Estadio San Martín, jugando contra Alvarado de Mar del Plata, los tandilenses supieron cómo era eso de tragarse el gas lacrimógeno que tiró la policía, como lo supieron también aquellos vecinos que acompañaron a Santamarina cuando en el 85 ganó el Regional y jugó por primera vez en el fútbol grande. Después ya sabemos lo que pasó. Y lentamente empezó la otra ruina: la de las tribunas vacías, las canchas desiertas, las melancólicas exaltaciones de aquellos que vivieron un fútbol-sociedad que no existe más en una ciudad que tampoco existe más.
-¿Y cuándo fue eso? -le dice el tipo más joven, sin sarcasmo-. ¿Cuándo Tandil fue una ciudad futbolera?
-Hace mucho pero no me olvido -le dice el viejo.
Y enumera no una fecha, ni un partido, ni una final perdida ni un campeonato ganado, ni un ascenso ni un descenso. Cita un acontecimiento que no quedó en los diarios. Un acontecimiento que muchos vivimos como el preanuncio del final, el penúltimo ultraje.
-El desastre empezó cuando en el Estadio demolieron la tribuna de tablones, la del costado, la de madera, a la derecha de las cabinas de transmisión. Ahí empezó el desastre. Un día te voy a mostrar una foto y vas a entenderlo todo.
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