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Hace unos meses cerca de mi casa abrieron una vidriera. Es una vidriera de barrio que lleva el nombre de "La promesa". Nombre feliz si los hay. En el centro, un ferretero bautizó su comercio como "El clavo", no dándole mucha bola a esa cosita del inconsciente de la que habló míster Sigmund Freud.
¿A qué viene todo esto? A dos cosas. Una, según me contó un amigo hoy nace un nuevo jeans. La singularidad (estoy tocando un poco de oído) es que se fabricaría en Tandil y que su marca remite al santón que pasó a la historia porque en 1872 le endilgaron la autoría intelectual de la masacre de 36 inmigrantes: Tata Dios. Bueno, se llamaba Gerónimo Solané, pero le decían, un tanto coloquialmente, Tata Dios. Ciento cincuenta años después, y todavía con el final abierto de la historia -pues crece la teoría de que el curandero fue el chivo expiatorio de un crimen planificado por los terratenientes lugareños contra los inmigrantes pulperos y carreteros que se le estaban quedando con toda la renta-, siglo y medio después, decía, el Tata Dios se convertirá en un modelo de jean.
Eso es lo primero. La segunda cuestión tiene que ver con que ayer un tipo que es lector, se llama Eduardo, es de Capital Federal y se quiere venir a vivir a Tandil con su familia, uno más de la inmigración VIP que no parece detenerse, me dijo que, teniendo en cuenta el auge de la gastronomía y su ecuación un tanto increíble, la de que todo bar o restaurante que abre está condenado al éxito (cuestión que no me parece tan así, pero no quise contradecirlo), pensaba invertir sus ahorros en un bar.
-Hay muchos -le dije.
-Ya sé. ¿Cuántos?
-Ni idea, pero son unos cuantos.
-Bueno, habrá uno más entonces. Ya mandé a hacer un estudio de mercado. Precio de alquiler, marketing, target donde le apunto, location, en fin. Tandil es una plaza de primera -dijo.
Le pregunté entonces cuánto pensaba gastar.
-Entre ochenta y noventa mil dólares.
Traté de imaginarme cuántos libros o cuántos viajes significan ese dinero. Pero él me salió con otra cuenta, la de la amortización.
-Si me va relativamente bien en un plazo bastante lógico recupero la inversión. Además me gusta la idea de un bar temático.
-Ya hay como tres cafés de autor, te advierto.
-No, no dije café de autor. Dije un bar temático.
Lentamente en mi cabeza se me apareció un embudo por el cual descendían, líquidos, triturados, reventados hasta su perdición, los noventa mil verdes del bar temático.
-Un bar sin café -me dijo.
-Ajá. Conozco uno. Aguantó dos semanas y al toque tuvo que volver a prender la máquina. Después cerró.
-No entendés. Un bar de tragos.
Entonces recordé que Federico Romera, ayer nomás, me había invitado a su bar -Hunter-, aclarándome que no había café.
-Un bar sin café no es un bar -le dije.Tal vez con razón, Federico me tildó de "anciano" con el mismo argumento que mi lector porteño: el suyo es un bar de tragos.
Como uno desea que al que arriesga la vaya bien, le advertí a Eduardo que Tandil, a pesar del éxito que parece resplandecer en el sector gastronómico, sigue siendo una ciudad difícil, en especial para quien no la conoce. Se rió con cierta suficiencia. He visto esa mueca sobradora en muchos empresarios con billetera que llegaron a Tandil y se la pegaron de frente contra el murallón de la ignorancia.
-Es un bar de tragos, che, no la NASA -me dijo, como reduciendo cualquier tipo de contrariedad frente a la "simpleza" del rubro.
-Después no digas que no te avisé.
-Me falta algo. El nombre. ¿Me das una mano con eso?
Recordé, de golpe, un tipo, también porteño, que hace no tanto tiempo puso un resto-bar que se llamaba "Puro Ego". El negocio no existe más.
-¿Puro Ego te gusta? -le dije, jodiendo.
-Me gusta. ¿Una segunda opción?
-Tata Dios, aunque por ahí te ganaron de mano con una marca de jean.
-¿Tata Dios? ¿Qué es eso?
-Nada, nadie. Olvidate -le dije.
-¿Qué más me sugerís?
-Un buen seguro contra incendios, Eduardo.
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