Todo empieza, o mejor dicho termina, con una casa. En su momento, hace algo así como cincuenta años, se hizo conocida en la ciudad como "La Casa 21" del Barrio Fatica.

Está claro que medio siglo atrás, cualquier hecho tardaba mucho más en instalarse en la opinión pública. Pero a falta de televisión, internet y redes sociales (en los 70 había dos diarios y una radio), el comentario que mejor funcionaba, el que tenía una difusión realmente mortífera era el boca a boca. Un boca a boca de esa época -costumbre que se extendió durante muchos años, perdiendo cierta preponderancia con le hegemonía de las comunicaciones- podía llevarte a la ruina o al éxito. Era fulminante por su poder empírico: un boca a boca no tenía intermediarios, ni filtros de edición, ni análisis de contenido de los medios, ni focus grup ni ninguna de todas estas cuestiones que luego se asimilaron a los estudios de opinión pública.

Un boca a boca, por cercanía social, contaba de entrada con el diamante de lo verosímil, sobre todo en un pueblito en cierto de estado de gracia y credulidad. Un boca a boca te llevaba al cielo o al infierno con la misma pulsión e idéntica intensidad. Tanto sea para recomendar un restaurante como para fulminarlo. El boca a boca contenía una variante venenosa y pueblerina: el chisme. Pero también otra versión superadora del típico rumor: lo real imaginario transformado de verosímil en verdadero.

Una laboriosa casa que se hundía parecía más un hecho del pensamiento mágico. Una Venecia de ladrillos y pisos y techos del barrio Fatica que día a día se sumergía un centímetro hacia el fondo de la tierra sin explicación alguna. Ese era el karma de la Casa 21. Era una casa que, en un levísimo temblor, cada día se iba un poco más abajo, como si una fuerza hipnótica la llevara hacia el bajo fondo de la tierra. Así se hizo famosa, primero por el comentario de los vecinos y después porque los diarios se hicieron eco de la noticia.

Así la empezaron a llamar. El enigma de la Casa 21. Había sido construida con un crédito del Banco Hipotecario. Sus dueños eran los padres de la locutora Marita García. Su madre ocupó en varias ocasiones la tapa de El Eco para plantear a las autoridades el dilema inexplicable del naufragio de su casa. En un principio nadie entendía la razón por la cual la casa se hundía, a punto tal que la madre de Marita siempre dejaba la ropa al pie de la cama porque a la mañana siguiente, al despertar, la casa estaba un poco más abajo y costaba abrir la puerta.

Hasta que en 1974 dos geólogos de La Plata llegaron al Barrio Fatica para resolver el misterio: descubrieron que la casa estaba asentada sobre una pavorosa mina de arena (de los túneles de la era pos Fuerte y de las minas de arena se tardó mucho tiempo en hablar). Una observación subterránea no dejó lugar a dudas: cuando los geólogos llegaron al fondo de la mina y miraron hacia arriba, lo que vieron fueron los cimientos de la casa 21. Las fotos que acompañan este artículo dan cuenta de la expedición de los geólogos en las profundidades de la mina de arena cuya boca de entrada, se supo más tarde, estaba en la zona del Hipódromo. Con los meses la casa se siguió hundiendo sin remedio, por lo tanto los padres de Marita debieron apelar a la única solución que les quedó: terminaron vendiendo la propiedad a sabiendas de su aciago destino. Como suele ocurrir, el Banco Hipotecario no se hizo cargo de nada y la Casa 21 del Fatica, ante su inevitable final de hundimiento en el corto plazo, fue finalmente demolida.