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El tipo de la bici

En el bar, bien temprano, les digo a los dos, al Tucu y a Roque que miren otra vez el video en el celular. Que presten mucha atención al momento culmine. Y que piensen o traten de ponerse en el lugar del personaje que parece (sólo parece) el personaje secundario de la historia. Desde que llegamos al boliche, en las mesas no se habla de otra cosa: del vuelco del auto casi a las puertas del negocio de la familia Ghezan.

-El personaje central es la piba que manejaba -dice el Tucu.

Roque llama al mozo y pide tres lágrimas. Hoy invita él, no sabemos por qué extraña razón.

El tipo de la bici, a esa hora de la mañana, casi las ocho del sábado, no sabemos dónde va, ni qué hace, ni cómo se llama. Pasa por calle Alem al 1200, pedaleando como si tal cosa, como si nada fuera del otro mundo pudiera pasarle.

-¿Y qué va a pasarle? El tipo viene bien, correcto, a su ritmo.

-Como tanta gente a la que nunca le pasa nada en la vida, hasta que un día algo sucede -digo.

-¿Qué cosa? -el Tucu detesta los circunloquios.

-Eso. Que te salvas de milagro, que estuviste a cinco centímetros de no contarla.

-Y sin comerla ni beberla -aporta Roque.

-Entonces veo que nos vamos acercando al punto en cuestión -digo y advierto que mis compañeros de mesa del bar me miran con cierta intención, como no adivinando por qué lado voy a salirles.

-Nuestro personaje, el ciclista, simboliza al ser en su sentido más volátil. Y la incertidumbre, ese hilito intangible de donde cuelga la vida.

-Podrías ser un poco menos rebuscado... -el Tucu al decir esto hace tres cosas: vuelca el sobre de azúcar en el pocillo, lo carga a Marcos, el mozo, por la derrota de River y me observa como si fuera una cucaracha a la que pusieron patas para arriba.

-Mirá el video otra vez. No sabemos qué le pasó a la chica y a los fines de esta charla tampoco importa.

-Dicen que se durmió manejando.

-No importa lo que digan, ese no es el punto.

-También dicen que el auto era del padre del novio. Lindo regalito le hizo la piba.

-¡Eso tampoco importa! ¡Dejá los chusmeríos para las comadres de barrio! Además esos son detalles para la crónica policial.

-Bueno, fue un hecho policial, ¿o no? -razona el Tucu.

-Sí, pero sólo en la superficie del evento. Yo hablo del hecho en tanto dilema existencial y filosófico. La piba debe haber tenido los quince minutos de tontería que tuvimos todos en esta vida. No la justifico, pero por ahí debe venir el tema. Zafó y los fierros se arreglan. Ahora les pido que regresen al video: en el segundo 13 aparece el ciclista. Pedalea a ritmo sostenido y enseguida se observa el auto, ya casi volcado, o ya volcado, pisándole los talones.

-Sí, se le viene encima el auto.

-El ciclista parece escuchar un ruido a su espalda. Que es, claramente, cuando el auto impacta contra el coche estacionado y se da vuelta.

-De sombrero, se lo pone de sombrero.

-Y así, volcado avanza hacia el ciclista. Entonces en el video parece verse como un acto reflejo del tipo de la bici. Escucha el ruido del choque e instintivamente acelera el pedaleo. Pareciera incluso que da vuelta levemente la cabeza para mirar hacia atrás.

-Tanto detalle no vi -el Tucu está ansioso, quiere llegar al final de la historia.

-Ese tipo tuvo un Dios aparte -dice Roque.

-Bueno, pongamos que fue Dios el que lo sacó de semejante trance. Si sos creyente, fue Dios; si sos ateo fue el azar, la suerte.

-El destino -dice el Tucu-. No era su día, así de simple es la cosa.

-Te equivocás. No es tan simple el tema, ninguna de las cosas de este mundo son simples. Fijate todo lo que tuvo que ocurrir para que el tipo de la bici pueda contarla. Primero, que salió de su casa a la hora justa. Un minuto después, treinta segundos después, hubiera sido fatal. Es decir que pasó por el lugar del hecho a la hora que debía pasar. Un procedimiento parecido podemos hacer con la chica del auto. No importa de dónde venía o a dónde iba. Importa todo lo que ocurrió antes, unos minutos antes de impactar con el coche estacionado. Tal vez se detuvo en un semáforo, tal vez no. Todo lo que hizo -o no hizo- en el tiempo de la víspera del evento, todo eso, es lo que explica de alguna manera que el ciclista esté vivo. ¿Me explico?

El Tucu y Roque quedan hundidos en un silencio que no sé bien cómo interpretar. Al final, el sentido común del Tucu se impone con su potencia lamentable.

-Sí, vos querés decir que el tipo se salvó de puro pedo.

-Ponele que sí. Pero no: hablo de la delgada línea que une la vida con la muerte, la tierra con el cielo, la luz con la sombra. Esa delgadísima línea mide un micrón, que es lo que mide el tamaño de un pelo, de allí la famosa frase de que fulano se salvó por un pelo. De ese hilo invisible pende tu existencia mientras una mañana de sábado vas pedaleando tu bici, feliz, libre, saludable, por la calle Alem, como sintiéndote en completo control de tu vida y tus decisiones, creyéndote esa fantasía biográfica del Yo: la de que sos el dueño de tus actos y constructor de tu destino. Esa fábula narcisista. De eso hablo: de eso que don Miguel de Unamuno tituló como el sentimiento trágico de la vida. Hablo, en fin, de la absurdidad de la existencia.

-Sí, de que no somos nada. De que hoy estamos y mañana no sabemos -dice por fin Roque.

-Exacto, amigo. De que no somos nada. Nada de nada. Y a veces estas cosas te lo recuerdan.

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