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Cielorrasos y explosiones

El Tucu llega al bar, eufórico, subido al optimismo que lo caracteriza. No sabemos si ganó el Quini, le dieron un ascenso en el trabajo o directamente procede a su estado habitual una vez que el calentamiento del planeta trajo este frío brusco sobre la ciudad.

-Un frío que para mí es una bendición -señala.

Roque, siempre más equitativo, dice que está bien, que es un respiro, pero que lo natural, lo lógico, de acuerdo al mes de febrero, es que el calor regrese, no del modo extremo con que nos estuvo castigando pero que vuelva.

-¿Para qué? Si nos no tenés ni una pelopincho -el Tucu llama al mozo y pide lo de siempre.

-No importa. Pero fíjate los turistas en Mar del Plata. Gente que laburó todo el año para disfrutar una semana de vacaciones y está caminando con la rambla con pullóver y campera.

Le pregunto al Tucu si el inesperado frío que cayó como una puerta vieja sobre la ciudad, de golpe y destempladamente, tendrá la gentileza de amainar un poco y no hacernos prender el calefactor en febrero.

-No lo sé, pero esa no es la causa de mi alegría, de mi optimismo natural en la vida. Incluida la especie humana -dice.

-¿Ah,no? ¿Y se puede saber por qué estas contento?

-Viniendo para acá me encontré otra vez con el famoso dicho de que a pesar de los problemas siempre se puede resurgir como el Ave Félix...

-Fénix, en todo caso...

-No empecés con tus correcciones.

-Bueno, a ver, contanos. ¿Quién resurgió de las cenizas?

El mozo Marcos llega a la mesa. Baja el pocillo del Tucu, trae una medialuna más que pidió Roque y hace una ligera observación acerca del frío, al que agradece.

-Acá nomás, a cincuenta metros y contra todos los pronósticos -dice el Tucu.

-¿La escalera mecánica de la Galería los Puentes? -arriesga Roque.

-No, señor. Ese es otro tema.

-Es cierto, para la generación actual, los pibes de veinte años, la escalera nunca anduvo

-Sí que anduvo. Dos veces, a principio de los 80 y como treinta años después, un tanto fugazmente.

-Pero ahora es leyenda -aporto-. No volverá a moverse nunca más.

-Bueno, dale -apura Roque-, ¿cuál es la novedad?

-Havanna. Volvió Havanna. Y todo impecable nuevo. Cielorraso flamante, decoración nueva, mobiliario nuevo. Pasé por afuera y vi que estaba repleto de gente.

-¿Ya? ¿Tan rápido? -la boca torcida de Roque, las cejas enarcadas, denotan un gesto de incredulidad.

-Sí, señor. Quedó muy bonito.

-Qué lo parió. Y en tiempo récord.

-Pero eso no es todo -dice el Tucu y se hace el misterioso.

Queda un silencio de expectativa suspendido sobre la mesa, entre los pocillos y el alboroto de las voces de los parroquianos en el bar.

-Adivinen, che -dice.

-Que sé yo.

El Tucu es un tipo informado y le gusta jugar al juego de la intriga. Yo arriesgo que tal vez haya regresado al pueblo algún prestamista en fuga que solía cambiar cheques en los bares, oficina con ventana a la calle.

-No, no. Frío, frío.

-Bueno, dale. Soltá prenda y te pago el café -Roque lo soborna para bajar su ansiedad.

-Avenida Brasil -dice el Tucu-. Hay novedades desde nuestro pìtuco Puerto Madero.

-¿No me digas que...?

-Sí. Acertaste, si mis fuentes no me fallan.

-¿Es una noticia requeterica? -clava la estocada Roque.

-Exacto, diste en el clavo. Vuelve la casa de té.

-A ocho meses de la explosión... -calculo al voleo.

-Sí, señor. En el mismo lugar, la misma dueña, no sé si los mismos empleados y seguramente con todos los recaudos después de semejante experiencia.

-¿Cuándo levanta la persiana?

-Pronto, muy pronto. Creo que la primicia merece que me paguen el café -el Tucu está contento. Le gusta posicionarse a la cabeza de las movidas sociales.

Roque queda en silencio y no sale del mutismo hasta un buen rato, cuando lanza al aire, a la historia, al presente y a toda la comunidad, una pregunta que parece salirle de lo más profundo de su incertidumbre y de su vocación supersticiosa.

-Después de lo que pasó, ¿les parece que irá alguien?

El Tuco dice que tal vez le cueste la remontada. Para mí no hay dudas de que a Requeterrico el público le dará el crédito de una segunda vida. Les cito a los parroquianos de la mesa un pensamiento de Albert Camus: "En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible."

Por supuesto, el Tucu lo toma literal. Y dice que él también espera que en las profundidades de este invierno inesperado, vuelva el verano invencible.

En fin.

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