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La polémica bicentenaria

Dentro de cien años, para cuando Tandil llegue a los trescientos pirulos -y todos nosotros seamos polvo de olvido- los diarios de la época, si es que existen los diarios pues vaya a saber de qué forma se contarán las noticias en ese futuro impredecible, dirán que los tandilenses del bicentenario recibieron el acontecimiento con una polémica: la erección de un mástil de cuarenta metros en el Parque Independencia, en cuya asta se desplegaría la bandera argentina. Una bandera que por su tamaño y la altura del mástil sería observada por cada una de las ciento sesenta mil almas (hubo diez mil que no registró el censo) que entonces vivían en la ciudad.

Está claro que ignoramos y jamás podremos siquiera inferir qué dirán al respecto los vecinos del tricentenario. Pero algo tenemos claro: había unos cuantos temas pendientes para ejercer el siempre saludable ejercicio de la polémica.

Las generaciones más jóvenes no lo saben, pero hace treinta, cuarenta y cincuenta años, en Tandil se polemizaba en serio. Las redes, que tienden a la reducción de una idea -y muchas veces a banalizar el concepto de discusión- son ahora el ágora donde se debate. Antes era la prensa escrita, allí donde la palabra impresa queda para siempre y por lo tanto duele no sólo por lo que dice sino porque perdurará en el tiempo. En los diarios se debatía ferozmente. A principios del siglo pasado, algunas polémicas pasaban a ser una cuestión de honor, entonces los polemistas terminaban a cuarenta metros de distancia y con una pistola en cada mano. Pero por Carlitos Marx ya sabemos que en la historia lo primero ocurre como tragedia y luego como farsa, razón por la cual para hablar del duelo en sí mismo lo mejor, lo más risueño, al menos bajo el cielo en el que vivimos en el hueco de este valle, hay que citar a Ambrose Bierce y su "Diccionario del Diablo". Bierce definió así al duelo: "Ceremonia solemne previa a la reconciliación de dos enemigos. Para cumplirla satisfactoriamente hace falta gran habilidad; si se practica con sorpresa pueden sobrevenir las más imprevistas y deplorables consecuencias. Hace mucho tiempo, un hombre perdió la vida en un duelo". Ese sarcástico silogismo es tan agudo como el más brutal de los memes.

El sarcasmo de Bierce también puede aplicarse al tenor de la polémica que envuelve el mástil del Parque Independencia. Por supuesto que todas las opiniones son válidas y, si entendemos a la opinión pública como un punto de vista, también todas podrían tener su parte de razón. Sobre todo porque la discusión movió el amperímetro cuando sucedió lo imprevisto: el desmoronamiento de la superficie que dejó a la vista: 1) El cráter. 2) Piedras y tierra.

Mi querido amigo Néstor Di Paola le ha pedido al intendente que se vete a sí mismo porque no se puede construir la historia sobre la Historia, alegando que en 1916 el intendente Antonio Santamarina (único jefe comunal culto que tuvo Tandil) "vio" el Parque cuando allí arriba no había nada, y que por eso mismo, cuando se le ocurrió hacer algo, a partir de entonces el futuro no tendría ninguna posibilidad -por determinismo histórico- de realizar más nada. No es cierto. Después de la Portada, el Morisco, el monumento de Rodríguez y los cañones vinieron otras cosas. Por ejemplo, el asfalto, la placita con los juegos en la subida, los baños, el kiosco y la horripilante antena de Claro, de unos cien metros, gracias a la cual se comunican unos cuantos miles de vecinos. También le aclaro a Néstor que la idea de la bandera es exclusivamente del intendente.

Ahora bien, dos cuestiones imperan en este debate. Una, qué cosa había abajo cuando la tierra se abrió. Nada. Cero de patrimonio histórico. No había nada. Ni el sarcófago de Tutankamón ni la tierra prometida. Solo cascotes de piedra y polvo, lo mismo que encontró Santamarina cuando "vio" el Parque y compró todo ese gran cerro desde donde un día (perdón por la digresión) mi abuelo Nicolás Musa vio caer el Ford A de sus desgracias, desde la cima hasta la Portada, porque entonces no había cadenas ni pilotes. Por lo tanto, años después los obreros tuvieron que cavar la tierra para asentar los pilotes de piedra de donde se engancharon las cadenas.

Sí se puede discutir con mayor hondura lo que va hacia arriba: la antena. Es un mástil de 40 metros con una bandera argentina. En su nota a Néstor le hubiera gustado que flamee la bandera de Tandil. Eso tendría algún sentido si el sueño del recordado amigo Aníbal Tuculet se hubiera cumplido y la ciudad se hubiera convertido en un Estado Separatista de la Nación Argentina.

La polémica tiene en mi criterio un solo eje: el lugar elegido, el mirador de la ciudad, como enfatiza el antiguo "Himno a Tandil". Y está claro que no vamos a ponernos de acuerdo porque la ubicación define, como nunca, la sustancia del punto de vista. El paisajístico y el simbólico. En el primero, una bandera está hecha para verse; en el segundo, todo lo concerniente a la historia del centenario tuvo al Parque Independencia como escenario elegido. Un intendente puede acertar y puede errar, porque eso está en la naturaleza del gestionar. La bandera en ese sitio tiene un fuerte componente histórico y el inesperado y gigantesco cráter confundió las cosas: cuando se erija el mástil, se lo hará sobre una plataforma de dos metros por dos metros. Todo el resto volverá a su estado anterior. ¿A qué turista o vecino lo molestará la dimensión del espacio ocupado? Vale la comparación: un metro cuadrado por un metro cuadrado es lo que medía el punto de apoyo desde donde se columpiaba la Piedra Movediza. Frente a las críticas, hay dos miradas: 1) Las que entienden del tema; 2) las mal intencionadas. A las primeras siempre hay que escucharlas, porque aprender es una actitud. Sólo me permito decir esto: un barbarismo, un ataque a la identidad del patrimonio es otra cosa: es, por ejemplo, poner una pista de karting adentro del Coliseo romano, para ilustrarlo con una desmesura.

A mí la bandera me gusta y para tener una idea concreta de su hermanamiento con el paisaje habrá que ver qué ocurre cuando la obra quede terminada.

No es lo más importante, pero entre las críticas se escuchó el "derroche" de las arcas municipales. No fue así. Ese mástil y esa bandera surgieron de fondos íntegramente donados por empresas de la ciudad.

Las polémicas pendientes, las profundas, las que están picando en el área de la política y de las instituciones, tienen otra dimensión hacia los doscientos años: las grandes obras hídricas que precisa Tandil, las adefésicas construcciones en las sierras, la construcción de un Centro Cívico que deje al Palacio Municipal como un Museo de la cultura a salvo de las inclemencias de la vida cotidiana, la infame contaminación auditiva de las motos, las picadas, el desquicio del tránsito, la carencia de viviendas, la infraestructura que demanda la creación de nuevos barrios (ya son 55) y tantos otros temas que hacen a la gobernanza de una ciudad. Pero está bien, en la atmósfera cero de la medianía y el miedo a debatir y a exponerse, por algo se empieza. Por el mástil en el Parque, la polémica bicentenaria. Una gran bandera que ondeará de cara a este pequeño valle de entresierras donde vivimos todos.

Fotografía: colección Pierroni.

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