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Bicentenario: quinieleros, telos y algo más

Si en estos días una moderada expectativa oficia como víspera del bicentenario, la cifra, potente, pareciera obligarnos a mensurar un ranking de cosas, de eventos, de hechos, de personajes. Conté hace poco que me preguntaron por la mejor anécdota de los doscientos años. Ayer, una lectora se refirió a las marchas, a las manifestaciones.

En mi modesto criterio hay dos protestas públicas que compiten por el primer lugar del podio. La primera ocurrió en 1997, durante la intendencia de Julio Zanatelli. La otra en 2020, en plena pandemia de coronavirus. Entre las dos, habría que hacer una compulsa para ver cuál se lleva el premio mayor.

La del 97 tenía un contexto político. Zanatelli le había declarado la guerra al juego clandestino, no sabemos si por convicción o porque quería darle a la opinión pública una señal de su aversión a la quinela (así, sin la "i", como la nombran los entendidos del ambiente). Entonces primero empapeló la ciudad, en plena campaña electoral -la del 95- y luego, cuando ganó la elección, pasó a los hechos. Al combate en el territorio. Eso motivó que los dos capitalistas de juego que por entonces se dividían el plano de la ciudad por la mitad -una parte para Nicola Parasuco, la otra para Mario Angelo-, reaccionaran con su fuerza de "trabajo", digamos. Y tal reacción derivó en una protesta sin antecedentes y en cierta medida surrealista.

Ocurrió en el lugar a donde van a parar, como un embudo de enojos y calenturas, todas las manifestaciones públicas: el playón del Palacio Municipal. Allí, un centenar de pasadores de quiniela clandestina se reunió para expresar su protesta, airada, porque el intendente junto con la policía "no nos deja trabajar tranquilos". Por entonces, el juego clandestino era una contravención, aunque por debajo de la superficie de ese mundo poco explorado, el rol del capitalista de juego para con su gente era el de un "Pater Familias", un hombre con un sentido de liderazgo y protección a todos los que formaban parte de su actividad, o de su organización. Ese "padre" de esa familia solía ir mucho más allá de la función propia entre un capitalista de juego y un levantador de base: creaba un lazo fuerte con quienes trabajaban para él, sobre todo en las barriadas más suburbanas donde la quiniela tenía su mayor dinámica y fortaleza.

La marcha de los quinieleros (así se la habría de conocer, aunque quienes salieron a la calle fueron -como toda empresa- su fuerza de venta), descolocó completamente a Zanatelli. Meses después, el intendente debió pasar el trago amargo más inesperado: sentarse al lado de Parasuco a la hora en que concretó la operación comercial de la propiedad del Colegio del Sol. Esa foto, que estaba, nunca más volvió a verse, pero la cara de Zanatelli reflejaba una noche de insomnio y, tal vez, de acidez y espasmos intestinales.

La segunda manifestación, la que compite con la de los quinieleros, tuvo como contexto la pandemia de Covid, y también fue inédita. Nunca se había dado que los trabajadores de los telos, los cuatro albergues transitorios que por entonces tenía la ciudad (La Finca, Los Alerces, el California y La Morada), fueran también hasta la vereda del Municipio para presentarle un petitorio al intendente Miguel Lunghi. Los carteles de la foto que ilustra esta nota son por demás descriptivos: los dueños de los telos querían trabajar. "La Finca necesita abrir", fue el texto de una pancarta que agitó una manifestante y que no tenía precedentes en el rubro de la hotelería del sexo clandestino. El cierre de los comercios en la fase más crítica de la pandemia había incluido también a los hoteles alojamiento, en un momento donde la curva de contagios era altísima y todos estábamos más o menos presos, en el cautiverio obligado que trajo el murciélago chino.

Puesto a elegir, me quedo con la marcha de los quinieleros. Y con el futuro imprevisible que se abría por delante de aquellos años álgidos para los capitalistas de juego. Todavía estaba muy lejos en el tiempo lo que habría de suceder después, sobre todo con Nicola Parasuco Forturella Parasuco: por despecho, al no serle permitida la entrada el Tandil Golf Club, iba a fundar su propio club de golf, Valle Escondido, luego un barrio cerrado y más tarde habría de donar un terreno de su propiedad para que en el año del bicentenario de Tandil apareciera lo último de lo último, hace tres días: la apertura de la filial del Colegio San Ignacio entre las sierras, los palos de golf y el cerro de Don Bosco. El primer colegio privado dentro de un barrio cerrado, con todo lo que socialmente ello implica. Y la historia continúa.

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