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Ese día

Lo primero: ese día, desde las seis de la mañana, tras el toque de diana, se fundó un fuerte, una fortaleza militar. Pero el topónimo Tandil estaba en los mapas desde hacía por los menos ciento cincuenta años antes de 1823.

Lo segundo: el militar que lo fundó nunca ganó una batalla en toda su vida. Nacido en Buenos Aires e hijo de una familia patricia, acomodada, cuando era gobernador de la provincia se enemistó con Rosas (que quería negociar con los indios) y terminó muriendo, sin un peso, en el exilio, en Montevideo. Rosas tuvo otra ocurrencia para con nosotros antes de perder contra el ejército grande de Urquiza: cambiarle el nombre al pueblo. Por un tiempo, hasta Caseros, Tandil se llamó Chapaleofú.

Lo tercero: Rodríguez eligió el lugar donde levantar la fortaleza (que mirada desde arriba tiene la forma de un cuero estaqueado pero respondía al modelo de los fuertes españoles) para tener el mejor lugar táctico como defensa. Es obvio que lo que el lenguaje colonizador llamaba desierto, era más bien una vasta llanura con gente. Aquí la llanura se interrumpía por dos accidentes geográficos: las sierras arriba y el valle abajo. Alguna de esa gente que andaba muy oronda por estas latitudes eran indios, los hoy llamados pueblos originarios. También había unos cuantos paisanos, gauchos, desertores y afines. Los malones no le respondieron a Rodríguez con ondas de amor y paz: uno de esos malones, a quince años de fundado el fuerte, vació el caserío que aterrorizado, debió refugiarse en Dolores. Todas estas cuestiones (y algunas más) están en los libros de historia, y -tal como lo he escrito a repetición- no soy historiador sino alguien que cuenta historias recomiendo, muy especialmente los libros de los viajeros. El GPS del siglo XIX. Las "Memorias" de Juan Fugl, que tradujo Alice Larsen de Rabal, es el mejor de todos. Fugl aportó un dato que siempre divirtió a Dipi Di Paola. Dijo que cuando llegó al Tandil había algo así como siete casas y doce pulperías. ¡Un himno al chupi!, decía Dipi que solía desayunar con whisky. También es imperdible "Viaje a caballo por las provincias argentinas", libro del viajero inglés William Mc Caan. Los textos de viajeros son libros que relatan, que describen, así, genuinamente lo que ven. No hay interpretación ni sesgo.

Dos cuestiones: el significante del topónimo más aceptado alude al término Tandil como "piedra que late", en clara alegoría a la Piedra Movediza. El gentilicio correcto es tandilense; lo de tandilero viene a cuento por un modo coloquial de enunciarnos como un registro de identidad, un guiño entre vecinos arraigados a otro concepto: la tandilidad.

Ese día, volviendo al 4 del 4, ni el más optimista pudo tomarse en serio, en medio de la nada y el frío (en abril ya hace frío en este lugar del mundo) ese párrafo que Rodríguez suscribió como al pasar en la proclama de fundación, eso de que alguna vez Tandil iba a ser una ciudad "populosa y rica". El condicional -alguna vez- le pone una gotitas de realidad al deseo del fundador.

Los que se tomaron el trabajo medir cuántas hectáreas a la redonda iban a conformar las tierras del partido llegaron a la siguiente conclusión: 500 mil. Treinta años después de fundado el fuerte, solo 8 familias eran dueñas de 250 mil hectáreas, dato que revela por qué tan pocos tenían tanto y, de paso, explica que el alambrado es pariente del latifundio.

Ese día los que miraron el paisaje por primera vez vieron: las sierras y el agua de los arroyos bajando de las sierras. No pudieron ver, se infiere, que los dos mil millones de años geológicos, que es la edad que tienen nuestras sierras, traerían una industria, la de la piedra, un oficio, el de picapedrero y la primera inmigración: mano de obra de italianos, españoles, croatas y montenegrinos que habían cruzado el mar sin nada encima, para perder la tragedia mayor del desterrado, su idioma, y terminar rompiendo piedra en las canteras alambradas. Debido al frío antártico como condición primera, otros inmigrantes de la vieja Europa desarrollaron un saber que años después se convertiría en un signo de identidad: la elaboración de chacinados, el bendito salame tandilero. Salames y quesos, banquetes del paraíso bicentenario.

¿A qué vino ese día Rodríguez por orden de Rivadavia? Según la historia oficial a extender la línea de la frontera en su lucha contra el indio. O sea, a ocupar un territorio. Rodríguez no llegó con el símbolo de la paz y el flower power. Eso explica la envergadura del ejército, al que se lo denominó Ejército de Operaciones en el Sud. Estuvo integrado por nueve unidades de caballería, una de infantería, una de artillería y un tren de 259 carretas estructurado según el clásico dispositivo en vanguardia, grueso y retaguardia compuesto por divisiones, equilibradas por sus respectivas misiones. O sea, la expedición que arribó a este valle de entre sierras en 1823 fue un ejército en operaciones para la conquista militar, con la orden precisa de levantar un fuerte. El día señalado fue el 4 de abril. A las seis de la mañana, 260 soldados armados con picos y palas empezaron la tarea.

Se cumplen hoy doscientos años de ese día.

Para bien o para mal, aquí estamos.

Feliz cumpleaños a nuestro querido pueblito.

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