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La historia de la Historia

Pasé de casualidad por Havanna veinte minutos después de que se derrumbó el cielorraso. Ya estaba la policía en la puerta, ya habían cerrado el local, ya se sabía que no había ocurrido ninguna desgracia irreparable. Lo primero que vi fue eso que el lector está mirando ahora, en la foto que ilustra este artículo.

La mesa de la ventana. La mejor mesa de Havanna, por ubicación y comodidad. Hay como una máxima de los viejos bolicheros que dice que a la gente le gusta que la vean. Que un lugar gastronómico sin ventanas, difícilmente prospere. No estoy ni estaré en el rubro, pero tengo un largo recorrido leyendo y escribiendo en los bares, de manera tal que el axioma me parece acertado. Algunas confiterías tienen más ventanas; otras menos. Havanna, en tanto ventana con mesa hacia la calle literalmente tiene una sola.

Un rato después del colapso, la mesa seguía tendida, por decirlo así. Por debajo de las ruinas del cielorraso, entre una nube de polvo, en la grisura que pintaba el aire quieto y sofocado del lugar, sobrevivían los restos de una historia. Dos pocillos atónitos latían una súbita ausencia y entre ambos, pude imaginar, habían quedado suspendidas, como cuelgan en el cordel dos medias mojadas, tendidas y trémulas, las últimas palabras de una conversa inconclusa. Había también una tetera, un pocillo, una taza sepultada tras los cascotes, los platitos con que se presentan los alfajores y no mucho más.

Si el lector llegó hasta acá, es por una sola razón: para conocer de una vez por todas qué historia había detrás de la historia. Qué estaba ocurriendo en esa mesa cuando un quejido grave partió desde arriba, como un terremoto al revés, de forma tan rotunda e inquietante que distrajo la atención de los parroquianos, y luego se desplomó el cielorraso, de golpe, como se cae una puerta vieja.

Para reconstruir la historia de lo que estaba sucediendo en la mesa de la ventana (no sé a cuántas personas le puede importar eso, pero difícilmente un escritor pueda escapar de tal tentación), había dos caminos. Uno, el más sencillo, volver al local de Havanna que en tiempo récord reconstruyó el cielorraso y recuperó su normalidad, preguntarle a alguna camarera si recordaba a los parroquianos que había atendido durante los minutos previos al siniestro, y así empezar a tirar el hilo de la madeja. Salvando completamente las distancias, y a los fines de ir por la cobardía del ejemplo (Borges dixit) de un libro extraordinario, eso hizo Truman Capote en A sangre fría. Se instaló en Holcomb, Kansas, en 1959, donde cuatro miembros de una familia habían sido asesinados, en un crimen atroz e inexplicable. Capote fue hasta el final, literalmente: reconstruyó la historia de punta a punta, la escribió y estuvo presente el día que ejecutaron a uno de los asesinos. Y lo más importante, fundó un género: la No-Ficción, o la novela de testimonio.

La caída del cielorraso en una confitería, naturalmente, es un evento mucho más modesto. Una señora con heridas leves y un cierre momentáneo del lugar, era todo lo que había quedado tras el derrumbe.

Pero también una historia posible, como toda historia que sucede cuando dos personas se encuentran en un bar: un relato interrumpido en la mesa de la ventana.

Un escritor a cargo de un taller literario hubiera llevado la foto de este artículo a sus alumnos para que fueran ellos, con esa imagen, los que crearan la historia. A partir de ahí solo contaba una materia de oro para la escritura: la imaginación. (Bueno, la imaginación es el oro de todas las actividades y de todas las ciencias y de todos los oficios y de todas las relaciones humanas). Escribir a partir de lo imaginamos que pasó. Crear una escena desde la ficción con lo poco que teníamos a mano: la tetera, los pocillos, el aire sofocado del lugar, un vaso que podría ser de soda entre la vajilla tapada por los escombros. En fin, de eso se trata este trabajo, a sabiendas de que vivimos en una ciudad donde, largamente, la realidad derrotó a la ficción. El Macondo nuestro de cada día. Por eso mismo no me extrañó en absoluto que en medio de la escritura de la historia apareciera la Historia de esa mesa, de ese momento, de ese otro derrumbe.

Si llegaron hasta acá, cosa que dudo, cierro con lo siguiente: "Cielorraso", la historia en cuestión, es uno de los 100 textos que trae Historias al paso 2, mi nuevo libro de ficciones verdaderas que presentaré en mayo, publicado por Editora Independencia. Como quería probar la historia en público, aproveché la invitación de Nora Gómez, la viuda del gran René Lavand, para contarla por primera vez ante 20 espectadores en la cabaña que Nora convirtió en un lugar de encuentro, en las vísperas del bicentenario. Creo que les gustó mucho y en el libro está ilustrada por la mano genial de Andrés Llanezas. Como diría Jorge Asís, en pleno y lícito autobombo, me encantó escribir este libro que editado con formato de colección ya pueden reservarlo en mis redes sociales o en la librerías Alfa, La Casa Azul y Hola.

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