Historias VOLVER

El otro dinosaurio

Entonces, en una de esas charlitas que vengo dando por las escuelas al llevar para sus bibliotecas el libro Ruedas sobre el empedrado, se me ocurre contarle a los chiquitos y a los adolescentes, algunas cosas que parecen muertas -o tal vez lo estén- a los ojos de los vecinos. Y, hablando de Dino Argentisaurios, el dinosaurio que se acaba de inaugurar en el Parque del Origen, me refiero a otro cuyo esqueleto yace adentro de una galería.

-¿Un dinosaurio? -me pregunta un pibe de la Escuela de Comercio. La bibliotecaria Ana Raquel Machado reunió una pequeña multitud de chicos en la biblioteca de la escuela donde egresé, allá lejos, cuando todos, o casi todos los que están leyendo esta nota éramos más jóvenes y lo vimos, efímeramente, al dinosaurio en cuestión.

-Claro, claro. Ninguno de ustedes, por una cuestión de edad, pudo verlo andando, pero les juro que alguna vez estuvo vivito y coleando.

Los chicos se ríen, entonces les aclaro que estoy hablando de la Escalera Mecánica de la Galería de los Puentes, el dinosaurio que, para estupefacción de todo el pueblo, apareció en 1980, para ponerle la frutilla al postre de esa galería -con el edificio arriba- que casi mandó a la ruina al "Colorado" Santiago Selvetti.

-¿En serio que anduvo? -un chico me mira, como desconfiando. Y a mí, que me encantan las leyendas verdaderas, no me cuesta nada repasar la historia de cómo ese dinosaurio que subía y bajaba gente a la manera de una suerte de robot gigante instalado en el fondo de la galería tuvo una vida fugaz, en el período precámbrico del Tandil de los años felices, esto es durante fines del siglo XX, para resucitar aún de forma más fugaz en el XXI y volver a morir hasta hoy.

Les cuento que Selvetti era un industrial, el inventor de Metalúrgica Tandil, un tipo muy visionario (tanto que vendió la fábrica a la corporación francesa Renault a mediados de los 90 cuando se vio venir la globalización). Y que un día, vaya a saber por qué, se le dio por levantar un edificio con una galería comercial en pleno centro. No había leído el empresario acerca de la maldición que en este pueblo recae sobre las galerías, por lo tanto siguió adelante. El edificio le provocó un cisma económico del que lo rescató el Banco Comercial, para poder concluir la obra. La Galería de los Puentes (habrá que ver por qué la bautizó así) también era novedosa en su impronta, es decir con algunos lujos más que las galerías convencionales. Por ejemplo, el gran detalle de la escalera mecánica que le debe haber salido una fortuna.

-Imagínense -les digo a los chicos- que a principio de los 80 eran muy pocos los vecinos que habían subido o bajado por una escalera mecánica, en Buenos Aires, así que su inauguración fue toda una novedad. El día que se puso en marcha había una larga fila de tandilenses haciendo la cola para poder subir.

Los chicos se ríen, como pescando cierta exageración en el relato. Ese chiste lo inventó Teté Molina en uno de los espectáculos que hacíamos con Pepo Sanzano.

-Había mucha ansiedad, en serio. La cola llegaba hasta el bar Golden.

-¿Y a dónde conducía la escalera?

-Al segundo piso, que tenía todos los locales vacíos menos uno. Un boliche, o un pub, que se llamaba "Bunker". Allí los jóvenes, o sea nosotros, jugábamos a las damas y al backgammon.

La galería, les cuento, se inauguró el 20 de junio de 1980, o sea once años después que el hombre pisó la Luna. No sabemos si Selvetti quiso emparentar su obra con la hazaña del Apolo 11, pero la escalera mecánica, que era considerada una maravilla tecnológica, ese día batió todos los récords de taquilla: durante la jornada subieron y bajaron por ella alrededor de 6500 vecinos. Hugo gente que se emocionó, algunos se agarraban con temor de los bordes y otros dudaban largos segundos en posar el pie derecho sobre el escalón elegido, y si dudaban un poco más el escalón seguía de largo, hacia arriba, y tenían que elegir el siguiente. No faltaron vecinos con taquicardia y las hurras ante la proeza de subir y bajar con éxito por la flamante escalera.

Se escuchan las risas de los chicos. Uno pregunta qué pasó, cómo siguió la historia.

La galería no funcionó y el edificio se independizó de ella, como pasó con todos los edificios que se construyeron arriba de galerías. Cuando "Bunker" cerró sus puertas la escalera, que ya agonizaba como la única y última de su especie en la ciudad, dio su último suspiro y murió. O mejor dicho, ese creímos.

-¿Pero murió o no murió? -me pregunta una piba.

En realidad estuvo congelada, como dicen que está congelado el cadáver de Walt Disney. Petrificada, en muerte vegetativa, durante algo así como cincuenta años. Hasta que un día vino un tipo que se dedicaba a cambiar cheques por los bares y en el lugar donde había funcionado "Bunker", abrió un pub que se llamó "Da Vinci" (ver la segunda foto que acompaña este artículo). Parece que le gustaba la pintura a nuestro olvidado Tati Silva, el fundador del bar. Un tipo simpático que un día se desterró del pueblo. Pero antes acometió una proeza monumental: llamó a un técnico de Buenos Aires, se metió adentro del dinosaurio, le hizo un service a fondo, conectaron el medidor (el medidor de luz era sólo para la escalera) y la hizo andar de nuevo. La resurrección de la escalera mecánica fue otro acontecimiento, menor a su estreno, es cierto, pero que también despertó comentarios, sobre todo en los más nostálgicos. Ahí nació la leyenda de que si volvías a subir por la escalera mecánica recuperabas la juventud, los años perdidos, las novias que te dejaron, los sueños rotos.

Se hace un silencio entre los chicos. Hemos pasado de la risa a la sustancia de una leyenda que se me acaba de ocurrir en ese mismo momento. Pero la charla se termina. Les cuento que la segunda vida del dinosaurio, perdón de la escalera mecánica, fue muy breve, pero ese hecho desmiente los dichos de la generación milleniamm que aseguran que la escalera nunca funcionó. Andar anduvo, pero desde el principio su creador, Santiago Selvetti, tuvo la señal de que la cosa terminaría mal. Entre las novedades, la Galería de los Puentes trajo una puerta de entrada con un mecanismo eléctrico. Uno se acercaba y ambas hojas de la puerta se abrían solas. El día de la inauguración, ante la prensa, los amigos, el directorio del Comercial que lo había salvado de fundirse, Selvetti acometió con todo su ímpetu haciendo su entrada triunfal a la galería. La señal, fatídica, fue ostensible: el sensor eléctrico de la puerta falló y el Colorado rebotó contra el vidrio y cayó de culo en la vereda. Creo que nunca dejó de maldecir la idea de la galería, el edifico y la escalera mecánica, primer dinosaurio de la ciudad apodado cariñosamente "ColoTati", acrónimo de los dos hombres que lo hicieron funcionar en la serranía.

APORTA TU PENSAMIENTO

Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.

Últimas noticias

Artículos

Zapatos

28/04/2021

leer mas

Historias

"Bon o Bon", a pedido

08/05/2021

leer mas