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Rodríguez, después de la saga

Durante tres meses, como saben los lectores, en cuenta regresiva hacia el bicentenario publiqué buena parte de mi archivo digital de fotos y también de las que me empezaron a enviar los lectores. Una llegó después del 4 de abril. Es la que acompaña este artículo y que logró recuperar el fotógrafo Enry Bonanna.

Con la foto venía este mensaje de Enry: "Mi amor por la imagen me llevó no sólo a tomar sino a admirar imágenes antiguas y coleccionar, sobre todo las que se tomaron con cámaras minuteras. Esto me ha llevado a tener algunas lindas imágenes. Hace un año atrás en un lugar muy pequeño y de cosas muy feas, encontré varios rollos de película revelados, de los cuales me hice por un puñado de chirolas, son de esas cosas que generalmente van a la basura, después de unas semanas de molestar en alguna estantería.

"Escanee 550 imágenes de alrededor de 1950 al 55. Un asiduo fotógrafo, que revelaba y no cortaba los negativos, dejó un material de Tandil, como la inauguración del Murallón, o el relevamiento con muchas imágenes del armado de Tandilfer. Pero entre todas ellas hay una que muestra la calle Rodríguez, entre Mitre y España, en donde se alcanza a ver un surtidor en la esquina que creo yo es Mitre y Rodríguez. Alguna vez supe que allí hubo una estación y en este material creo haber encontrado la prueba. Se ve también a Bardelli en esa cuadra y a Renzo, frente de donde estuvo en los 80 y 90. Si te sirve usala para lo que gustes".

Y lo que más me gusta está acá: poder compartirla con los lectores.

Realmente la foto es una maravilla por muchas cuestiones. Primero, su rasgo inédito. No la había visto nunca y tiene su sentido: entre las décadas del 50 al 70 fue el auge del "fotógrafo socialero", ese fotógrafo todo terreno que un tío o alguien de la familia contrataba para hacerse cargo de las fotos del cumpleaños de la quinceañera, o de una boda, o de algún evento. Se trataba de un oficio que tallaba muy fuerte en la sociabilidad de la época y que se aprendía de manera empírica. Era muy improbable que en cualquier casa de familia alguien tuviera una cámara, y el fotógrafo en sí mismo -como el empleado de banco- tenía un status en la sociedad. Ese mundo en blanco y negro, que nunca perdió su magia ni siquiera cuando sobrevino el revelado color (y aquí empezó a descollar la figura del "Negro" Julio César Díaz como el visionario en la tecnología color) tenía además, en la foto de familia, un trabajo de terminación admirable a la hora de entregar la foto. Cualquiera recordará esa suerte de cartulina, de tapa y contratapa, con la foto en el centro, un papel transparente que la protegía, y la rúbrica del fotógrafo al pie.

La foto que nos regala Bonanna tiene otras cuestiones para muchos (me incluyo) desconocidas. Por ejemplo el surtidor de gasoil, en efecto, a pasitos de la calle Mitre. Si bien es cierto que durante esa época había varios surtidores en la vereda (el de Texaco sobre Avenida Colón era uno de los más famosos), cuesta imaginar una estación de servicio en ese lugar, sobre todo porque -tal como se observa al fondo de la imagen- aparece el cartel de Esso, la marca del combustible que vendía aquella estación que entre sus dueños más conocidos estuvo la familia Bruzzone, hoy la actual YPF. Tal vez algún lector memorioso recuerde a quién perteneció ese surtidor de gasoil que hoy suena tan extraño, como una extravagancia, en plena vereda y que, según los que peinan canas, era manipulado por los propios automovilistas a la hora de cargar combustible.

Otra novedad es el comercio fundacional de Helados Renzo, a metros de la esquina de la Avenida España, treinta años después de mudarse al espacioso local donde ganó fama y prestigio, también sobre Rodríguez, tan cerca del lugar donde nació. La casa de piedra (que es un inmueble protegido por su valor histórico patrimonial) tiene la fachada parcialmente reformada y hay algunos comercios de larga data como el Bazar Bardelli. Y otros que cuesta rastrear en la neblina del tiempo: un negocio de máquinas de coser y una fábrica de lencería.

La doble mano y un tránsito escaso al momento en que el fotógrafo disparó el obturador, no debería confundirnos. En todas las épocas el tránsito del centro fue un desquicio, pero también en todas las épocas -y hasta el presente- un ritual de pueblo chico se mantiene intacto a la hora de compilar los usos y costumbres de los lugareños, incluso en la transición urbana y mental hacia ciudad: la hora donde se duerme la sacrosanta y reparadora siesta que, es cierto, se ha ido acortando con el tiempo.

Como la lectura de una foto tiene sus limitaciones, no podemos saber a qué hora se tomó el registro, pero, por el escaso tránsito y las veredas casi desiertas, daría toda la impresión que sucedió a la hora que en aquella década las cincuenta mil almas que vivían en este valle de entre sierras iba de manera casi teledirigida de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, pero además, como un intervalo que heredaron de lo más profundo de árbol genealógico, dormían la siesta.

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