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Memorias de una película desopilante

Se llamó, fuera de toda indagación existencial, "La Búsqueda". La vieron, apenas, no más de cien tandilenses, pero eso bastó y sobró para su inmortalidad: nadie pudo olvidarla jamás, aunque también es cierto que nadie -si se lo propuso- logró recuperar el testimonio fílmico de entre las nieblas de la historia. ¿Dónde estarán las copias de aquella obra magna del cinemascope tandileño? ¿Dónde su inefable director? ¿Fue "La búsqueda" un espejismo de una noche de verano? No. La tradición oral a través de innumerables testimonios da prueba irrefutable de que la película existió y es probable que el film se haya constituido en la obra fundante del cine lugareño. Es una pena que en alguna edición del Festival de Cine no se la haya recordado. Sin embargo, ha quedado para ella un incómodo lugar en la historia.

Entre sus increíbles pergaminos, fue tal vez la única película que batió un récord difícil de igualar: se pasó una sola vez. Luego del debut "La búsqueda" desapareció hasta de las colecciones privadas y lo archivos de los coleccionistas. Cuando su director empezó el rodaje corría el año '74. La ciudad, por entonces, era claramente otra ciudad y el cine local intentaba a duras penas construir una tradición que hasta hace poco tiempo -por costos, recursos y tecnología- resultaba una cuesta empinada.

El argumento trataba de una historia de amor y la pareja protagónica estaba constituida por el galán, un vecino de apellido Otegui, y otra vecina a quien todo el mundo conocía como "Pochi" Valle. Cuentan que el rodaje insumió la obsesión del director, quien para redoblar la producción decidió internacionalizar el film montando una escena descomunal, acaso la escena más tremebunda de la película, filmada en Río de Janeiro. Nuestro recordado Francisco Lester, quien asumió con hidalguía su participación como actor de reparto en el rol de un mayordomo homosexual, recordó hasta el final de sus días la duda metafísica que lo embargó durante el rodaje. "Cuando me estaban filmando me preguntaba para mis adentros '¿qué estoy haciendo acá?'. Nunca encontré la respuesta", supo historiar el querido Frank.

En verdad, existe un anhelo común a todos los personajes que compusieron el elenco del film: el deseo de que un piadoso manto de olvido caiga para siempre sobre esta obra secular del hiperrealismo mágico serrano. Pero no sólo el film se convirtió en un acontecimiento estético marcado por la desventura, sino que también el estreno en sí mismo, en tanto acontecimiento social, y su posterior efecto detonó la bomba neutrónica de la Carcajada Universal, risotadas que se escucharon hasta el último rincón de la ciudad. Ergo: no hubo nadie del elenco que se salvara de ser el hazmerreír público tras el desopilante debut ocurrido una aciaga noche de 1975.

Antes del estreno el director tomó nota del sensacional éxito que estaba teniendo "Las colegialas se confiesan", película ícono del erotismo de la época, que en esos días rompía las boleterías del Cine Cervantes. Breve digresión: hay que decir, con los números en la mano, que "Las colegialas se confiesan", como lo atestigua el cinéfilo Ernesto Palacios, fue la película más taquillera que vieron los vecinos a lo largo de toda la historia local. Con el objetivo de motivar a su elenco frente al éxito de la competencia, el director reunió a sus actores y dejó caer una promesa temeraria: "Esa peliculita (por "Las Colegialas...") no podrá contra nosotros. Así que yo les aseguro una sola cosa: hasta el Oscar no paramos", deliró.

El estreno ocurrió en el Cine Excursionistas durante una candente noche de febrero que ninguno de los espectadores podrá olvidar jamás. Toda la película fue un error. Barroca y grotesca se convirtió en la suma perfecta de una caricatura kitsch donde pululaban los diálogos inauditos que le daban al film un tenor desopilante. Una alquimia extraña entre Macondo y Fellini. Entonces pasó lo que tenía que pasar: no hubo cristiano que se pudiera abstraer de la tentación y el cine se pobló de toses fingidas, estornudos simulados y el crujir de las butacas que se retorcían al compás de las carcajadas. Sin embargo, el film se había reservado lo mejor para el final. El protagonista, anclado en Brasil, partía a la búsqueda de su objeto amado, la "Pochi" Valle, quien había quedado en la aldea tandileña. Entonces la cámara tomó a Otegui de espaldas. Estaba mirando el mar en las playas de Ipanema. De golpe el hombre empezó a nadar mar adentro. La cámara lo siguió y vio cómo nuestro héroe se perdía nadando en la última línea del océano Atlántico, y al cuadro siguiente aparecía... ¡saliendo de las aguas del Dique! Entonces un espectador gritó lo que había que gritar:

-¡No nadaste nada, Gorosito!

En ese instante el cine estalló. La mitad de los presentes debió correr al baño para desagotarse en los mingitorios y la otra mitad se desmayó de risa en las butacas. Cuando la película terminó el glamoroso director, que tenía un traje blanco y estaba maquillado como una vedette desplumada, se paró en la puerta del cine a esperar los saludos de rigor. Fue la última vez que se le vio por aquí y aquel debut de estrépito significó, vaya paradoja, el nacimiento y la muerte de una película desmesurada.

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