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Todo llega, Celestina

Fue durante veinticinco años directora de la Escuela Primaria Nº 22, pero fue mucho más que eso: un emblema de educadora, una enamorada de los confines de esa Villa Laza que en los años 50 se caía de los arrabales del pueblo.

Fue una apasionada de esa escuela donde educó a tres generaciones de alumnos, y eligió como lugar para vivir junto a su marido Juan Carlos Trotta. Debió esperar más de cincuenta años para que un acto de justicia escolar (democrática, participativa, no divina) haga lo que tenía que hacer: la imposición de Celestina Palmieri con el nuevo y definitivo nombre de la Escuela Primaria Nº 22, una escuela que había nacido en un galpón de la cantera Albión, luego se trasladó a otra cantera, la Movediza, hasta que en la despoblada Juan B. Justo encontró su definitivo lugar en el mundo.

Ocurrió que hoy, 8 de mayo, se cumplió el aniversario 101º de la escuela. Y está claro que el salón de actos de ese inmueble construido en el 55 con la donación del predio por parte de un vecino, flotaba un aire de emoción y ensimismamiento, como si cada uno de los presentes presintiera que la propia Celestina estaba a punto de entrar al salón. Era calladamente un día de fiesta.

El caso de Celestina Palmieri y el impedimento a su reconocimiento es por lo menos llamativo. Ya en el año 2013 ex alumnos, vecinos y hasta el propio sindicato AOMA (el nombre de Celestina también está ligado al mundo de las canteras), habían propuesto la renominación de la calle Formosa, entre Jujuy y Juan B. Justo, pero la movida, que tuvo un ribete institucional en el Concejo Deliberante, no prosperó. Parece que no fue fácil cambiar el nombre de una calle en Tandil, como si Formosa fuera a los tandilenses algo más de lo que fue siempre: el nombre de una provincia argentina.

Nacida en Tandil, Celestina Palmieri llegó al barrio de Villa Laza con el primer día de septiembre de 1947. Fue la primera vez que cruzó la puerta de la Escuela Primaria Nº 22, en su primer día de clase, en una Institución al que vaya a saber qué burócrata municipal y bajó qué dudosa inspiración había bautizado con el nombre de Lorenzo Montúfar, un completo desconocido para la historia lugareña.

Durante el acto de este martes, el director de la escuela se permitió una ironía suave en su discurso, al decir que los directivos, docentes y alumnos debieron aprender a convivir con el nombre de ese desconocido. Mucho antes de que apareciera el verbo googlear, otros directivos lograron dar a duras penas con la biografía del personaje: Montúfar había sido un abogado y diplomático guatemalteco. ¿Qué hacía su gracia impuesta hace más de cincuenta años en los suburbios últimos de la avenida Juan B. Justo? Nadie lo sabe, y como la historia es lenta -al menos para este caso- el hombre se sostuvo en la escuela con su fatal ajenidad, hasta que el año pasado, con un debate amplio y participativo de toda la comunidad escolar y también de exalumnos, se votaron tres opciones para darle a la escuela la identidad y pertenencia que merecía: ganó (suponemos que por lejos) el nombre de Celestina Palmieri y su hoy su duende sobrevoló como una epifanía el salón de actos donde se realizó la ceremonia.

Una exalumna tomó la palabra para decir que cuando llegó Celestina a Villa Laza, ésta era una comunidad alejada por extensiones baldías y habitada por descendientes europeos, en su mayoría trabajadores de las canteras. La escuela sobre Juan B. Justo primero funcionó en Formosa y Jujuy, hoy sede del Club La Movediza. En 1950 se inauguró el edificio actual y en 53 se jubiló la directora y a pedido de la comunidad, Celestina asumió ese cargo hasta 1979. En 1955 junto a su marido vivió en la casa-habitación de la escuela. Celestina Palmieri inició y terminó su carrera docente en esta escuela. "Fue una docente con vocación, con pasión por lo que hacía, viviendo en la escuela y para la escuela", biografió. Es decir, lo que se llama una maestra de alma, con una notable praxis para el magisterio, un paradigma casi perdido.

Está claro que en el medio de su carrera le propusieron desde los altos estamentos educativos, ascensos que nunca aceptó, traslados que siempre rechazó, privilegiando su opción de hierro: trabajar para una escuela humilde, en un compromiso férreo con los alumnos y sus familias. Esto es: decidió que nunca más se iría de la Villa Laza que eligió para formar a tres generaciones de alumnos, muchos de ellos hijos de trabajadores de la piedra, en un Tandil donde las canteras ya vivían su predecible ocaso.

Todo esto fue tan cierto que resulta inexplicable que haya pasado algo así como medio siglo para que la escuela que amó lleve su nombre. La posteridad tardó más de lo recomendable.

El acontecimiento ocurrió tal como Celestina Palmieri llegó al barrio: en silencio, casi sin prensa, en el calor evocativo de aquellos exalumnos y parientes que la sobreviven, con los rituales propios de un acto escolar: la marcha Aurora, el paso de los bandera, la entonación del Himno Nacional, un video del Tandil del bicentenario, una canción preparada por los alumnos para el 101º aniversario de la escuela y la entrega de un cuadro que exhibe una de las pocas fotos que se conservan de Celestina, de delantal blanco, sonriente, tal vez la imagen más pública que de ella se conozca. La otra foto, la que acompaña la saga de imágenes de este artículo (cliquear para pasar las fotos debajo del título de la nota), en blanco y negro, en un mundo de delantales y campanas y recreos, y tiza y pizarrón, la tiene allí, de pie frente al aula, haciendo lo que hacía siempre: entregando su corazón por la educación para esa Villa Laza que tanto la necesitaba.

Sale Montúfar; entra Celestina. Esperemos que sea para siempre.

Fotografía: Fototeca Digital de Ciencias Humanas. Archivo histórico digital comunitario.

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