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Furia movediza

Veníamos por Rodríguez hacia el bar El Cisne. Jorge Dipi Di Paola del lado de la pared, aún sin el bastón, Julio Varela (Varela Varelita) en el medio, yo ladeado sobre el cordón. Era de noche y no puedo detectar el año exacto, tal vez fuera en el 90 o por ahí. Si venía alguien más con nosotros, no lo recuerdo.

Llegamos a Mitre y ahí, justo en la esquina, Varela Varelita -en un ataque de nostalgia- dijo:

-Miren, acá estaba la zapatería La Movediza.

Lo que vimos era el frente de un pub que se llamaba "María", uno de los tantos bares que funcionaron en esa esquina. Entonces, sin aviso, como le ocurría a menudo, a Dipi le dio una de esas rabietas descomunales y empezó a los gritos.

-¡Qué importa que hubo acá hace cincuenta o cien años!

Varela Varelita enmudeció. Había escrito una obra de teatro que se llamaba "Matiné" donde tres tipos, a los treinta años, ya se estaban amasijando con la nostalgia. Para Dipi Di Paola la nostalgia era un veneno.

-¿A quién puede importarle si hubo una zapatería o un kiosco? ¡Este pueblo atrasa! ¡Ustedes atrasan!

Todos éramos más jóvenes en ese tiempo, y Dipi el más grande, debería estar por los cincuenta pirulos. En el 83 había regresado de Buenos Aires y lo que encontró no tenía nada que ver con su vida porteña donde con Miguel Briante naufragaban en los bares, recorrían uno más borracho que el otro, toda la calle Corrientes (los bares La Paz, el Ramos, La Giralda) y era una de las habituales estrellas de los happenings del Di Tella y otras fiestas perfomáticas a donde lo veían llegar, junto a María Moreno, disfrazado (producido, se diría hoy) y siempre dispuesto a la disrupción, al sesgo, con su risa volcánica y su aura de niño maldito y querible. Dipi era la vanguardia de la vanguardia, un escritor casi sin obra que en su regreso al pago chico debía afrontar el contraste: Tandil seguía siendo más o menos, en los 90, el pueblo del que se había ido treinta años atrás. Y sus amigos de generación (los Techeiro y algunos más) estaban en otra cosa: atrasando, decía Dipi. Romantizando el pasado. Como Varela Varelita que detenido en la esquina de Rodríguez y Mitre había entrado en el túnel del tiempo observando la fachada del pub "María" para devolverle un capítulo de su arqueología: en efecto en ese lugar, entre los años 20 y 30, o algo así, había existido una fábrica de zapatos a la que evocó como la zapatería La Movediza.

-Bueno, no te pongas así, fue solo un dato... -dijo Varela Varelita, aún impactado por el brote de furia que en Dipi duraba algo así como quince segundos. Pero el ataque, aunque uno estuviera acostumbrado, dejaba como una resaca de escozor, hasta que el propio Dipi se calmaba y riéndose volvía al tema pero con otro tono, el de la lucidez sarcástica. Por eso dijo:

-No me interesa en absoluto ni el pasado ni tampoco la posteridad -y concluyó-: ¿Qué es la posteridad? ¿A quién mierda le va a importar que un día haya un choque en la esquina de Actis y Di Paola?

Tal vez en ese instante nadie de los que estábamos ahí pensó en la dimensión del concepto. Ni el tiempo ni los ríos fluyen hacia atrás. Y del porvenir, siempre incierto y lejanísimo, nada sabemos y nada podemos hacer para modelarlo a nuestro antojo, si eso quisiéramos. Estamos en la única modalidad posible, el hoy, el aquí y el ahora, que es la única y breve y efímera forma de inmortalidad que conocemos. La del presente. Dipi anunciaba su desprecio por la posteridad con la misma convicción con que un día me dijo qué esperaba de sus libros, de su obra: "Que no me lean en las escuelas". Creo que le dieron el gusto.

Llegamos a El Cisne, que era el bar a donde concurría la bohemia artística de los 80 y los 90. La vida era más honesta entonces: los hermanos Massera eran prestamistas con ventana a la calle. Dos prestamistas y un funebrero (Roberto Facekas) conformaban una mesa de índole metafísica: el poder del dinero, la muerte y la amistad cafeteando en el boliche de Honorio Vergel. De la rabieta descomunal de Dipi solo quedaba un resto de bruma disolviéndose en la noche.

Escribo esto porque ayer, en el vasto y caótico archivo de internet, ese aleph con banda ancha, se me apareció una fotografía, la que ilustra este artículo, de la famosa Fábrica de Zapatos La Movediza. Entonces recordé a Dipi, que escribió el prólogo de Esperando al señor Nostradamus, un libro de cuentos que publiqué en el 97 y a Varela Varelita que me regaló el prólogo de las Memorias del Bar Ideal. Hace rato que Dipi partió de este mundo y hace rato que Varela no escribe más ("Sólo leo", me dijo hace bastante). Hoy presento un nuevo libro con la certidumbre de que somos pocos los que seguimos escribiendo y más pocos aun los que descreemos de la nostalgia y de la posteridad. Estamos en el carpe diem del poeta y filósofo Horacio: aprovechando el día y negándonos, como dijo Salgari, a quebrar la pluma.

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