Artículos VOLVER

Uno de los nuestros

La memoria tiene esas cosas: uno recuerda lo que recuerda. Entonces ahí está él, con diecisiete años, no más que eso. El lugar se pierde en la bruma del tiempo, pero no importa. Lo que realmente importa es lo que allí está por suceder. El pibe toma un instrumento musical que no es una quena, ni una flauta. Es lo que debe tener cualquier aspirante a rockero entre sus manos: una guitarra.

Sí hay que aclarar que no estábamos en una guitarreada. Porque en una guitarreada -donde se permitía cualquier licencia artística, debido a que era más que un evento cultural una reunión social- solían pasar esas cosas, esos deslices.

No era una guitarreada en Circulares, por ejemplo. No era, mucho menos, el fogón de un camping. Era un escenario de vaya a saber qué pub, o qué teatro. A principio de los ochenta había nacido el pub, esto es un lugar que -dándole una vuelta de tuerca al bar- incorporaba otras cosas. Por ejemplo, videos, películas. O un escenario para que actuaran los músicos en vivo. Grupos. Lo que hoy se llama bandas. O solistas.

Entonces en el escenario, flaco, desgarbado, alto, un pibe nacido en el barrio de la Estación tiene una criolla en la mano. Afina y procura disimular los nervios. La voz, si bien es un pibe, ya marca un estilo: un timbre grave. Los jeans, la remera, las zapatillas completan el atuendo. La guitarra tal vez se la haya comprado al Flaco Vallejos. Ahora bien, lo que ocurrirá apenas haga sonar el primer acorde es una sorpresa. Veamos por qué.

Lo esperable era que el pibe saliera con algo de la época, por ejemplo "Rasguña las piedras", una canción que se sabía todo el mundo. O, también podía ser, con un tema propio. Eran los tiempos de los temas propios. Cualquiera de nosotros -perdón por el plural- con cuatro o cinco acordes podía componer un tema. Con un poco de imaginación y recursos para escribir la letra, el tema salía. Si Piero hacía bazofias en cuatro acordes, ¿por qué no nosotros que éramos nadie en un pueblo que era nada? Es cierto que otros músicos lo hacían mucho mejor, porque parecían nacidos para eso, con la Fender desde la cuna. Un tipo como Coie, como Apolín, como Luis, eran predestinados. O mejor dicho: eran músicos en serio. Ahora volvamos. El pibe, que también es músico, se sienta en una silla, cruza una pierna sobre la otra y dice que va a cantar una canción que le gusta mucho. Y sin más se larga a cantar.

Con la primera estrofa nadie del público parece salir de la sorpresa. No esperaban que hiciera, con una criolla, el rulo de "Humo sobre el agua" con la quinta y sexta cuerda, pero mucho menos eso: un tema folclórico. ¿Qué hace ese pibe con la guitarra, con ese arpegio simplón y esa melodía que está lejos, muy lejos, de los anillos del Capitán Beto, de la "Muchacha" de Luis Alberto, y hasta de las fúnebres melodías de Pastoral? ¿Qué hace? ¿De quién es esa canción que empezó a cantar cuando dice: "Yo soy de un pueblo pequeño / pequeño como un gorrión...?".

No lo sabemos por entonces. O tal vez alguno lo sepa y no dice nada. Pero todos estamos ahí porque somos sus amigos, todos adolescentes, todos rebeldes que le compramos discos al Pibe Techeiro en Vereda Musical y vamos a los recitales y usamos jardineros y morrales, y esa noche toca por primera vez uno de los nuestros, hijo de ferroviario, el que más talento parece tener y el que, al cabo, el que más original será, con los días, con los meses, con los años, para atreverse a meterle unos sonidos de rock and roll al folclore, para crear una banda mítica, comprar un colectivo destartalado y salir a recorrer el país, a fundar una marca, a cielo abierto, a la gorra, haciendo de la música una forma de vida.

Pero todavía falta un poco para todo eso. Primero está el debut, el estreno, la primera vez que el flaco pisa el escenario, se acomoda la criolla y empieza, como decíamos, a soltar su extraño cancionero. Porque por esos años (81,82) en El Cisne ya estábamos compartiendo otras músicas, como Zeppelin, como Deep Purple, como Rick Wakeman, o los nuestros, Pedro y Pablo, Almendra, Pescado, Manal, en fin, esas voces, esos temas, y de pronto vemos que el tipo se larga con "Yo soy de un pueblo pequeño", de Luis Enrique Mejía Godoy, un tema que estaba a mitad de camino, aunque bien escuchado también se encontraba dentro de ese tópico que se llamó la canción de protesta. Por algo el Flaco levantó el tono cuando cantó "yo soy un pueblo nacido / entre fusil y cantar / que de tanto haber sufrido / tiene mucho que enseñar". Entonces pasó lo inesperado: cuando salió del estribillo y arrancó para la nueva estrofa, el Flaco se olvidó la letra, algo perfectamente compatible con la edad, con los nervios, con la inexperiencia, sobre todo porque a lo diecisiete años el atril es casi una falta de respeto. Se olvidó la letra y frenó, en seco. No quiso dibujar la estrofa, meter alguna sarasa más o menos incomprensible, para salvar el momento. No. Se calló y cesó la guitarra, y cuando su voz enmudeció hubo como un silencio unánime que lo acompañó en ese lapsus, hasta que segundos después la letra apareció de nuevo en su memoria y todos supimos que ese pibe también era un tipo sencillo, tan sencillo como la canción cuya modestia trazaba la simetría con una palabra: "Sencillo como la palabra Juan".

Nos fue imposible saber aquella noche en que uno de los nuestros de la mesa de El Cisne cantaba por primera vez en público, el devenir de la historia. Eso que pasó después de los shows, de los recitales, de las guitarreadas, de las giras, del disco que le haría saber a toda una generación que se podía hacer folclore en zapatillas. Todo lo que le sobrevino a la generación del 80, la nuestra, con los años, con los golpes, con esa oscura resignación llamada madurez (Dolina dixit), era parte del viaje de la vida, momentos en el camino, en el devenir, entre las idas y las vueltas y siempre, pero siempre, el regreso al barrio de la infancia, a la patria del hombre. Todo lo que vino luego no estaba en la mente de nadie esa noche que el Flaco Oscar Tavano, con diecisiete años, cantó por primera vez y se olvidó la letra y retomó la canción, y se rió, fresco y feliz, con esa risa con que se le rió a todas las trampas y los placeres de la vida, con esa risa que fue su música, que es su música, que será la música de muchos para siempre.

APORTA TU PENSAMIENTO

Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.

Últimas noticias

Artículos

Zapatos

28/04/2021

leer mas

Historias

"Bon o Bon", a pedido

08/05/2021

leer mas