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Roque, despatarrado en la silla del bar, lee el diario de ojito. El único diario de papel local que quedó en el pueblo. El Tucu espera su turno. Es una rutina que debe venir de añares. Uno, sin ser un mago, puede anticiparse a la hoja de ruta de la lectura. Empieza en la tapa, pero someramente, una pasada rápida. Después la mirada recala en las páginas 4 ó 5, el clásico de la prensa de provincia: las necrológicas.
Entonces, sin levantar la vista, como si todavía le costara leer lo que está leyendo, porque evidentemente la noticia lo ha tomado por sorpresa, Roque dice:
-Se murió el gordo.
Recién ahí el Tucu se impacienta. Están sobre la mesa de la ventana y en las otras mesas se está discutiendo algo que parece todavía un chisme, pero cada vez más fundado. La venta de "la galería de Crespi". El avance gastronómico del ex disc-jockey en tándem con Zudor parece haberle cambiado el nombre a la Galería Italia, pero para el caso da lo mismo: aunque el vendedor de ilusiones es un inquilino más, con sus choripanes y afines, el notorio avance de sus emprendimientos, comiéndose local por local como si fuera un Pac-man, choca contra la novedad de que el testaferro de Moyano que compró toda la esquina de San Martín y 9 de Julio ahora va por la otra, apenas a ciento y pico de metros y tal vez el vértice de mayor circulación de la ciudad, superior incluso al híbrido de cervecería-funeraria del ex Ideal y el Shopping No Se Puede Hacer Más Lento, que va queriendo pero todavía falta.
-Daniel, el gordo -repite, lacónico y todavía sorprendido Roque.
El Tucu dice que no lo ubica, que le aporte precisiones porque observa que por ahora no hay ninguna posibilidad de que su amigo suelte el diario, ni siquiera para prestarle debida atención a la primicia que corre de boca en boca en el bar: todos los días no se vende una esquina entera, aunque sea una galería, es decir un lugar que en el pueblo parece condenado al fracaso aunque ésa, la Galería Crespi-Italia, debe haber sido la única que más o menos funciona en ese ítem donde debería haber sido su fortaleza y es su mayor debilidad: el circuito interno que une las calles Pinto con 9 de Julio. Pasa poca gente por adentro, es cierto, pero en otras galerías es literalmente mucho peor. Está claro entonces que si el rumor es verdadero -cosa bastante probable- el testaferro invisible no está comprando la galería en sí, sino un activo mucho mayor: la esquina misma.
-No hay caso, no lo ubico -dice el Tucu.
-Gran jugador de fútbol, de cuando los estadios de Tandil reventaban de gente. ¿Cómo no vas a saber quién es?
-¿Gran jugador a la altura de quién? -el Tucu tiene esa tentación por las comparaciones.
-A la altura de los tipos con que jugó. El "Ñato" Varales, Lorea, el "Negro" Perandones. ¿Te parece poco?
-Ah, bueno. Jugaba en el tricolor.
-Campeón con Ferro en el 78 y 79 si la memoria no me falla.
El Tucu se levanta, rodea la mesa y lee el nombre en la necrológica.
-¡Carajo! ¿Se murió Daniel González?
-El gordo, sí.
-Gordo no era.
-Pero tampoco era flaco. Era un jugador más bien grueso, al estilo del "Cabezón" Méndez, que en paz descanse.
-Sí, me acuerdo. Hábil, pícaro con la pelota y muy goleador.
-Oriundo de Ayacucho. En el 77 se lo recomendaron al "Mago" Petrillo, que ya estaba haciendo la revolución del líbero y el stopper en Independiente.
-¿Y qué pasó?
-Que al Mago le falló la intuición. Lo dejó pasar a Daniel porque dijo que era un gordito... Así que ahí nomás se lo llevó Ferro. González se cansó de hacer goles y tuvo la suerte de vivir la época de oro del fútbol de Tandil, te lo aseguro.
-Qué cosa las apariencias, ¿no?
-Petrillo fue un pelotudo. ¿Cuántas pizzerías se reventó para que un equipo suyo llegara al Nacional trayendo estrellas de afuera? Y eso le pasó porque nunca en su vida agarró una pelota de fútbol.
-Bueno, si fuera por eso también le pasó a Gatti con Maradona. Acordate cuando el día previo a que Boca jugara con Argentinos Juniors, el Loco dijo que Diego era un gordito que estaba inflado y no sé cuántas taradeces más.... Y Maradona ese domingo le metió tres o cuatro goles, le llenó la canasta. Lo dejó en ridículo el Diego...
El mozo trae los dos cortados en jarro. De golpe sobre la mesa cae un silencio pesado, como si el mundo se hubiera detenido entre la bruma nostálgica del pasado y la incertidumbre del porvenir. Entre los goles que todavía se cantan en la memoria de la tribuna y el presente que siempre es más grotesco y bizarro, mientras el testaferro invisible amenaza con comerse a los choripanes que antes se comieron a los duendes y dale que va.
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