Historias VOLVER
En el año 1960 ocurrió un asado inolvidable y literalmente irrepetible que dio nacimiento a un género literario: el absurdo mágico serrano.
Ayer, mientras una multitud de tandilenses y turistas se daba cita a la edición de la Kermese Rural y disfrutó con la contemplación del arte de hacer un asado, un lector me recordó aquella historia que osciló entre lo bizarro y lo tétrico. Ocurrió el día que el gordo Justiniano Reyes Dávila llegó a Tandil, entró al Bar Ideal y mirando la fantasmagórica escena que se pintaba en la plaza dijo a viva voz: "Yo de este pueblo no me voy más".
El 23 de mayo de 1960 un grupo de exégetas del recio militar Benito Machado (muerto el 9 de julio de 1909), nucleados en la Comisión Oficial de Festejos del Sesquicentenario de Mayo, decidió repatriar del fondo de la historia el cadáver de Machado y luego del necesario recambio de féretro tras el largo viaje en tren desde el cementerio de la Recoleta, se lo expuso a la mirada de la muchedumbre bajo una carpa en el centro de la Plaza Independencia.
El ataúd fue rodeado de una humeante fila de asadores, parrilleros sudorosos y una guardia de soldados vestidos con el atuendo azul del Regimiento Sol de Mayo. El acto oficial comprendió la realización del ritual castrense conocido como la Retreta del Desierto, pero la sola imagen del ataúd y la vaquillona con cuero que se estaba asando lentamente a su lado, se pinta como una postal fellinesca: nunca se había visto un rito mortuorio de tenor surreal con los restos del repatriado coronel en su segundo velorio adobado con chinchulines y morcillas.
Al otro día Nueva Era describió con minucia antropológica lo ocurrido en las "exequias" de un hombre que había muerto casi sesenta años antes de ese día. Leamos: "Cuando a las 17 y 5 de ayer la cureña que transportaba los restos del Coronel Benito Machado -que tendrán definitivo descanso en Tandil- se detuvo frente a la Plaza Independencia, sobre la calle Rodríguez, a la altura del kiosko, una numerosa concurrencia se extendía a lo largo y de ambos lados, como completando la escolta que le habían hecho seis soldados vestidos con el uniforme del Regimiento 'Sol de Mayo'.
Y el siguiente imperdible subtítulo: "Vivacs y asado: silencio y fogones animados": "Bajo la carpa dos soldados, como dos estatuas, hacían guardia de honor junto al féretro. Y desfilaba la gente. Pero a veinte metros, luego, un paisaje distinto para los ojos de todos. Una chispa y un fuego. Una llamarada levantándose hacia la altura. A la carpa la rodeaban los vivaques.
"Pronto se plantaron los asados en torno a los fuegos. Y así se volvieron fogones criollos, para la charla de la tregua, como antes, tras la pelea, se apretaban los cuerpos y se acercaban las voces: recuerdos de la batalla mientras la noche descolgaba sus misterios. La gente miraba y comentaba. El rumor se hizo vigoroso cuando se plantaron los asados. Y los costillares comenzaron a largar hacia la arena, el jugo de su grasita gruesa, como estimulando los jugos gástricos aun aquellos que habían cenado ya. Y así se fue yendo la noche. Junto a los fogones criollos, se desnudaron los aceros y ya vacías las vainas, los cuchillos buscaron los caminitos entre las costillas, cortos y fáciles, de tierna carne vacuna, la costillita salió limpia y entera y su carne, comenzó a ser recuerdo en seguida, pues, el paisano - aunque pibe - le dio fuerte al diente que esperaba hace rato...".
Nunca más la ciudad presenció la remake de un velatorio con parrillada popular incluida.
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