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Cien Tandiles desde el bar

Cuando el Tucu lo vio al Pelado Larreta y toda la troupe en el Jardín de la Paz y escuchó lo que escuchó desde el televisor del bar quedó paralizado durante diez segundos. Es un efecto de irrealidad que le produce ver por un canal nacional un hecho que está ocurriendo en su mismísimo pueblo.

-¿Cómo que cien Tandiles? -preguntó, confuso, mientras llamaba al mozo.

-Eso. Lo que ves -Roque pretendió concentrarse en la tele y distinguir si había algún otro famoso al lado de Lunghi. Lo vio a Manes y después a Santilli y después ya no conoció a nadie más porque sabemos que ni él ni su amigo gustan de la política, aunque el hecho de que eso que estaban viendo ocurriera en el aquí y ahora, bajo el cielo serrano en un día espléndido, era una incitación a la curiosidad. Sobre todo por lo que parecía el leiv motiv del encuentro en plena campaña electoral: hacer de Tandil cien Tandiles en el resto del país.

-Eso es imposible -dijo, básico, el Tucu.

-¿Por qué?

-Porque este pueblo es único. Tandil hay uno solo.

-Me parece que no estás entendiendo la figura, la metáfora.

-¿Qué metáfora? -el Tucu sirvió dos sobrecitos de azúcar al cortado y pareció desentenderse del televisor.

-Es un halago a la ciudad, a su producción, el conocimiento, la tecnología, la calidad de vida. En fin, no están hablando de hacer cien Mar del Plata, ¿entendés?

-Con una basta y sobra, más vale.

Roque se tragó el insulto. A veces lo rebelaba la demoledora planicie mental de su amigo, su incapacidad de interpretar detrás de una frase el concepto o la alegoría.

-Además -cargó las tintas el Tucu- para hacer cien Tandiles, aunque quieran, se les va a poner para llover. Pensá en la Piedra Movediza, nomás.

-Qué le pasa a la Piedra. Que yo sepa se cayó hace más de un siglo...

-Pero la tuvimos y se movía.

-Sí, ¿y?

-Y el dinosaurio gigante, y el salame más grande del mundo y los dos Cristos a falta de uno...

-Tucu...

-Se van a cagar para hacer una ciudad igualita a ésta...

-Está bien, está bien -Roque, harto, desvió su vista hacia la ventana. La calle había vuelto a cierta normalidad tras el tsunami turístico de las vacaciones.

-Nada es lo mismo nunca en ningún lado, nada puede ser igual a nada -filosofó un tanto confuso el Tucu.

-Eso está claro, cada ciudad tiene su propia subjetividad...

-Te hablo de la nuestra. Fijate el clima, pleno invierno y hoy salí en mangas de camisa. ¿Te das cuenta que Tandil es una ciudad milagrosa?

-No seas gil, Tucu. Eso está pasando en todo el país, una suerte de otoño anticipado. Algunos lo atribuyen al cambio climático, a que están haciendo puré el planeta.

-Inviernos, lo que se llama inviernos eran los de antes -el Tucu ha regresado a su viaje preferido: la remota patria de la nostalgia.

Otros parroquianos seguían mirando distraidamente el televisor, tal vez sin comprender la vida de esa gente importante afecta a vivir en estado de locura permanente: una mañana se suben a un avión, viajan un par horas hasta este valle de entre sierras, los llevan hasta un predio florido ubicado al lado de la Portada del Parque y con el fondo de la ciudad de cara a las cámaras de televisión le hablan a millones de personas acerca de lo que van a hacer si ganan las elecciones.

-Cien Tandiles -dijo el Tucu y arremetió-: Como si fuera tan fácil, como si fuera soplar y hacer botellas.

-Estamos de moda -dijo Marcos, el mozo.

Roque, para darle un corte al asunto, le contestó con la jerga antigua de las grandes tiendas del Tandil de los años felices:

-Es preferible estar de moda y no en liquidación por cierre definitivo.

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