Historias VOLVER

La efímera vida de todas las cosas

El problema, dice Raúl, parado en la esquina de San Martín y Rodríguez, es que todo se pone viejo de golpe. Incluido nosotros, le digo. O sobre todo nosotros. Pero a Raúl no parece importarle que uno ponga la cuestión humana -nosotros como especie y como generación- por sobre la cuestión que me detuvo en esa esquina: los objetos, las cosas.

-De golpe, querido, de golpe, en un abrir cerrar de ojos, todo lo que tanto significó para nosotros queda viejo, inservible, a un costado del camino.

Entonces, como para darle aún más vida a su argumento, saca la mano del bolsillo del sobretodo y aparece... ¡un CD!

-Fijate, ¿cuánto hace que nació el CD y cuánto que murió?

No tengo la menor idea respecto a fechas precisas. Le memoria por intuición dice que ambas cuestiones nodales -la vida y la muerte- al CD le fueron cercanas. Le digo que no sería como el caso del Wincofon que duró, mínimo, unos veinte o treinta años.

-Tal cual, tal cual -dice-. Acá estamos hablando de cosas distintas. Me alegro de que nos vayamos entendiendo.

-Sí, pero no todavía no sé a dónde querés llegar.

-La ansiedad no es buena compañera, sobre todo a tu edad -Raúl, contemporáneo a este escriba, no ha perdido el sentido del humor.

Luego redondea su teoría: alude a la efímera existencia de las cosas, tan efímeras como, en el caso del CD, que no podemos precisar sin recurrir a Google o a Wilkipedia en qué fecha surgió este redondo invento y qué día pasó a mejor vida.

Entonces me permito aclararle una obviedad, pero por las dudas: el CD, como el casette, no pertenece a las reglas de la civilización capitalista que inventó un concepto horrible: la obsolescencia programada. Es previo a la canallesca línea de producción del siglo XXI: la heladera que vos comprás hoy, ya sabés que sí o sí en tal medida de tiempo (ponele dos o tres años) se va a romper. Así funciona el capitalismo. Pero el CD no. Fue anterior a esta suerte de anticipación del destino fulminante de las cosas.

-Claro -dice Raúl.

Estamos parados donde ahora hay un café y hace como cuarenta años había una casettería: "Récord", que si mal no recuerdo la atendía el Flaco Vinsennau.

-¿Qué Vinsennau? ¿El Flaco que tocaba la guitarra? -Raúl se va por las ramas de la digresión y ahora intenta ubicar al tipo que atendía un negocio que no existe más y que vendía un producto que tampoco existe más. Y que con los años derivó en escultor y se mandó la lindísima escultura del Quijote y Sancho en Villa del Lago.

-El mismo. Hacían un dúo con el Flaco Zaganías que se llamaba "Natural". Bueno, volvamos -lo apuro, intentando cerrar la conversa y seguir mi camino.

Raúl tiene el CD en la mano, exactamente en la misma mano que sacó del bolsillo del sobretodo cuando dobló por San Martín y se tropezó con sus existenciales fantasmas del pasado, por ejemplo la prematura mortalidad de las cosas.

Procurando apurar el trámite de tales divagaciones, le pregunto a qué viene todo esto.

-A que me estoy mudando. La condena del alquiler, ¿viste? Y tirando cosas viejas me encontré con esto, con el CD, y vi que en el sobre tenía la palabra "Cristina". Y bueno, fue como un golpe de nostalgia, qué querés que te diga.

-Me imagino que Cristina es una ex.

-Sí, pero hay ex y ex. Cristina es una ex única. Por eso debo haber guardado el CD. Entonces no pude con la tentación de la nostalgia y quise ver las fotos de nuevo, unas fotos que nos sacamos en Villa Gesell, pero no pude. Ni en la notebook ni en la computadora puedo ver el CD. ¿Te das cuenta? Pero no pasaron cincuenta años, viejo, no cambió el siglo, no llegó el hombre a Marte, y sin embargo yo ya no puedo ver un CD, no tengo cómo...

Pienso que todavía debe haber algún aparato donde pasar un CD, pero también mantengo una hipótesis personal: creo que las cosas del pasado pertenecen a las tecnologías del pasado, de modo que por algo dejan de ser. Y hay veces que uno no tiene que decir nada (por ejemplo, evitar el sarcasmo de decirle a Raúl que cuelgue bizarramente el CD en el espejito del auto) o lo tire mar. Decir nada es decir nada. Callarse, cerrar el pico. Esa idea empezó a circular en mi cerebro cuando a Raúl se le mezcló el cambio de los tiempos, la muerte prematura de las cosas (en este caso el CD), con los recuerdos de su ex Cristina. De modo que eso hice. No dije nada durante algo así como un minuto. Una eternidad en la dinámica de una conversación callejera. Finalmente, Raúl volvió a tierra. Guardó el CD en el bolsillo del sobretodo y se despidió con una frase un tanto inefable, teniendo en cuenta que hacía añares que no nos cruzábamos.

-Bueno, listo, quedamos así -y se fue.

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