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Premoniciones

En 1950 había un policía que además era boxeador. Le decían Kid Lona, por su escasa enjundia. Su presentación boxística consistía en una rutina que lo hizo célebre: subía al ring y apenas empezaba la pelea, ante el primer golpe que veía venir del contrario, se tiraba aparatosamente a la lona.

Sabía contar el recordado Marcos Vistalli que el único combate que ganó Kid Lona ocurrió porque su adversario se tiró primero que él. Además de todo, el hombre era afecto a la bebida y muy supersticioso. Contra su voluntad el policía había custodiado la garita de policía que estaba en la esquina de la Avenida España y Rodríguez. Pero una tarde un camión sin frenos la pasó por arriba. Grande fue la sorpresa cuando el comisario Tumini no encontró los restos mortales de su subordinado bajo los escombros, sino que lo halló a cuatro cuadras de allí, en el Bar 9 de Julio, empinándose una ginebra. Debía echarlo de la fuerza, pero le dio una última oportunidad y lo destinó a la garita de la esquina del Bar Ideal.

Bajo un crepúsculo apacible, el 9 de febrero de 1962, Kid Lona estaba haciendo que dirigía el tránsito en el interior de la garita de Pinto y Rodríguez.

Hastiado, miró hacia el fondo remoto de Rodríguez y no vio nada. Tampoco atisbó un solo signo de vida en la lejanía de Pinto. No había ni gente ni autos. Estaba solo en medio de la noche, así que salió de la garita y encaró para el Bar Ideal, que por entonces era un bar de veinticuatro por veinticuatro.

Lo esperaba en la mesa cercana al kiosco de Carlitos Vitullo la ginebra reparadora. Apenas abrió la puerta del Ideal sintió el estruendo a su espalda. Un comerciante borracho a bordo de un Kaiser Carabela se acababa de incrustar contra la garita, que cayó como una puerta vieja sobre el empedrado y quedó reducida a una montaña de escombros.

Esa noche Kid Lona reconoció la fuerza del mal presagio como el segundo guiño del destino. Su afición a la ginebra lo había salvado una vez más de morir adentro de la garita. Nadie le recordó la cita de Giovanni Pappini, pero él igual actuó en consecuencia: "El destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad". Al otro día fue hasta la comisaría y renunció a la fuerza.


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