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Primavera

El Tucu lo dice así, con la brutal impunidad que ofrece el bar, ese lugar y esa mesa, la suya, donde se puede decir cualquier cosa. Dice: "La primavera es para los jóvenes".

Roque, que no quiere prenderse en discusiones vanas, tampoco puede dejar pasar así nomás tal aseveración. Por lo tanto, cauto, interviene: "Me parece que no, che. Me parece que la primavera es para todo el mundo".

Estamos, como se sabe, en el comienzo de la estación -tal vez junto con el otoño- más apacible del año. La mesa de Roque y el Tucu, dato conocido pero nunca está de más citar ante probables nuevos lectores, está sobre la ventana. Oblicuamente aparece el Banco. Justo en la esquina opuesta. El Tucu tuerce levemente el cuello y de medio perfil, mirando la esquina, dice: "¿Primavera para todo el mundo? Fijate ese hombre, debe andar por los ochenta pirulos, sí, ese, el de gorra, el que está doblado sobre sí mismo, parado en el cordón esperando que el semáforo le de paso. Debe haber salido del banco, debe venir de la farmacia, a donde fue a comprar los remedios con esa jubilación de miseria que cobra. La mínima, seguro. Fijate su pilcha, su estampa arrebolada, medio fané, medio descangallado".

Al Tucu, sabemos, le gustan las metáforas, todas, sin excepción. Habla en metáforas, como los políticos y los malos periodistas. El giro tanguero pretende describir la levedad de ese cuerpo que ahora, biológica y poéticamente, es otoño. Está en el último tramo de la vida, de una vida, aclaremos, que por obra y gracia de la ciencia y afines nos dio, a todos, con algo de suerte, una yapa de entre diez y veinte años más. A los ochenta, el viejo está viejo, como corresponde, pero vivito y coleando, a tal punto que o viene del banco o de la farmacia, pero está ahí, parado en el cordón de vereda, lúcido, esperando con la prudencia de la edad que el semáforo le de paso, habida cuenta de todos los peligros que encierra, para él y para cualquiera, hoy en día, con el tránsito infernal y la violencia tácita o explícita de la vía pública, cruzar la calle de forma indebida.

-Sí -dice Roque- ¿y qué pasa? Es un hombre mayor que está por cruzar la calle.

-¿A vos te parece que para ese señor hoy también es primavera?

Las muy políticamente incorrectas salidas del Tucu, sabemos, suelen enfurecer a su amigo. Roque se estira en la silla, llama al mozo, toma aire, parece que estuviera contando hasta diez mil para no responder con un exabrupto, y finalmente dice que sí, que para ese señor hoy también es primavera.

-Y te digo más -dice Roque, que va calentando el garguero al tiempo que mensura su argumentación-. Te digo más: es más primavera, hoy, para ese viejo que para un pibe de quince o de veinte años.

-No jodas, Roque -el Tucu no parece entender por dónde viene la mano.

-¿Ah no? Ponete a pensar por una vez en tu vida sin esa mortal linealidad de tu sentido común. Pensá. Ese hombre se levantó. Ya salir de la cama, después de los sesenta, setenta, ponele, es un acto que tiene lo suyo. Estás lento, te duelen los huesos, no dormiste como dormías a los veinte, venís en baja...

-En tres cilindros -ahora el Tucu recurre a la metáfora mecánica.

-Ponele. Te levantaste, prendiste la tele o la radio, los noticieros ya te empezaron a envenenar el día, contás la guita que te queda para fin de mes, y toda la idea del futuro, esa idea abstracta pero real, es corta. Corto el sueldo, corto el libro de tu vida, porque ya te leíste por lo menos las tres cuartas partes. Si ese señor es viudo, cosa muy probable, quiere decir que está solo. Si tiene suerte y salud está solo en su casa, porque de lo contrario estará solo en un geriátrico. No tiene picnic del estudiante, no tiene las hormonas alborotadas, no tiene una compañerita que le gusta, ni Farándula, ni un pomo tiene. Tiene, es cierto, los nietos que adora, que son su perdición, y no mucho más. Entonces, míralo de nuevo, dale. Abrió el verde, míralo cruzar la calle. No va en falsa escuadra, como un mamado, ni perdido, ni nada. Cruza, lento, es cierto, pero seguro de sí, y va hacia el otro cordón llevando con dignidad su equipaje de recuerdos, de pérdidas, de alegrías, de amores rotos, de negocios fallidos, de goles cantados, de victorias efímeras, en fin, todo él, toda su más entera biografía cruza la calle con estoica sobriedad para luego seguir por la vereda, caminar las cuadras que deba caminar para llegar a su casa, mientras la primavera hace lo suyo, los pibes festejan y la tierra sigue girando. ¿Entendiste?

-Más o menos -al Tucu le cuesta aflojar, tal vez porque está más cerca del viejo que ha cruzado la calle que de ese montón de estudiantes que ahora corren cantando hacia la plaza.

Ahora Roque vuelca el azúcar en el pocillo, revuelve con la cucharita como lo hace siempre, en sentido contrario a las agujas del reloj, y dice con total y absoluta convicción:

-La primavera es para todo el mundo.

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