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En el día del Martillero: "Pirado en el remate"

Como suele decirse, pirados hubo siempre. Las aventuras del último pirado (que ahora se ha tomado una pausa, después de haber entrado a una farmacia del centro, pedir el baño, y darse una ducha de paso, frente a la perplejidad del dueño), no debiera olvidarnos que éste funciona como un epígono de otros que también escribieron páginas más o menos memorables.

Un pirado siempre desentona, pero desentona mucho más si es médico. Hay en ese detalle -un pirado que cura o que debiera curar- un quiebre en la tradición: en el imaginario suele formarse una idea irracional, la de que el pirado está en los márgenes sociales, pero en verdad eso no tiene nada que ver con la realidad.

Muy a tono con esta suerte de reflexión, todavía late en la memoria de quienes lo conocieron -sobre todo en el Hospital Municipal- las andanzas del médico chapita. Hoy no duraría más de diez minutos sin ser relevado de su cargo, pero hace treinta años que un médico se abriera el guardapolvo a la vista de las enfermeras y que debajo estuviera como Dios lo trajo al mundo solía tomarse como una anécdota, una miscelánea de la vida hospitalaria.

Además de cultivar cierta pasión por el exhibicionismo, el Pirado Médico también gustaba de concurrir a los remates, aún a los más específicos para los cuales se necesita una erudición acorde a tales eventos.

Hubo un remate que difícilmente encuentre el reparo del olvido. Ocurrió cuando el martillero Jorge Villaverde se disponía a subastar un finísimo toro que era el Gran Campeón de una reconocida cabaña tandilense y principal atracción del evento. El remate despertó el interés de dos compradores. Uno de ellos era un habitual cliente; el otro, un neófito del tema, nuestro pirado en cuestión. El interés por el toro encendió las pasiones y el precio del Gran Campeón superó el valor de mercado. Finalmente, el inadvertido oferente, primerizo en estas lides, se quedó con el reservado por el cual pagó una fortuna. Cuando le preguntaron a qué campo había que trasladar el ejemplar, nuestro personaje respondió:

-No sé, yo campo no tengo.

Extrañado y con un mal presagio el rematador Villaverde le preguntó:

-¿Y dónde lo va a poner?

La respuesta, dicha con total naturalidad, obligó a disolver la operación en el acto.

-En mi casa. En el balcón del edificio Berroeta -deliró el pirado y semejante declaración detonó la suspensión del remate.

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