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Entonces, como ocurre a menudo, si no hay pereza intelectual uno puede ir de lo macro a lo micro, de lo nacional a lo local, y entender una de las tantas razones por las cuales esta ciudad ha sabido construir un lugar diferente.
Para empezar, el topónimo: la ciudad carece de un nombre de prócer, general, político o lo que fuere. Una rareza. Tandil (piedra que late) es una voz ancestral que, por supuesto, estaba en los mapas antes de que Rodríguez, el fundador, levantara la guarnición militar de 1823.
Para continuar, doscientos años después, la democracia recuperada. Un radical (Reynoso), primero; un peronista (Pizzorno) después; un teniente coronel de la dictadura (Zanatelli) con un partido vecinalista más tarde; y finalmente otro radical, Lunghi, como volviendo al punto de origen para nuestra generación, los hijos de la democracia. Ese radical ganó en 2003 una elección agónica y a partir de entonces ya todos sabemos lo que pasó.
Ayer, como se preveía, a los 79 años -casi 80- ganó la vigésima elección al hilo, la que lo llevó a una cifra inédita y dificilísima de igualar: el sexto mandato de gobierno. A una edad donde más de un especialista está hablando de "la nueva longevidad". Es interesantísimo leer algo de eso, porque la vida se alargó para todo el mundo y hay, en efecto, una nueva forma de vivir ese estado que palabritas como "adulto mayor" condescienden a morigerar. El punto es que a los ochenta estás grande (otro delicado eufemismo) o literalmente más viejo que antes. Pero, y siempre hay un pero, a veces ocurre la paradoja: que contra el descanso que se le recomienda a la gente de esa edad, hay una terapia mejor: la adrenalina, los nuevos proyectos, el no quedarse quieto. Lejos de las chancletas y el televisor. Es cierto que también hay riesgos, más o menos los mismos riesgos que no vemos a diario (un idiota que pasa en rojo el semáforo y se lleva puesta una vida, en fin, esas desgracias por el estilo).
Anoche, para relajar, tal como lo dijo, Miguel Lunghi comenzó su discurso con un chiste: "No me han podido jubilar", dijo.
Se refería a lo que sucedió en un momento de gracia del soporífero debate que los candidatos a intendente realizaron en la televisión. Ante la insistencia de Rogelio Iparraguirre sobre el desgaste de los veinte años de gestión de Lunghi, que cuidadosamente separó de su edad biológica, pero cuya elipsis flotaba en el aire, el intendente tuvo un momento de retórica feliz. Se salió del libreto y le dijo al joven candidato de Unión por la Patria: "Rogelio, no me jubiles vos. Dejá que me jubile la gente".
Fue un módico gol en medio del tedio y la tensión con que los candidatos deben prestarse a ese espectáculo televisivo. La ocurrencia luego se editó como un mini video, o algo así, pero lo que quedó fue eso que a Lunghi le salió de las tripas, un poco por hastío y otro poco por cierta astucia de viejo zorro. Quiso decirle a Rogelio: Ganame en la cancha y me voy a mi casa.
La humorada le sirvió a Lunghi para comenzar su discurso tras la victoria. Era un chiste y lo aclaró cuando destacó la otra rareza, volviendo al principio de la nota, que irradia nuestra ciudad: el respeto. Mucho más si lo medimos -yendo de lo local a lo nacional- con las groserías, faltas de respeto y canalladas que profirieron Milei y Bulrrich en los debates de 40 puntos de rating que parecen justificarlo todo. Habrá que ver cómo vuelve el esperpento anticasta Milei a discar el celular de la señora Bulrrich para que le tire unos votos de cara al balotaje después de llamarla "montonera asesina". Habrá que ver cómo pudo pensar en ganar la elección la señora Bulrrich llamando a "exterminar" y "aniquilar" al kirchnerismo. ¿En serio cree esta gente que las palabras son gratis, agua mineral, una sopita de fideos cabello de ángel? Son tan brutos y tan esperpénticos que desconocen las resonancias del lenguaje, el eco de ciertas palabras tenebrosas que quedan zumbando en el aire, como el filo del acero del puñal, y no se disuelven así nomás. Tardan en irse esas palabras y para cuando se fueron o mejor para cuando empezaron a irse ellos ya perdieron la elección. Entre otras cosas, por eso anoche ganó Massa.
Vuelvo a Lunghi. Después del chiste dijo: "En Tandil hay respeto. Quiero agradecer a los adversarios, Rogelio (Iparraguirre), Gonzalo (Santamarina) y Miguel (Iademarco), porque hicimos una campaña sin agravios. Hasta en eso Tandil es distinta...".
Y sí, más allá de que cualquiera alguna vez puede irse al pasto y volver más o menos dignamente, desde el 83 para acá la democracia está a salvo del agravio fácil. Debe ser por el formato: ciudad intermedia donde más tarde o más temprano todos se cruzan con todos. Y debe ser también porque para hacer política primero, tangueramente, hay que saber sufrir. Y perder. Una, dos, tres veces. Perder como perdió Marcos Nicolini, dos veces, o como volvió a perder anoche Rogelio. Perder una elección para un político de alma es tener un plazo fijo a dos o cuatro años. Si hay constancia y un poco de suerte, alguna vez se gana. Mientras tanto se convive con la realidad. Se acepta que a un político con poco carisma, honesto hasta el tuétano, enteramente dedicado a su trabajo y sin ninguna otra pasión que no sea la de gobernar, es decir un caso realmente extraordinario en todo el sentido de la palabra, quien lo jubile sea la gente que lo sentó en el sillón de Duffau durante la friolera de 24 años.
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