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Cuarenta años

Vos no podés darte una idea, hijo, porque sos un hijo de la democracia, porque cuando volvió la democracia, en la primavera del 83, para decirlo sinceramente, ni siquiera con tu madre te imaginábamos. Estábamos de novios y éramos muy jóvenes en el 83 y también lo éramos ese invierno del 85 cuando vos llegaste al mundo, y acá, en nuestro pedazo de cielo, la democracia empezaba de nuevo a caminar.

Entonces es muy difícil que te representes lo que era nuestra vida, la de la generación del 80, los que hoy andamos en los sesenta pirulos (un edad horrible, es cierto). No podés figurarte lo horrible que era nuestra adolescencia, sobre todo si andabas con un jardinero, un morral, zapatillas, discos y libros. Porque además nosotros, ponele, tu mamá y yo, y todos los jóvenes de entonces no somos hijos de la democracia. Somos, para decirlo con cierto realismo, el resultado de la sangre derramada en Malvinas. Es decir que porque perdimos una guerra tenemos democracia. Es cierto que las islas son nuestras, tan cierto como la demencial aventura de un general borracho que en 1982 las recuperó, la ridícula patoteada desde el balcón al príncipe del imperio, a un país que hizo del colonialismo la fuente de su riqueza, en fin, esa patoteada de que si quieren venir que vengan, y los ingleses vinieron y porque perdimos la guerra, por nuestros héroes, por los pibes que casi tenían mi edad y que allí quedaron, los militares tuvieron que irse y la democracia volvió y se quedó para siempre. Y te puedo asegurar que nadie daba dos mangos por su salud.

De esto hoy hace 40 años. Toda una vida. Pero los que éramos jóvenes no nos olvidamos lo que fue nuestra adolescencia sin democracia. Y tampoco nos olvidamos cómo era la vida entonces, como era este pueblito, que nada o casi tiene que ver con la ciudad en la que hoy vos caminás, pero no te voy a abrumar con los recuerdos del pasado. Porque al fin de cuentas cada época tuyo lo suyo y cada uno, indefectiblemente, es hijo de su época.

Y está muy bien eso que me dijiste el otro día, eso de que uno escucha música, ponele, hasta los veinticinco años. Que esa música que uno escuchó hasta esa edad lo habrá de marcar para siempre. Y que después ninguna de las muchas músicas que vengan será tan buena y tan bella como la que la que escuchamos hasta los veinticinco, es decir hasta el límite de nuestra más vital juventud.

Porque la música, como ciertos escritores (por ejemplo Hermann Hesse, y ¿quién no leyó Demián o El lobo estepario?) es una cuestión de época. Entonces ahí sí que estoy de acuerdo con vos, que de alguna manera somos la música que escuchamos cuando éramos jóvenes y que será difícil, por no decir imposible, que haya algo mejor que Almendra, por ejemplo. Y te nombro Almendra porque un poco antes de que volviera la democracia, ponele en 1980, tal vez en 1981, vino Almendra a Tandil. Tocó en el Teatro Estrada (eso que vos hoy conocés como el Teatro del Fuerte). Un recital extraordinario, repleto de público. Todos fumábamos, todos prendimos los encendedores en el último tema, todos le pedimos "Muchacha" al Flaco Spinetta, porque todos, bueno, casi todos, digamos, todos los amigos que uno frecuentaba entonces queríamos tener esa muchacha de ojos de papel ¿entendés? O esa balsa que Litto Nebbia no quiso tocar en el pub Hunter (eso que vos hoy conocés como Pizza Pizzuela), o esa bronca con los dos dedos en V que Pedro y Pablo tocaron en el gimnasio del Santamarina (eso que hoy vos conocés como el Centro Cultural Universitario), o el "Informe de la situación" que Víctor Heredia, solito con su guitarra, cantó en el Teatro Cervantes, o "Cómo mata el viento norte" que tocó Charly García con La máquina de hacer pájaros en el Santamarina y el "Hombres de hierro" que cantó Léon Gieco, también en el Estrada. Porque los recitales eran nuestra catarsis, y pobre del tipo que nunca fue a un recital, porque se salteó una parte de su desarrollo, te lo digo en serio. Ergo: si soportamos lo que quedaba de la dictadura fue porque -gracias al Pibe Techeiro- tuvimos los recitales.

Entonces sí, todo esto que te cuento pasó a metros de la democracia. Pero antes del 30 de octubre. O sea en plena dictadura, y, te concedo también, después de Malvinas, cuando los milicos empezaban a irse pero nosotros, como un acto reflejo, como un instinto automático, teníamos que salir de la casa de los viejos con los documentos encima.

Toda esta cantinela que sé que empieza a provocarte un profundo tedio, al que disimulás por cordial respeto a tu padre, viene a cuento porque mi generación recibió a la democracia como un bálsamo, como una epifanía, como una bendición. Se acababa el horror del Proceso, llegaba un tiempo que ni siquiera podíamos imaginar. Herminio quemó el cajón, Alfonsín dio el batacazo y después pasó todo lo que ya cuentan los libros de historia: inflación, paros generales, hiperinflación, los carapintadas, La Tablada, el menemismo, el salariazo, la Alianza, el corralito, los saqueos, el 2001, la represión, los muertos, el kirchnerismo, el macrismo, la pandemia, el presidente decorativo, el escepticismo, pero siempre, siempre y para siempre, la democracia. Acá ese día el radical Reynoso le ganó al peronista Pizzorno. Hubo lágrimas de los dos lados, de los que ganaron y de los que perdieron. A la noche hubo también un saludo casi fraternal, te diría, entre el que ganó y el que perdió, porque en verdad todos sabíamos lo que nos había costado tener la democracia.

Voy a esto, como para ir cerrando. Si nosotros somos la música que escuchamos hasta los veinticinco años, como vos decís y yo estoy de acuerdo, mi música es la democracia. La llevo conmigo desde el 30 de octubre de 1983. Yo tenía veintitrés años y toda la vida por delante. Vos, hijo, venías llegando lentamente. Cuando por fin saliste de la panza de tu mamá y me miraste envuelto en una mantita blanca, yo ya había votado por primera vez. Desde ese día, a pesar de los fracasos, las decepciones, el cincuenta por ciento de pobres, el país quebrado en dos mitades, los amigos perdidos, los sueños rotos, la esperanza sitiada por el desasosiego, a pesar de todo eso, sigo escuchando la misma canción.

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