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Todos tenemos una foto de Rody

En el hall del Palacio Municipal un cartel nos anuncia la muestra: desde la semana pasada se exponen una serie de fotografías de Rody Becchi bajo el título "Nuestros días. Nuestra historia". Creo que sobra decir quién es Rody, pero está muy bien cómo se presenta ante aquellos que se acerquen a su muestra: como un "Fotógrafo urbano".

Nunca mejor esa definición, más totalizante aún que la otra, la de fotorreportero, la cual también es válida a partir de su trabajo en el diario El Eco.

Pero sin duda lo suyo es la fotografía urbana. No vale hablar de la muestra, como no vale escribir prólogos -lo aclaro cada vez que me toca escribir alguno- porque no se debe condicionar al público. Lo mejor es entrar al Palacio, como tantos días, y que las fotografías te tomen por sorpresa, en una temática, la que eligió Rody, que se adentra en la urbanidad de lo cotidiano. Pero ahí empieza eso que le perteneció al boom de la literatura latinomericana de los 60: el boom de lo real maravilloso.

Y ahí, entonces, las fotos de Rody toman otra espesura. Merodean el pulso de la gente común, cara expresión de un gran periodista que se llamó Osvaldo Ardizzone y escribió en la vieja revista Goles una columna que se llamaba, precisamente, "El hombre común".

¿Alguien cree que es fácil detectar el genoma del hombre común y las historias que lo habitan? La pregunta es pertinente para evitar confusiones. Alguien puede sacar un par de fotos amigables sobre esa galaxia tan de todos que es la vida cotidiana. Pero de allí a retratar su alma, su quintaesencia, hay un abismo. Ese abismo, esa profundidad, ese vacío tan colmado (con perdón por el oxímoron) de vida pura y simple, es la marca de identidad que cifra el trabajo de nuestro fotógrafo urbano.

Todos, al fin y al cabo, tenemos una foto de Rody, todos o casi todos, que no es lo mismo pero es igual (Silvio Rodríguez dixit). A todos, en pose o al natural, mirando a la cámara o a los pajaritos, nos pescó el ojo atento de Rody. Su vida es inescindible de su cámara. Y tiene muy en claro los límites de su oficio. Rody Bechi no se cree un artista de la cámara. Sabe dónde está parado y le saca toda la savia del oficio a lo que mejor hace: recrear una imagen de la calle que cualquiera puede ver pero no cualquiera sabe mirar.

De eso se trata, en suma, la muestra de Rody Becchi en el Palacio Municipal. En tiempos de tanta locura (me cuentan de varias escenas de pugilato entre vecinos por disputarse un lugar en la fila de las estaciones de servicio), detenerse a disfrutar de nuestras historias de acá a la vuelta es un bálsamo para el ánimo.

También funciona el efecto de representación. Luego de observar la muestra me crucé con una amiga. Se llama Alicia. Le comenté el trabajo de Rody y al toque me preguntó: "¿Con cuál de las fotos te sentiste identificado?". Me agarró de sorpresa y tardé bastante en contestar. Ella dijo lo suyo en el acto: "Mi vi en las dos ancianas que charlan en un banco de la plaza". Nos reímos. Alicia anda por los cuarenta años y está lejos de esa postal de jubiladas departiendo alegremente. Pero, en efecto, algún día allí se imaginó.

No sé hasta cuándo dura la muestra. Vale darse una vueltita por el hall del Palacio para detenernos en ciertas imágenes del fluir de la vida cotidiana que el fotógrafo urbano de cada día de nuestras vidas registró con el ojo clínico de su saber mirar.

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