¿Cuál sería? Eso le pregunté en las charlas que teníamos durante las tandas comerciales del programa de radio que hicimos durante tantos años.

La burla, el goce, me dijo Pepo. Por si alguien no lo sabe, a pesar de ya estar profundamente tandilurizado, Pedro Sanzano sigue siendo un marplatense cuyo exitoso proceso de injerto no lo privó de esta distancia imprescindible de la que dispone el artista para analizar a la sociedad donde vive.

Le pedí que ampliara el concepto. Hay en la burla, en la joda al otro, una especie de clave de identidad del humor local, señaló. La burla puede ser más pesada o más liviana, más digerible o más densa, más ubicua o desubicada. Pero, sea como sea, es burla al fin. Y allí, en ese rasgo que sencillamente obra como puente de comunicación -sí, parece algo muy loco comunicarnos entre nosotros mediante la burla- anida el genoma, según Pepo, del humor tandileño.

La explicación me convence. Pero también debo decir que el humor es un arma de defensa. Uno jode, humoriza, se mofa, para distraerse un poco de la angustia de la condición humana. La primera y más terrible de todas es que nos vamos a morir. Y lentamente vamos llegando al punto de esta nota.

Se sabe que el humor negro, por ejemplo, nació en las morgues, las cocherías y los hospitales. Es allí tanta la abrumadora omnipresencia de la muerte que algo se debía hacer contra ella: el corte de manga de la burla. Si la muerte al fin y al cabo siempre gana la pelea, uno le presenta batalla con todo lo que tiene a mano: no sólo medicamentos, terapias, dietas, una vida saludable. También, y sobre todo, el humor.

Todo esto viene a cuento porque hoy a la mañana ocurrió un episodio que me llevó corriendo a la computadora.

Desde el mes pasado este portal tiene un nuevo auspiciante: el señor Iacaruso, lo llamo yo en broma. La cochería de Crespo-Iacaruso-Santillán, una firma que siempre había querido tener, precisamente, por todo lo que venimos hablando. Al fin se dio esa suerte de sincronía con que las empresas se suman a ese sitio web: no van a vender ni menos ni más de lo que venden, sino que se suben a este tren porque les gusta hacia donde viaja: al corazón profundo de la tandilidad. Al señor Iacaruso, un tipo muy simpático, lo conocí porque fue a ver el espectáculo que hicimos con Pepo en Al Ver Verás para despedir al año bicentenario. Luego lo visité en su casa, me contó algunas historias completamente desopilantes y así se convirtió en un cliente del portal. Me contó además un detalle muy literario de los orígenes de su pompa fúnebre. Hace veinte años era tan distinta la estética de su flamante cochería que había gente, turistas, que entraban y pedían una habitación, creyendo que se trataba de un hotel (¡Ja!).

Bueno, volviendo al humor. Hoy temprano pasé por Iacaruso con la factura del portal. Avellaneda estaba algo desierta. Cuando salí y alcancé la vereda un tipo arriba de una camioneta clavó los frenos y me gritó:

-¿Qué hacés, bostero? ¿Viniste a comprarte el cajón para el sábado? -y largó la carcajada.

Era un repartidor fanático de River que en otros tiempos me llevaba el bidón de agua a mi casa.

Me reí, lo saludé y entré al auto. Me acordé de esa pregunta: si existía un humor tandileño. No sé si existe conceptual, intelectualmente. Pero la teoría de Pepo fundada en la burla como quintaesencia del humor local me sigue pareciendo lo más próximo a la verdad.