Escribo esta nota en domingo, cuando lo narrado más arriba empieza a ser pasado. O ya, literalmente, lo es. A los boquenses nos queda una amargura más o menos módica: sabemos que nuestro equipo era esto: Chiquito más 10. Una equipito para la alta vara que impone la historia de Boca en finales como la del sábado. Aun así -los gallinas lo vieron por tevé- y, como dijo Juan José Becerra, las ilusiones nunca se acaban, así que ya podemos dar vuelta la página. Aunque, claro, a gritos le estamos pidiendo a Román que meta el bisturí a fondo, hasta el hueso.

Algo en común flotaba anoche entre el Kennedy letal del Fluminense y el anfiteatro donde el salame infinito pasó a mejor vida. Los memoriosos tendrán presente que el Anfiteatro -que construyó el intendente José "Pepe" Lunghi en 1964, allí donde había una cava muy fea- se llamó en sus orígenes John Fitzgerald Kennedy.

Unos cuantos años se llamó así, hasta que llegó la democracia en 1983 y a alguien del Concejo Deliberante, no recuerdo a quién, se le ocurrió la idea -por razones ideológicas, antiimperialistas, digamos- de cambiarle el nombre. Sé que ir a las actas del Concejo es algo para historiadores, cosa que no soy. Pero tengo memoria: fue una delicia surreal el debate de los concejales para elegir el nuevo nombre del Anfiteatro. Claro, era un tiempo donde las ideas cotizaban. Hasta saltó la opción por Ernesto "Che" Guevara, que, naturalmente, no prosperó. El consensó llegó con la gracia de un gaucho matrero y desertor (Borges dixit) que dio origen al libro nacional, el Martín Fierro. Pero nadie de los presentes podrá olvidar -y los diarios de la época dan cuenta de ello- el acalorado debate entre los ediles, en plena década del 80, para ver finalmente qué nombre dejaría a Kennedy en el olvido.

A los boquenses nos va a pasar lo mismo. Tardaremos un rato en olvidarnos de Kennedy. A los miles de vecinos que en el ex Anfiteatro Kennedy degustaron la delicia del truculento salame, también.

Está claro que desde hace años Oncativo y no sé qué otro pueblo más pretendieron desbancar la longitud del salame tandilero, como si eso fuera algo importante. Como si el tamaño importara (je). Lo que importa, realmente, es la idea y a quién se le ocurrió primero. Y la idea nació acá y, en efecto, una noche cesó, concluyó, finish. Fue la noche del sábado 4 de noviembre, un par de horas después de que la ilusión boquense también cesara en el Maracaná, con un equipo que llegó bastante más lejos de lo que realmente se suponía, y con algunos jugadores (Fabra, Rojo, Cavani y el entrenador Almirón) que ya mismo deberían ser cesanteados por Román Riquelme, si es que pretende conservar lo que la Reposera Exterminadora llamada Mauricio Macri le pretende arrebatar: la presidencia del club, a disputarse en diciembre.

A veces sobra dinero, sobran sponsors, sobran recursos y ganas pero falta lo esencial: la idea. Una idea. Es lo que no tuvo este híbrido Boca de Almirón y es lo que le sobró al DOT, con Miguel Lunghi a la cabeza, para concebir el salame tandilero que nos llevó, con difusión gratarola, a la tapa de los diarios del país.

Ahora, a pensar en algo nuevo, muchachos. Las ideas, como los amores, como las finales, como la vida misma, palidecen, se extinguen, pierden su vuelo hasta deshacerse en el aire.

Lo nuevo nos está esperando a la vuelta de la esquina. Se llama esperanza y, como dice el lugar común, es lo último que se pierde.